Siglo Nuevo

La vida inteligente: el universo que se mira a sí mismo

¿Objetivo metafísico o pragmático el de la vida humana?

Gravity, 2013.

Gravity, 2013.

Fernando Fabio Sánchez

La autoconsciencia es una de las marcas de la inteligencia humana. La pintura, la literatura y el cine, entre otros medios, son archivos de historias que describen lo que entendemos del mundo y el más allá. Estos relatos son una materialización de nuestra autoconsciencia. Pero ¿hay alguna «verdad natural» en estos relatos? ¿Habla el universo a través de nosotros?

En la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, Sancho Panza corre hacia su amo y compañero de viaje para decirle que se ha publicado un libro que narra las andanzas de ellos mismos en la región de La Mancha. En realidad, se trata del primer volumen de Don Quijote. El hidalgo y su escudero se descubren representados en un libro, y el lector siente que la realidad en la que viven los personajes se ha desdoblado dentro de sí. La literatura ha producido literatura y ha llegado a ser, de alguna manera, autoconsciente.

Alguna vez, Carlos Fuentes afirmó que fue en este momento cuando nació la novela moderna. Imaginemos, poniendo a un lado la propuesta de Fuentes, que nosotros somos los personajes que se descubren siendo representados, pero no necesariamente en un libro, sino simplemente «representados» en un espacio ajeno al que ocupamos. ¿No sería éste el instante en el cual hallaríamos las pruebas materiales del desdoblamiento de la realidad? Es decir, ¿el momento en que nos volvemos autoconscientes de nuestra propia existencia? Éste sería el principal rasgo que define nuestra inteligencia humana: la autoconsciencia.

Los seres humanos hemos (re)creado el mundo o lo que creemos que es el mundo. Desde la Cueva de Chauvet en Francia, donde se encuentran dibujos de animales que reproducen movimiento, realizados hace 32 mil años, pasando por la Cueva de las manos en Santa Cruz, Argentina, en la cual observamos diferentes capas multicolores de impresiones de manos -casi todas izquierdas, si no es que todas- dejadas en la roca hace más de ocho mil años; desde El pentateuco, El Ramayana, el Popol Vuh y los evangelios, hasta Don Quijote, Las meninas de Diego Velázquez, Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno y Piedra de Sol de Octavio Paz, los seres humanos hemos creado el mundo dentro del mundo.

Sería posible afirmar que ningún texto -ya sea iconográfico o verbal- producido por humanos, habla de elementos fuera de la inteligencia humana. No obstante, sean sobre temas fantásticos, mágicos, sobrenaturales o inexistentes, estos textos describen lo que hemos llegado a pensar de las fuerzas que dominan el universo, nuestra experiencia en el planeta y las corrientes subterráneas de los sueños o la profecía.

RELATOS DENTRO DE OTROS RELATOS

La inteligencia humana crea relatos del mundo que observa, y tal como lo imagina o vive. Estos relatos serían, por decirlo de alguna manera, reproducciones a escala del mundo; pero no sólo del mundo físico, sino también de la percepción y experiencia del mismo. Pongamos en la lista los relatos cinematográficos. Las películas son recreaciones visuales y auditivas ultra controladas de la forma en que experimentamos la vida cotidiana, realizadas para casarnos «una experiencia del mundo».

Inception (2010) de Christopher Nolan, es la metáfora del cine, y del humano que representa y experimenta el mundo. El filme reproduce la experiencia de vivir simultáneamente en múltiples niveles narrativos, tal como ocurre cuando estamos viendo la película y pensamos en la realidad, y/o viviendo el día a día y pasamos de los sueños -o de la memoria- a la realidad, y de la realidad al mundo virtual del internet. Y al mismo tiempo, tenemos que procesar racionalmente todas estas operaciones sincrónicas sin que haya un quiebre en la continuidad de nuestro raciocinio.

Pero aquí sería interesante contemplar una pregunta, ¿son estos relatos humanos solamente una extensión de nuestra inteligencia? ¿No habría una «verdad natural» -es decir, un momento en que hable el universo- en ellos? Reflexionando sobre lo que los científicos y filósofos han llamado el principio antrópico, propuesto por Brandon Carter en 1973, en respuesta a la noción coopérnica de que los seres humanos no ocupamos un lugar central en el universo.

EL PRINCIPIO ANTRÓPICO

Supongamos que la ciencia es un relato también. La física, por ejemplo, no sería más que la serie de fórmulas y ecuaciones que intentan explicar el comportamiento de la materia. Las teorías son grandes novelas con números que describen la verdad de lo observable, lo medible y lo especulable. Pero ¿cómo saber que estas teorías, ecuaciones y fórmulas no son una invención de la propia imaginación humana? ¿Cómo saber que, para decirlo como Stephen Hawking, los físicos entienden el lenguaje de Dios? Una forma es basarse siempre en la evidencia; y si una teoría no es comprobable -pero tampoco puede descartarse - queda relegada para el destino de futuros científicos, o bien, es puesta asimismo -o exclusivamente- en el campo de la filosofía.

El principio antrópico es una de esas teorías o conceptos que pertenecen a la ciencia y a la filosofía. Básicamente, consiste en lo siguiente: si los elementos en el planeta se combinaron para que se pudiera dar la existencia de los seres humanos, entonces podríamos deducir que tenemos un lugar especial en el universo. Eso también se aplica al entendimiento del cosmos. ¿Por qué podemos explicar su funcionamiento? Si lo podemos explicar, podríamos deducir, es porque está previsto en nosotros hacerlo. Por un lado, podríamos pensar que esto nos hace especiales. Sólo nosotros (y sólo nosotros) podemos armar su relato, con su pasado, presente y futuro.

Sin embargo, otros podrían decir que no somos tan especiales. Si somos una consecuencia de las leyes de la materia, entonces es en estas leyes en las que está previsto el entendimiento de las propias leyes, es decir, el impulso del universo es, desde el átomo, la célula y la criatura, llegar a la contemplación de su estructura absoluta. Eso sí -y por lo menos en el planeta Tierra- a través de los seres humanos. Entonces, ¿esto nos hace especiales? Y si no especiales, ¿infinitamente afortunados? Parece que nos hemos sacado la lotería, y ésta es la vida y la capacidad de entender la máquina del todo.

Nuestra existencia es como si Sancho y Don Quijote se descubren a sí mismos, no porque un autor así lo designó, sino porque en una computadora se escribió un número infinito de novelas hasta que se produjo una novela en la cual los personajes se descubren a sí mismos dentro de la propia novela.

Y habría un nivel mayor de complejidad: la computadora produjo personajes autoconscientes que luego pudieron entender no sólo el proceso de escritura que los llevó a existir, sino también el comportamiento de la computadora y los procesos que la hacen funcionar; eso sí, sin poder averiguar, quién la echó a andar.

¿UN OBJETIVO PRAGMÁTICO Y NO METAFÍSICO?

¿Es este nuestro «propósito natural» en el cosmos? Si fuera así -hayamos sido creados por una entidad o seamos el producto de las leyes de la materia- sería en los últimos siglos cuando estaríamos llegando a consumar el principio de ese objetivo. El universo (o los universos) es presuntamente infinito. ¿Cuándo lograremos comprender su faz y condición? Una larga labor, muchísimo trabajo, nos espera. No obstante, existe una gran dificultad para dar continuidad a este propósito: el de nuestra propia supervivencia.

Sí, sólo tendríamos que resolver el problema de nuestra existencia futura. Para lograrlo, sería necesario entender nuestra relación con los otros y el planeta. Nuestro propósito inmediato sería -para garantizar el largo plazo- resolver el problema de la explotación desorbitada de las criaturas y los elementos (que vendría a ser, al fin y al cabo, lo mismo). Y para lograr esto, hay que soñar, imaginar, seguir produciendo relatos que ofrezcan soluciones de acción, ya que nuestra actividad psíquica sería la del universo. Esa es la manera en que éste llegaría a salvar uno de los más valiosos instrumentos para su autocontemplación: los seres humanos.

LA GRAVEDAD: EL ANCLA DE NUESTRA VIDA

Gravity de Alfonso Cuarón es un filme que encierra un mensaje para nuestro presente histórico. El personaje principal, Ryan (Sandra Bullock), logra regresar a la Tierra -que aparece como una entidad lejana por la audacia de la invención y el uso de la tecnología- tras superar una serie de extraordinarios obstáculos en la órbita espacial terrestre, y así salva su vida. El filme parece decirnos que pese a los descubrimientos sobre la estructura del universo, los avances tecnológicos y la osadía humana, seguimos atados al planeta Tierra. Es por eso el título del filme. La gravedad no sólo es la fuerza que gobierna la materia. Para nosotros es la fuerza que nos ancla a la vida, a nuestro único hogar.

La Tierra no sólo sería valiosa porque es el único espacio conocido donde la vida puede darse, sino precisamente porque es la que propició la creación de nuestra vida consciente. Los seres humanos existimos como una consecuencia de las leyes de la física, pero siempre y cuando esas leyes se hayan articulado en la Tierra. ¿No sería cualquier desobediencia a esta regla un atentado contra nosotros mismos y, en consecuencia, contra el propio universo?

Twitter: @fernofabio

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