Son más de veinte casos, y ya ha vuelto a atacar. El pasado miércoles en Gómez Palacio nuevamente se produjo un ataque sexual en su modalidad de violación. La víctima en esta ocasión fue una joven estudiante del Cebetis de la colonia Miguel de la Madrid.
El modus operandi es casi exacto. La muchacha fue sometida luego de ser amenazada con un cuchillo para ser forzada a entrar a una finca abandonada y entonces perpetrar la violación. Pasado el nefasto hecho, la víctima se dirigió a su escuela para solicitar la asistencia del cuerpo docente, quienes se aprestaron a llamar al 066 de emergencias con las esperanzas de que la policía pudiera capturar al despreciable delincuente. La búsqueda se realizó por diferentes corporaciones policiacas a quienes se les proporcionó la media filiación del sujeto agresor.
El resultado a final de cuentas fue el mismo, el depravado individuo una vez más pudo consumar su cobarde acto sin la menor preocupación, pues sabe que difícilmente podrá ser capturado, así que con toda la desfachatez decide de vez en vez saciar sus deseos carnales, mediante la fuerza y dañando profundamente a su víctima en turno.
En la desesperación, el director de la escuela a la que pertenece la muchacha atacada, declaró a los medios de comunicación que en ocasiones anteriores había solicitado a las autoridades que vigilaran la zona alrededor del recinto educativo, porque ya se contaba con indicios de que el área muestra condiciones peligrosas para sus estudiantes y maestros. De nuevo, por supuesto no se hizo caso alguno, y el resultante hasta el momento es un ataque más; en esta ocasión y presumiblemente, del violador serial que campea entre Lerdo y Gómez Palacio.
Ante la nueva realidad del país y particularmente en La Laguna, el que de repente ocurran delitos como es el caso de las violaciones, pareciera -lo que por supuesto es equívoco- hacer languidecer a actos como balaceras callejeras con armas de alto poder, los secuestros y las extorsiones, y sobre todo, hasta el año pasado, la aparición mañanera de un cadáver maniatado, golpeado, torturado y con el respectivo tiro de gracia o torniquete al cuello.
En otras ocasiones las apariciones de las víctimas eran en las cajuelas de autos robados, donde a los días, el olor putrefacto que despiden los cuerpos en descomposición, era la señal para el descubrimiento macabro de la ocasión.
Es cierto que esos sucesos por fortuna y hasta por la labor de los gobiernos han ido sensiblemente a la baja (unos gobiernos trabajan más que otros, hay que decirlo), pero también es una realidad que el hampa común, aquella que asalta, roba y despoja, está en uno de sus mayores momentos. El caso es que en medio de todo este ambiente generado, el que en Gómez Palacio y Lerdo exista hoy un individuo que ha tomado como gusto o diversión el poder violar a la mujer que se le venga en gana y que no haya podido ser detenido, parece más que una burla, un insulto frontal a la ciudadanía por parte del gobierno estatal y del propio gobierno municipal.
En los hechos, aun cuando quien dirige la dependencia responsable de perseguir los delitos del fuero común, la Fiscalía General del Estado, es una mujer, Sonia Yadira de la Garza, y de que en teoría por su propia condición de dama puede comprender más profundamente el sentimiento de vejación al que son sometidas las agraviadas; simplemente no tiene resultado alguno al respecto y para efectos, el violador sigue muy quitado de la pena, preparándose quizá para volver a atacar de nuevo.
Claro está que los alcaldes de Gómez Palacio y Lerdo, José Miguel Campillo y Luis de Villa tienen también su responsabilidad. Simplemente desde el inicio de las administraciones municipales en septiembre pasado, estos municipios ni policía tienen, porque como cuando llegaron, la función preventiva policial estaba en manos de los militares (a lo mejor al rato se la encargan a los bomberos) que fueron transformados en policía militar, simplemente desde hace ocho meses, han evadido una de sus principales atribuciones.
El que en pleno siglo XXI existan en total impunidad sujetos que puedan violar utilizando un modus operandi tan elemental, perfectamente ubicable geográficamente y con su retrato plenamente elaborado, es un signo inequívoco de que en La Laguna de Durango algo está más que podrido. No sé qué sea más profundo, la bajeza y cobardía del agresor sexual, o el grado de indolencia de las autoridades que deberían detenerlo.