Un mal de la política y de quienes la ejercen no sólo aquí sino a nivel mundial, es que muchos de nuestros gobernantes pierden cercanía con los ciudadanos y se apartan de ellos, de sus problemas y circunstancia. El político termina construyendo una realidad paralela donde todo marcha y está bien. Lo peor es que llega a creérsela.
Los políticos suelen hacer presencia cuando requieren de nuestro voto u obtener algo. Ahí, ante la elección, se interesan o aparentan que lo que nos ocurre, nuestras tribulaciones y problemas, les son importantes.
Después de -en su caso- ser electos, poco o nada volvemos a saber de ellos. Para ser justos, México está lejos de contar con una ciudadanía idealmente participativa que de seguimiento a lo que hacen los políticos y al sentido de sus acciones. Ellos, desde la lejanía y nosotros desde el extravío, damos cuerda al engranaje del círculo vicioso del desinterés.
El problema es que no hacemos responsables a quienes ejercen la política, a la rendición de cuentas. Sí, sabemos quien es el Presidente de la República, conocemos a algunos miembros de su gabinete, si acaso a ciertos gobernadores, pero no siempre nos viene a la memoria el nombre de los senadores y diputados que nos representan por distrito, ni qué hacen.
No solemos escribirles, ni vigilar el sentido de su voto ante las cámaras. Tal laxitud deriva en que muchos literalmente hagan y deshagan como quieren, pensando que sus gobernados se encuentran bien. Ahí, a partir del desinterés mutuo, se gesta la lejanía entre ciudadanos y políticos, hecho que nunca augura ni es preámbulo de cosas buenas.
Viene esto a colación a partir de una costumbre muy positiva que tiene el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, desde que asumió las riendas del poder. No obstante los yerros de su administración que se cuentan por montones, y la estrepitosa baja en los índices de popularidad, Obama no ha perdido contacto con los ciudadanos ni dejado de escuchar al norteamericano de a pie.
Hacia 2009, Obama pidió a sus subordinados que diariamente, de las miles de cartas y peticiones que recibe la Casa Blanca, eligieran diez y se las entregaran. Todas las noches, sin importar donde se encuentre, Barack Obama lee una decena de misivas y trata de responder personalmente, de puño y letra, dos o tres de ellas.
"Las misivas le llegan a Obama en el interior de una carpeta lila y las hay de todo tipo: extremadamente críticas, gritos de auxilio o encendidas alabanzas. Leerlas es un ritual nocturno imprescindible para el presidente".
Lo más sorprendente es que Obama a partir de lo que lee, también ha pedido a sus asesores que gestionen citas y encuentros con algunas de las personas que le escriben, para escuchar de viva voz sus problemas y sentir respecto a las acciones gubernamentales, la marcha del país y lo que les preocupa.
Dichas reuniones entre el presidente y los ciudadanos no sólo tienen verificativo en la Casa Blanca sino en restaurantes y otros lugares comunes. La más reciente de ellas, con una joven estudiante que le escribió al mandatario pidiéndole ayuda, ocurrió en una cafetería de Austin, Texas. Sí, políticamente dichos encuentros le son redituables a Obama, pero no por ello pierden su valía y ponen de manifiesto a un presidente capaz de escuchar e involucrarse, quien por cierto ya no tiene frente a sí elecciones qué ganar ni manera de reelegirse.
Sería muy positivo que en México, sin importar en cual de los tres niveles de gobierno se encuentren, los políticos adoptaran la costumbre de involucrarse más y nosotros, los ciudadanos, la de escribirles y cantarles derecho lo que pensamos. Que no sea sólo en tiempo de elecciones o cuando quieran sacar raja, cuando los candidatos y políticos busquen cercanía ni de nuestra parte, sólo de cara a los comicios cuando expresemos nuestras demandas y verdadero sentir.
Nada le hace tanto daño al país como un funcionario que se rodea de una corte de bufones que no hacen sino adularlo sin recato, al tiempo que los ciudadanos callan lo que realmente piensan. En México, expresar nuestra opinión, a veces se confunde con faltas de respeto a la "investidura" de una autoridad usualmente de piel delgada, y escasa tolerancia a la crítica.
Y si mejor, en vez de aventarnos a asignar culpas, ¿nos sentáramos a dialogar? ¿Le has escrito a tu presidente, senador o diputado? ¿Y si iniciáramos todos una relación epistolar? ¿Qué tendríamos que perder? En una de ésas, hasta nos hacen caso y encontramos puntos de coincidencia.
Nos leemos en Twitter, sin lugar a dudas: @patoloquasto