Perseguido por los fantasmas de Tlatelolco, preso de angustia y extraviadas las razones, Gustavo Díaz Ordaz se aisló durante el último año de su gestión. "Asumo íntegramente la responsabilidad ética, social, jurídica, política e histórica, por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado", dijo en el marco de su quinto informe ante el país y después de ello, poco se supo de él.
"Hizo de su intimidad una cárcel y ahí murió", escribía Julio Scherer, periodista cercano a muchos presidentes, a Don Gustavo y conocedor de las tribulaciones del poder.
Estar en la cumbre, en el cénit presidencial, conlleva enorme soledad. Los mandatarios se van quedando aislados y ajenos a lo que ocurre en el país, a las causas, angustia y problemas que vive día a día el ciudadano.
Generalmente, dicho aislamiento ocurría a mitad del sexenio o cuando se acercaba la sucesión presidencial. En tiempos del PRI hegemónico y de un solo hombre decidiendo la suerte de su sucesor, el presidente de la República asistía sin acompañantes a su propio eclipse y a la obscuridad del despoder.
Tras dos años en Los Pinos, se percibe con preocupación -pues nada bueno augura que el mandatario se aísle- la soledad de Enrique Peña Nieto y su angustiosa lejanía de los ciudadanos, especialmente los jóvenes, quienes en su mayoría y desde los tiempos de campaña, no están dispuestos a darle tregua, respiro ni a otorgarle un voto de confianza.
El mismo Peña Nieto ha expresado sin decirlo, la frustración que siente ante el cambio de narrativa y de una realidad que lo golpea -y nos golpea a todos- con cruenta frialdad en el rostro. Ante la enormidad de las expectativas que generaron las reformas, Ayotzinapa y tantos otros pendientes, acusan la urgencia de dar un golpe de timón y de revisar a fondo un modelo político y de país que se mira caduco, rebasado y obsoleto.
Es responsabilidad del Presidente tomar las decisiones que enderecen a un barco a la deriva pero es también, quizá como nunca, tarea de todos nosotros.
De Enrique Peña Nieto exigimos en estos momentos, comprensión, liderazgo y empatía. Cuando las encuestas arrojan números rojos y es evidente la caída en los índices de aprobación del mandatario, es justo ahí cuando con urgencia, se necesita un viraje.
El Presidente de la República, hombre pragmático, sabe del descontento pero creo que aún no dimensiona la gravedad de los problemas ni ha sabido estar a la altura cuando algo se sale del guión al que se ciñe. Tampoco el Gobierno, ha sabido manejar las crisis.
Chocantes las comparaciones pero ante una tragedia como Ayotzinapa, cualquier gobernante se hubiese apersonado en el lugar de los hechos para conmiserarse de su pueblo y del luto que vive. Tristemente, a siete horas de haberse dado el anuncio de que finalmente iría a Iguala, tras dos meses de ocurrida la tragedia, el Presidente Peña optó por viajar a Chiapas a placearse con el "golden boy" del Partido Verde, Manuel Velasco, y desde ahí y ante un auditorio afín que no lo cuestionaría, hacer grandes anuncios que francamente, en estos momentos, casi a nadie le importan.
Hoy el Presidente irá a Guerrero; tardó más de sesenta largos días en hacerlo. Nunca es tarde para rectificar. Espero que en esta ocasión por lo menos, no lo sea.
Enrique Peña Nieto se va quedando solo. Es muy pronto. Urge que regrese. Ojalá lo haga…
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