Siglo Nuevo

Juan José Campanella

Al borde del melodrama

El secreto de sus ojos, 2009.

El secreto de sus ojos, 2009.

Eduardo Santoyo

Rara vez se presta atención a los créditos al ver series norteamericanas en televisión, si acaso en los actores principales, dado que las presentaciones se repiten hasta el cansancio. Pero si en alguna ocasión alguna persona se toma la molestia de leer quién es el director de algunos capítulos de La ley y el orden, o del cascarrabias de House, nos vamos a sorprender al encontrar que como encargado de la dirección hay un nombre en español, Juan J. Campanella.

Campanella es el director argentino contemporáneo más conocido en Estados Unidos. Lograr que lo hayan contratado para la dirección de algún capitulo de una serie, debió ser muy complicado. Se sabe que para la televisión y el cine norteamericano, el propietario de la película o de la serie, es el productor, no el director. Lo que Campanella ha logrado en ese rubro es muy encomiable.

Pero como buen hijo prodigo, Campanella regresó a las pampas de manera recursiva y realizó cuatro largometrajes en los que vuelca su creatividad y sus buenas maneras en el manejo del lenguaje cinematográfico. Si bien es cierto que no se puede decir que se traten de cintas de cine de autor, sí es preciso reconocer que es un excelente artesano del ritmo narrativo y de la dirección de actores.

EL ONCE TITULAR

En 1999 filma El mismo amor, la misma lluvia, con mucha fortuna. En primer lugar, encontró a su actor de cabecera, Ricardo Darín, que volvió el protagonista de todas sus películas, así como el cuadro de actores a los que volvió de manera recurrente, como una garantía en el desempeño dramático de sus siguientes realizaciones. En términos futbolísticos, se diría que tuvo la fortuna de integrar a su once titular desde la primera convocatoria.

En El mismo amor, la misma lluvia, nos cuenta la historia de Jorge Pellegrini y Laura Ramallo, protagonizados por Ricardo Darín y Soledad Villamil, pareja que retomó en un trabajo posterior, en donde se puede ver, desde su primer largometraje, los temas que le interesan a Campanella: el amor, la pareja, la lealtad, amistad, camaradería y, de manera tangencial, la situación social por la que ha pasado la Argentina contemporánea.

Y es que no se puede hablar del pasado reciente argentino sin tomar una posición definida, y en este sentido Campanella es un tanto ambiguo. Esto se pone de manifiesto cuando vemos que el guión es obra del director junto con Fernando Castets.

La historia empieza en 1980, donde se ve la relación de la pareja por cerca de 20 años, es decir, le tocó la transición de la dictadura argentina hasta los primeros tropiezos de la democracia, y para un espectador no enterado, esta situación le pasa de manera desapercibida.

La cinta es una muy buena comedia romántica en donde se puede apreciar un estilo muy bien definido. Tiene la difícil virtud de estar «coqueteando» de manera permanente con el tono melodramático, pero sin caer en él. En éste y en sus posteriores trabajos, Campanella se mantiene al borde del melodrama.

UNA NOVIA CON ALZHEIMER

En 2001, realizó uno de sus mejores proyectos, El hijo de la novia, con una historia al alimón de nuevo con Fernando Castets. Ricardo Darín ahora es Rafael Belvedere, propietario de un restaurante, que por la situación económica de finales del siglo pasado en Argentina, se encuentra en una severa crisis, al igual que el protagonista, porque ha llegado a los cuarenta años y no ve con claridad el futuro inmediato.

El hijo de la novia cuenta con la participación de dos actores con una trayectoria impresionante, Norma Aleandro y Héctor Alterio, dos verdaderas glorias de la escena argentina, que protagonizan a los padres de Rafael. En la postrimería de sus vidas, Nino, el padre, quiere llevar a cabo un acto que lo reivindique: casarse por la iglesia con Norma, la madre, aún cuando ella se encuentra internada en una casa de descanso, pues es víctima del terrible Alzheimer.

Por un lado, está la presión de salvar el restaurante; por el otro, resolver su situación personal con su hija, su ex mujer y su actual novia. Esta situación, hace que la vida del protagonista sea un verdadero caos, que se va a volver casi insostenible cuando sea víctima de un preinfarto.

Se destaca la realización de escenas y diálogos de verdad entrañables. De nuevo, se ve la mano de Campanella que juega con situaciones que se quedan al borde de la cursilería melodramática, pero que, con un excelente manejo de la dirección actoral, brinda escenas muy bien logradas.

ESPACIOS LUCRATIVOS

Luna de Avellaneda (2004), repite la misma alineación que las anteriores. Ricardo Darín es Román Maldonado, miembro del club social y deportivo “Luna de Avellaneda”. La institución ya ha visto pasar sus mejores años. Las deudas, las nuevas ideas, la falta de apego de los socios jóvenes y, sobre todo, los malos manejos, más por ingenuidad que por maldad, han puesto al club al borde de la quiebra.

Román luchará contra viento y marea por rescatar, más que las viejas instalaciones, su propio pasado. El presente es avasallador; la única alternativa viable es que el antiguo club, con su historia de alegría y buenos tiempos, se convierta ahora en un casino, en un negocio lucrativo, que atienda a la utilidad y no a la convivencia entre los vecinos.

Los temas que interesan a Campanella siguen estando presentes: la camaradería, la lealtad, el constante enfrentamiento entre el pasado y el presente, la presión de los nuevos tiempos y los nuevos intereses, sobre todo económicos, atentan de manera fatal contra un pasado lleno de nostalgia y felices recuerdos.

EL LENGUAJE DE LOS OJOS

Por primera vez, Campanella altera uno de los elementos de la ecuación que había estado manejando de manera permanente. La historia que nos cuenta en El secreto de sus ojos (2009), es una adaptación de una novela de Eduardo Sacheri. La estructura dramática es mucho más rica y compleja que en sus película anteriores. La acción comprende desde los años setentas hasta la actualidad; el resultado es extraordinario.

Retomando a la pareja de El mismo amor, la misma lluvia, Ricardo Darín y Soledad Villamil, que ahora son Espósito e Irene Menéndez, brindarán una verdadera cátedra del trabajo actoral de la mirada. Es una historia contada con los ojos; Irene no necesita hablar, su mirada nos cuenta sus pensamientos, pero sobre todo, sus sentimientos. La propuesta escénica de Soledad Villamil es impresionante.

Espósito es un abogado recién jubilado del sistema de justicia federal argentino, que tiene dos tareas pendientes aún sin resolver: atar los cabos sueltos de un terrible asesinato ocurrido en los años setentas en contra de una joven mujer, y enfrentarse a sí mismo para definir cuál va a ser su futuro en relación con Irene, que es su antigua jefa y la obsesión de su vida.

En El secreto de sus ojos, por primera vez Campanella asume una posición definida frente al pasado reciente de Argentina. Cuando el protagonista se enfrenta a la corrupción del sistema judicial que llevó al país a la dictadura y que perpetuo la impunidad, es imposible soslayar la situación. Si bien la condena está en la novela de Sacheri, Campanella la asume y la plantea de manera brillante en la película.

Los encuentros y desencuentros entre Espósito e Irene, las peripecias de su relación, los diálogos y, sobre todo, el juego de sus miradas, son una verdadera delicia para el espectador.

Desde el punto de vista técnico, cabe destacar uno de los planos secuencia más impresionantes de la historia del cine. Empieza desde una toma aérea de un estadio de fútbol y termina, después de una vertiginosa persecución del asesino, en un close up a ras de campo.

Correo-e: esantoyor@hotmail.com

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