El fenómeno de los grupos de autodefensa aparecido en el Estado de Michoacán desde febrero del año pasado, implica la existencia de grupos armados de ciudadanos que se organizan en defensa de su vida, familia y patrimonio, frente a los ataques sistemáticos e impunes de las bandas criminales que en dicha entidad han sentado sus reales.
Las autodefensas o grupos comunitarios de defensa aparecen en un punto en que el nivel de violencia imperante, hace reaccionar los instintos básicos de victimas reales o potenciales, que recurren a protegerse con los medios a su alcance y en ocasiones hasta hacerse justicia por su propia mano, ante un vacío de autoridad.
Para que los habitantes de las ciudades del norte de la República Mexicana, tengamos una idea de lo que palabras como vacío de autoridad, violencia e impunidad significan para los michoacanos, basta recordar los niveles de agresión que hemos soportado con estoicismo y sin reacción significativa de nuestra parte, para imaginar los niveles de inseguridad e indefensión a los que han estado expuestos, quienes desde su posición como ciudadanos de a pie, se atreven a desafiar al mismo estado de derecho, como alternativa para sobrevivir.
Los ciudadanos implicados en las autodefensas no la han tenido fácil. Hoy se sospecha que algunos mandos militares disidentes y fuera de control, los hayan armado y organizado como alternativa frente a un enemigo que pudiera gozar de protección por parte de elementos infiltrados en órganos locales de autoridad y que en este esquema de guerra sucia, las bandas criminales hayan generado a su vez, falsas autodefensas para completar la complejidad del cuadro.
En un momento en que en la región de Tierra Caliente se encuentra particularmente agredida por el crimen organizado, grupos comunitarios de defensa de otras regiones arriban a los municipios en conflicto a enfrentar a los maleantes, pasando de una posición reactiva a otra en la que ellos llevan la iniciativa, bajo la premisa discutible en este caso, según la cual, la mejor defensa es el ataque.
La impotencia de la autoridad local es una realidad, como se desprende del llamado desesperado y urgente que el domingo pasado hizo a las autoridades federales el gobernador Fausto Vallejo. El Gobierno de Peña Nieto responde con un ofrecimiento cuya estrategia y objetivos están aún por concretar. El Secretario de Gobernación pide a las milicias de autodefensa que abandonen los municipios en conflicto, depongan las armas y vuelvan a sus lugares origen y que si quieren combatir al crimen organizado, lo hagan en forma institucional desde las corporaciones policiacas de Estado y Federación.
El llamado del Gobierno carece de un mensaje que convenza a los grupos de autodefensa, que las causas que los llevaron a tomar las armas han desaparecido o al menos están en vías de desaparecer, razón por la cual la respuesta no es igual en todos los casos. Algunos acceden a deponer las armas y volver a sus lugares de origen, otros a regresar a su lugar de origen sin deponer las armas como medida de autoprotección y otros más, permanecen en los lugares de mayor conflicto en municipios como Múgica y Parácuaro, con el anunciado propósito de enfrentar a la banda criminal conocida como Los Caballeros Templarios.
A estas alturas, el ejército ha tenido los primeros encuentros armados con los grupos de autodefensa, con el derramamiento de sangre que ello implica.
Frente a un pasado ominoso en el que nuestro Ejército ha sido utilizado por gobiernos de antaño para reprimir toda disidencia y masacrar a la población civil, es imperativo que el Gobierno Federal anuncie cuál es su estrategia concreta para pacificar la zona en conflicto, como condición indispensable para suscitar en los ciudadanos, el apoyo que el propio Gobierno necesita para llevarla a cabo.
