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La parte difícil del arte de vivir

JAVIER VARGAS

La tercera edad es una fase evolutiva de los seres humanos que han cumplido 65 años o más. Es un proceso natural que conlleva el deterioro progresivo del organismo: disminuye la memoria, merman las fuerzas, asedia el cansancio, se arruga la piel y poco a poco el cuerpo se convierte en una caricatura de lo que fue. El poeta chileno Pablo de Rokha, en Canto del macho anciano, dice: "Fallan las glándulas/ y el varón genital intimidado por el yo rabioso/, se recoge a la medida del abatimiento/ o atardeciendo araña la perdida felicidad en los escombros".

Sin embargo, según el libro El deporte en la tercera edad, de Miguel Ramírez Bautista, "El viejo humano no debería ser ese espécimen repulsivo y odioso para sí mismo y sus semejantes en la sociedad, que con crueldad retrataron pintores, describieron literatos y repudiaron filósofos. La vejez ofrece sus oportunidades peculiares escondidas en la degradación de sus potencias fisiológicas... La reducción o mengua de esas condiciones por efecto de la edad es natural en el hombre como todo ser vivo; esta decrepitud orgánica se torna en problema cuando la merma de los rendimientos físicos para la vida se aceleran anormalmente y obstaculiza la expresión de los valores específicamentehumanos, como son el servicio, la libertad, el amor, la creatividad".

En su tiempo, el estadista británico, Francis Bacon, (1561-1626) dijo: "Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar y viejos autores para leer". Pero a medida que envejece, el ser humano se vuelve sedentario, lo que acelera el deterioro de sus capacidades. Para paliar los efectos del declive, la geriatría recomienda hacer gimnasia física y mental. Cuanto más deporte y ejercicio se realice, más salud y bienestar se obtiene. El escritor suizo Henry Amiel (1821-1881) decía: "Saber envejecer es la obra maestra de la sabiduría y una de las partes más difíciles del arte de vivir".

La práctica de deportes de poco impacto y ejercicios como caminar, correr, nadar o bailar, contribuyen eficazmente a disminuir los efectos del envejecimiento, a mantenerse sano y a obtener paz interior. Sin embargo, aunque la actividad constante retarda el deterioro natural, el callejón de los ancianos es irreversible. Pablo de Rokha, en el poema citado, lo dice así: "Ruge la muerte con la cabeza ensangrentada y sonríe pateándonos,/ y yo estoy solo, terriblemente solo, medio a medio en la multitud que/ amo y canto, solo y funeral como en la adolescencia,/ solo y vacío, solo y oscuro, solo y remoto, solo y extraño, solo y tremendo/ enfrentándome a la certidumbre de hundirme para siempre en las tinieblas sin haberlas inmortalizado.../ El callejón de los ancianos muere donde mueren las últimas águilas".

rjavier_vargas@terra.com.mx

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