La vida de los demás
Es una de mis fuentes de la felicidad nunca desear conocer sobre los asuntos de los demás.
Dolley Madison
No dejo de preguntarme por qué estamos tan interesados en lo que le ocurre a los demás. Es increíble el tiempo que dedicamos a hablar de lo que les pasa a los otros.
Preguntamos, afirmamos, negamos, enjuiciamos y concluimos sobre lo que hacen o dicen las personas y lo hacemos aun sin conocerlos.
Mucha de nuestra energía está volcada hacia afuera y cuales voyeurs nos inmiscuimos sin ser llamados. Completamos historias o las acomodamos de acuerdo a los pocos elementos que tenemos.
Recuerdo que cuando era estudiante una maestra nos puso un ejercicio que fue muy revelador. De lo que se trataba era de analizar el proceso de comunicación con todos sus elementos, incluido el famoso 'ruido' o entropía. Hablamos de ruido cuando hay un elemento que influye directamente en la calidad de los mensajes, cuando la información experimenta distorsión.
El ejercicio no era otro que el famoso teléfono descompuesto. Consistía en decir en secreto un mensaje inventado a quien estuviera a un lado para que este lo compartiera con el siguiente y así sucesivamente hasta que el último decía en voz alta lo que había recibido.
La sorpresa siempre era mayúscula, porque al compartir el mensaje nos percatábamos que había una distorsión absoluta, nada tenía que ver con el mensaje original.
Los prejuicios, elementos físicos como el calor o el frío, la desatención, la falta de agudeza auditiva, no entender las palabras dichas o simplemente la interpretación, son el origen de ese ruido.
Era un juego pero en la vida, ese mismo efecto tiene lugar. La amiga de la amiga de la cuñada del esposo de fulanita nos dijo, y como periquitos repetimos sin precisión la información, ni si quiera la pasamos por el tamiz de la duda, la damos por buena a priori y nos casamos con esa 'verdad', aunque no lo sea.
Los temas preferidos son las desgracias, hay una especie de satisfacción cuando hablamos de ellas, tal vez nos sirve de consuelo o alegría por no ser nosotros los protagonistas. Lo bueno pocas veces nos interesa, eso no es tan 'sabroso', no da pie a tanta especulación, a tanto comentario.
Deshacemos reputaciones, endosamos milagros, ponemos en riesgo la estabilidad emocional de familias enteras y lo peor es que no somos conscientes del daño que hacemos, aunque esto no nos exime de responsabilidad.
Más nos valdría pensar antes de hablar, sopesar nuestros calificativos y poner en una balanza lo que diremos. Entiendo que de pronto la vida propia es lo que más desatendemos, entiendo también que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio y, aún más, que esto es resultado de conductas aprendidas.
Lo que me cuesta trabajo comprender es : ¿A qué hora vivimos para nosotros mismos? Sé de reuniones que se arman exclusivamente para comentar el chisme de moda, o los pormenores de la boda o el sepelio, de las herencias o despojos, de las infidelidades o aventuras.
¿Qué de bueno ganamos con ello? Nada, tal vez sólo la certeza que tarde o temprano será de nosotros de quienes hablen. Sentirse importante porque sabes mucho de los demás es un espejismo, al ego le gusta saberlo todo, tener los detalles, ser el primero, completar los vacíos de información, pero la verdad es que el ego no sabe nada.
Aprender a quedarse callado es una virtud, aprender a inconformarse por lo que se dice de los demás requiere valentía, aprender a dejar de lado el chisme y la crítica es un ejercicio que requiere disciplina. Y lo que ganamos es acercarnos a la compasión, a ver al otro como si fuera yo mismo, a desearle al otro lo que deseo para mí.
La vida de los demás, es eso, la vida de los demás. ¿Será tan pobre nuestra vida que por eso no entendemos la diferencia?
Twitter: @mpamanes