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La cara y contracara del desdoblamiento

Reflexiones sobre El huésped de Guadalupe Nettel

La cara y contracara del desdoblamiento

La cara y contracara del desdoblamiento

Nadia Contreras

Pensemos en una mujer que de manera apresurada se alista para ir al trabajo. ¿Es ella la que levanta los platos de la mesa, se mira al espejo, toma el bolso y se enfila hacia la puerta? O, ¿es la otra, la que surge dentro de ella y se proyecta, amiga o enemiga? Dentro de Ana, protagonista de la novela, hay un ente, su respiración es semejante a un pulpo y despliega sus tentáculos pegajosos por la noche.

Es difícil pensar en la vida, su viaje, sin un universo paralelo. Se es parte de este planeta, como quizá alguien más de otra esfera del cosmos; la ficción, como tal, aborda el tema. La curiosidad sobre la «aparición del otro» es muy antigua. Los estudiosos la remontan a las pinturas rupestres. Libros, películas y series de televisión abordan esta materialización, esta “ansia de sobrevivir frente a la amenaza de la muerte”.

La Cosa, confiesa Ana al inicio de la historia, fue tímida y hasta inferior en varios aspectos. Tuvo nombres: Consuelo, Soledad, Victoria, Constanza, pero el nombre deja de ser. Al principio, la complicidad: “La Cosa conocía tan bien como yo el temperamento de mis muñecas”. La muerte de Diego, su hermano, desencadena sucesos catastróficos, y unen, en definitiva, la presencia de La Cosa con el mundo fantasmagórico y oscuro (los subterráneos de la Ciudad de México), como metáfora de la existencia y la conciencia.

Jean-Paul Richter es quien introduce el tema del desdoblamiento (con el nombre del Doppelgänger) en 1776. Juan Herrero Cecilia, en su documento Figuras y significaciones del mito del doble en la literatura: teorías explicativas, explica el concepto:

“Se trata de la imagen «desdoblada» del yo en un individuo externo, en un yo-otro. El sujeto se ve a sí mismo (autoescopia) en alguien que se presenta al mismo tiempo como un doble autónomo, o un doble «fantástico» que produce angustia y desasosiego porque esa figura viene a perturbar el orden normal y natural de las cosas”.

Mientras se avanza en la novela, Nettel, autora de cuatro libros de cuentos: Juegos de artificio, Les jours fossiles, Pétalos y otras historias incómodas y El matrimonio de los peces rojos, traza un alejamiento paulatino entre Ana y La Cosa, las acciones de una y otra. Ana no recordará, por ejemplo, la vez que estuvo a punto de arrancarle el cuello a Marcelita, su compañera de clase.

Hay muchas maneras de comprender el desdoblamiento. Las fotografías reemplazan la ausencia de los que no están. Gerardo Diego lo dirá de otra manera: “El retrato como un amuleto contra el olvido”. En síntesis, la luz de las fotografías, la misma luz que molesta a La Cosa e introduce a Ana al mundo de los ciegos y su lenguaje, esos signos que Diego tenía grabados cerca de una de sus manos.

En la segunda parte del libro, en la que el “Alien” vive agazapado, Ana se convierte en lectora para ciegos. Su horario es rutinario y la confusión muy grande. Miedo, lástima, compasión son sentimientos que giran su pensamiento. En El cuerpo en que nací, Nettel también aborda el tema de la ceguera.

Es una realidad doble, ese lado oscuro, que se descubren también en otros libros: Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson, La sombra, relato de Hans Christian Andersen, Rayuela (el protagonista llamará Doppelgänger a uno de sus personajes), El hombre duplicado de José Saramago; y películas como Persona (1966) de Ingmar Bergman y La doble vida de Verónica (1991) de Krzysztof Kieślowski. La ceguera como un tema autobiográfico:

“Nací con un lunar blanco, o lo que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho. No habría tenido ninguna relevancia de no haber sido porque la mácula en cuestión estaba en pleno centro del iris, es decir, justo sobre la pupila por la que debe entrar la luz hasta el fondo del cerebro.

[...] El único consuelo que los médicos pudieron dar a mis padres en aquel momento fue la espera. Seguramente, cuando su hija terminara de crecer, la medicina habría avanzado lo suficiente para ofrecer la solución que entonces les faltaba. Mientras tanto, les aconsejaron someterme a una serie de ejercicios fastidiosos para que desarrollara, en la medida de lo posible, el ojo deficiente. Esto se hacía con movimientos oculares semejantes a los que propone Aldous Huxley en El arte de ver, pero también -y esto es lo que más recuerdo- por medio de un parche que me tapaba el ojo derecho durante la mitad del día”.

Hay muchas maneras de ver ese universo de siluetas y colores. No obstante, hay otro tipo de ceguera: la de la mente, la del afecto, la del humor. Es el mundo donde viven los excluidos como Madero, Marisol (personajes centrales del segundo apartado del libro), y los invidentes.

El tercer capítulo del libro es muy breve. El desdoblamiento que nos presenta Nettel, ganadora del Premio alemán Anna Seghers (2009) y del III Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero (2013), entre otros, y autora también de un libro de ensayos, deja de ser un misterio y se aleja de las historias y películas antes mencionadas. La Cosa es algo tangible. Y la ciudad como las ciudades de todos los países. No son los subterráneos del metro, son los subterráneos de la existencia:

“En la ciudad, las calles están llenas de casas, anuncios, gente y sin embargo tan vacías, pintadas de ese moho percudido que lo impregna todo. Los olores de la ciudad se han convertido en un único tufo nauseabundo”.

Guadalupe Nettel en El cuerpo en que nací habla de esta conciencia que, aunque frustrada, la hizo parte de aquella región del país resuelta a la lucha. “Nunca volví a pisar el territorio zapatista. Me sigo preguntando si su existencia es realmente geográfica o si es algo que se lleva por dentro, como un sueño recurrente o una existencia paralela”, afirma.

En las últimas páginas de El huésped, Ana junto con El Cacho, hombre cojo y sucio que un día se le echó encima con la avidez de un mendigo famélico y la introduce en el grupo que vive en el metro, su causa, está lista para vivir una vida nueva. La ceguera es luz que toca la esencia de las cosas. Desde la ceguera, Ana «aprehende» los problemas de la ciudad-país, los problemas del hombre. Ana (alter ego de Guadalupe Nettel en este aspecto) vuelve las caras hacia esta reflexión y no puede retractarse:

“¿Por qué no caer en la ignominia, por qué no hacer de una buena vez un ser de verdad repugnante, una más de tantas lacras respetables que hay en el universo, respetables por su abyección pura, limpia de ambigüedades? ¿Por qué no?”.

La Cosa y Ana escuchan juntas el murmullo de los metros que van y vienen, uno después del otro, pero siempre iguales, como un mismo tren que regresa sin cesar. A diferencia del desdoblamiento que resulta de una perturbación psíquica y la pérdida de la identidad de una persona, el desdoblamiento de El huésped vuelve una visión perfecta de sus protagonistas, su imagen limpia y clara en los espejos.

Twitter: @contreras_nadia

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