"¿Cree que ha valido la pena ventilar la verdad?, pregunta el entrevistador a Roberto Saviano, el siciliano autor de "Gomorra"; obra de la que se han vendido más de diez millones de ejemplares en todo el mundo y por la que la mafia napolitana lo condenó a muerte obligándole a enterrarse en vida. "Me gustaría responder a la pregunta con una frase heroica del tipo: continúo escribiendo porque creo en la verdad; pero me sentiría un poco ridículo porque dentro de mí no es la verdad. Digamos mejor que es una obsesión, una manía. No es el pensamiento puro de: es justo luchar por la verdad… yo no creo que sea noble haber destruido mi propia vida y la de las personas a mi alrededor por buscar la verdad. Desde lejos puede parecer noble: 'ah, qué cosa más bella'. Pero yo que lo he hecho, no siento que sea noble" (Fragmentos de una entrevista publicada recientemente en el periódico español "El País").
Y no, yo no pretendo hacer aquí una apología de la mentira, creo que muy de vez en cuando y en casos absolutamente necesarios; hay que decir la verdad. Lo que yo pretendo es hacer un reconocimiento de que como dijo Anatole France "Sin mentiras, la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento". Si nos limitáramos a la puritita verdad ¿dónde quedaría la literatura, el cine, la cortesía o incluso el enamor-a miento? "Dígame usted la mentira que considere más digna de ser verdad", responde Fausto (personaje de Paul Válery). Muchos responderíamos lo mismo si nos atreviéramos a decir lo que pensamos, porque bien mirado, aunque todos exigimos la verdad, nos manejamos en un mundo de mentira existencial; por ejemplo: todos sabemos que los políticos mienten, pero sólo sus "socios" hubieran votado por Moreira si ese señor hubiese declarado en su campaña algo así como: "Voten por mí para que me pongan donde hay, que de agarrar yo me encargo". ¿Votaría usted por alguien que como Winston Churchill durante la segunda guerra mundial, nos ofreciera "sangre, sudor y lágrimas"?
Claro que no, elegimos al político que mienta con suficiente aplomo para convencernos de su enorme inteligencia y el maravilloso futuro que construirá para nosotros; aunque que todos sepamos que no es verdad. Además, dónde quedaría la cortesía sin las fórmulas obligadas como por ejemplo la de decir "te ves muy bien", cuando visitamos a un enfermo terminal. "La cena estuvo deliciosa", agradecemos amablemente a los anfitriones aunque al regreso a casa comentemos que nos dieron de cenar mecates.
Que sería la solidaridad sin el ofrecimiento insustancial que irresponsablemente hacemos a los amigos cuando decimos: "ya sabes, lo que se te ofrezca". "¡Qué bonito está el niño" es el comentario obligado a la madre de un recién nacido aunque el pobre chiquillo parezca una larva. "Buenos días", repetimos a todo aquel que se atraviesa por la mañana sin que nos importe un pito si sus días son buenos o malos; y debería por lo menos asustarnos la soltura con que decimos: "encantado de conocerlo" cuando existe la posibilidad de que estemos dando la mano a un diputado.
Una de las mentiras que más se agradecen es la que responden las personas bien educadas cuando por puro formulismo se les pregunta ¿cómo estás?, "muy bien" dicen, y uno puede seguir adelante sin que el interpelado nos ponga al corriente de lo que no nos importa. Toda buena relación social se sustenta en mentirijillas bien intencionadas, lo cual no significa que no estemos al tanto de la ficción que se esconde tras ellas; es sólo que no estamos preparados para altas dosis de verdad y con frecuencia hasta pedimos que se nos oculten realidades desagradables que sin embargo no podemos cambiar. No hay nada más abominable que la gente que en un abuso de sinceridad nos dice cosas como: "oye, has engordado bastante desde la última vez que nos vimos ¿verdad?".
-"Yo nunca miento", mintió mi amiga Boruca cuando yo les planteaba la verdad sobre las mentiras. Boruca, quien de buena voluntad aseguró a la buenaza de Cotilla: "no te preocupes, todo va a estar bien", le dijo cuando el marido la abandonó con cinco niños y cero pesos. Como decía Heráclito, incluso "la Naturaleza ama ocultarse". Basta mirar la forma en que se mimetiza un oso polar con la nieve; para entender que la vida sólo es posible por simulación. "Salvo los fanáticos que se han engañado a sí mismos con la patraña de que la verdad es buena a toda costa, para el resto -y somos mayoría- la mentira es nuestra verdadera patria", afirma Oscar de la Borbolla en "La libertad de ser diferente". En cuanto a mí, lo que más disfruto es el autoengaño.
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