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La Laguna y su caída en la competitividad

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

En la década de 1901-1910, en la que Gómez Palacio se constituye en municipio (1905) y Torreón adquiere el rango de ciudad (1907), ambas urbes registraron el crecimiento más vertiginoso de todas las poblaciones de la República Mexicana. En tan sólo diez años, Torreón casi duplicó su población al pasar de 23,190 habitantes en el censo de 1900 a 43,382 en el de 1910. Mientras que Gómez Palacio casi sextuplicó su población al pasar de 7,680 a 42,846. Al cerrar la década, las dos ciudades de allende el Nazas se encontraban ya entre las 15 más grandes del país. Apenas tres lustros atrás eran villas de escasa importancia y 15 años después, eran más vigorosas y pobladas que las propias capitales de sus respectivos estados.

Este notable crecimiento se debió al aprovechamiento de las aguas de la cuenca Nazas-Aguanaval, que propició el auge de la agricultura, sobre todo del cultivo de algodón, y a la privilegiada situación geográfica potenciada por el cruce de ferrocarriles, lo que contribuyó a una industrialización acelerada. En gran cantidad, a ambas urbes arribaban empresarios internacionales y nacionales que vieron en estas tierras un buen destino para sus inversiones, así como trabajadores de diversas partes del país que venían en busca de una oportunidad de vida ya sea en el campo o en las nuevas industrias que florecían con nombres emblemáticos del espíritu de aquella época: La Unión, La Alianza, La Constancia, La Fe, La Esperanza, etcétera.

No obstante, el progreso no era igual para todos y en el seno de ambas noveles sociedades había graves contradicciones. Al naciente capitalismo industrial en la región se oponía el esquema semifeudal de las haciendas, las unidades características de explotación de la tierra y mano de obra. La riqueza se concentraba en unas cuantas manos mientras la inmensa mayoría de la población vivía en condiciones miserables. La crisis financiera de 1907, considerada la primera del capitalismo moderno, impactó de manera importante en la región, la cual se encontraba ya ligada a la economía mundial. El resultado: desempleo y más pobreza.

La Revolución, producto de la crisis política del porfiriato y la desigualdad económica, mermó el crecimiento de las dos ciudades, pero no lo paralizó. La reforma agraria de Lázaro Cárdenas acabó con el latifundio y dio un nuevo impulso a la actividad agrícola ahora bajo el esquema de los ejidos. A la par, la industria continuó desarrollándose y el comercio y los servicios proliferaron. No obstante, la concentración de recursos públicos en las capitales de Coahuila y Durango y los privilegios que cada vez en mayor medida tuvieron Saltillo y Durango capital, hicieron que Torreón y Gómez Palacio pasaran a segundo plano en sus entidades. Para 1990, es decir ocho décadas después de aquel vertiginoso crecimiento, las urbes del Nazas ya habían sido rebasadas por las capitales en cuanto a población. En el caso de Coahuila, Saltillo comenzó a registrar un desarrollo industrial cada vez más fuerte, basado en la consolidación de un emporio automotriz que hoy sostiene buena parte de su economía.

Desde la crisis del modelo maquilador en 2001, La Laguna no ha encontrado una alternativa que diversifique su actividad económica, aún centrada en la agroindustria, las industrias minero-metalúrgica y metal-mecánica, y el comercio. Hoy, a más de un siglo de haber sido uno de los principales polos de atracción de inversiones, las ciudades laguneras se encuentran inmersas en un bache económico que las mantiene cada vez más lejos de los primeros lugares de las listas de competitividad.

Así lo demuestra el Índice de Competitividad Urbana 2014 elaborado por el Instituto Mexicano de Competitividad (Imco), que "mide la capacidad de las ciudades mexicanas para atraer y retener talento en inversiones" evaluando las capacidades estructurales y no sólo coyunturales de las poblaciones. En el índice general, La Laguna se encuentra en el lugar 48 de 78, luego de sufrir una caída de cuatro lugares con respecto al reporte de 2012. La región está por abajo de Saltillo, Monclova y Piedras Negras en Coahuila, y de Durango capital en el vecino estado.

El ICU 2014 deja en claro cuáles son las principales fortalezas de la región, que puede aprovechar para crecer, y las debilidades más importantes, aquellas características en las que debe trabajar para mejorar. Entre las primeras se encuentra el mercado laboral, en el cual La Laguna se ubica en el tercer lugar a nivel nacional. Este subíndice mide los salarios promedio, la extensión de jornadas laborales, productividad media laboral, población ocupada sin ingresos y los conflictos laborales. Es decir, el trabajador lagunero en general es muy productivo y poco tendiente a las pugnas. Otras fortalezas, éstas más moderadas, son las relaciones internacionales (contacto con el exterior), innovación (empresa, investigación, posgrados y patentes) y precursores (acceso a tecnología, infraestructura y transporte).

Ahora bien, entre los subíndices peor evaluados sobresale el de derecho, que tiene que ver con la seguridad pública y jurídica. Aquí, La Laguna se encuentra en el lugar 73 con un nivel de competitividad bajo. Otras debilidades son economía (créditos, mercados, crecimiento económico, desempleo y diversificación económica), gobierno (transparencia, ingresos, facilidad de apertura de negocios, informalidad y planeación urbana), sistema político (duración de ayuntamientos, participación ciudadana, competencia electoral y libertad de prensa), medio ambiente (contaminación, recursos naturales, energías renovables y desastres o emergencias naturales) y sociedad (tolerancia, cultura, preparación y sanidad).

Si bien es evidente que, como señaló el director de Fomento Económico de Gómez Palacio, Aldo Ortega, que la caída de La Laguna se debe en buena medida a que lo que se dejó de hacer aquí lo hicieron otras zonas urbanas, también es posible apuntar que la debacle de la región encuentra causas en la falta de liderazgos ciudadanos, empresariales y políticos que aporten una nueva visión de concebir el desarrollo económico de una forma más armónica, incluyente y equitativa. Lo he comentado en otros artículos: actualmente la Comarca no cuenta con un proyecto definido que aproveche sus fortalezas y acote sus debilidades para impulsar su crecimiento y la mejora generalizada de la calidad de vida de sus habitantes con el menor impacto posible para el medio ambiente. Los vicios de aquel primer impulso económico del principios del siglo XX regional no pueden repetirse en este arranque del siglo XXI, pero los principios fundamentales de innovación y trabajo deben subsistir. Es un buen momento para demostrar que los laguneros somos capaces de aprender de nuestra propia historia.

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