Quizá ha hecho falta interpretar la premura transformadora de los últimos meses, esa que Mauricio Merino atinadamente denominó "locura reformista", en clave de rigurosa pequeña política: en función de los intereses más prosaicos de las partes involucradas, de la estricta correlación de fuerzas entre ellas y del estrecho horizonte que parece haber orientado el comportamiento de cada una.
¿Qué motivos condujeron al Presidente y a las dirigencias de los partidos de oposición a tratar de coordinarse? ¿Qué mecanismos operaron en sus negociaciones, qué aportó y qué ganó cada quien? ¿Cuáles fueron la magnitud y los límites de los compromisos que entablaron?
Enrique Peña Nieto ganó la elección presidencial y definió su victoria como un mandato para "hacer las reformas que México necesita", pero su partido no consiguió la mayoría en el Congreso (obtuvo 42% en la Cámara de Diputados y 41% en la de Senadores). Andrés Manuel López Obrador abandonó el PRD, lo cual dejó a dicho partido sin su mayor activo electoral pero dotó a su dirigencia de cierto margen para cambiar su línea política (de "oposición rijosa" a "izquierda moderna"). El PAN perdió la Presidencia pero, aunque se mantuvo como la segunda bancada en el Congreso (con 23% en la Cámara de Diputados y 30% en la de Senadores), sus disputas internas consumieron toda la energía que podría haber invertido en reinventarse como partido de oposición.
En ese contexto, el PRI necesitaba votos para sacar adelante las reformas y cumplir con la expectativa de eficacia que generó Peña Nieto; la dirigencia del PRD necesitaba tiempo para terminar de hacerse con el control del partido; y la dirigencia del PAN necesitaba fuerza para derrotar al bloque de oposición interna en el que se convirtió el calderonismo.
El PRD y el PAN pusieron entonces los votos que le hacían falta al PRI, juntos en las reformas educativa, financiera, política y en telecomunicaciones; por separado en la energética y la hacendaria. Y el gobierno de Peña Nieto, a cambio, apuntaló al grupo dirigente de cada partido de cara a sus respectivos procesos de renovación. ¿Cómo? Reconociéndolos como interlocutores estratégicos, canalizando recursos para sus aliados (véase http://tinyurl.com/lkqt4bl, http://tinyu
Rl.com/mw2q4eo o http://tinyurl.com/kc796
Cq), tal vez incluso gestionando coberturas desfavorables para sus adversarios en los medios de comunicación; en fin, arropándolos políticamente.
Las reformas pasaron, Peña Nieto cumplió y todo parece indicar que Gustavo Madero y Los "Chuchos" mantendrán el control de sus respectivos partidos.
Conforme pasa el tiempo, sin embargo, se hacen cada vez más evidentes la multitud de cabos sueltos que dejaron las reformas y los costos de que las oposiciones hayan renunciado a ejercer realmente como tales durante el proceso legislativo. El gobierno se muestra enteramente dispuesto a ceder ante la presión de los poderosos intereses afectados (llámense, por ejemplo, los de los empresarios, los de la CNTE o los de Televisa). La reglamentación bien podría terminar mitigando el alcance original de las reformas. Y los votos de la oposición ya no tienen la importancia que tuvieron porque, a estas alturas, ya no hacen tanta falta: no vale lo mismo controlar 44-47% de los votos cuando se requiere mayoría calificada que cuando ya sólo hace falta mayoría simple.
Así, mientras Peña Nieto hace un corte de caja, ajusta sus prioridades y comienza a reacomodar sus piezas, el PAN y el PRD se lamentan como críticos de la legislación secundaria lo que no supieron defender como partícipes de la reforma constitucional.
Y pensar que estos son apenas los primeros saldos de esa pequeña política que hubo detrás de la "locura reformista"…
@carlosbravoreg
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Profesor asociado en el CIDE