LO BUENO:
Quienes soslayaban la capacidad política de Enrique Peña Nieto, no ponen ya en duda el oficio y colmillo mostrado por el presidente y sus hombres de confianza para generar acuerdos con sus contrapartes, incluida la oposición histórica representada en el PRD. En ello precisamente, estriba el servicio público y el gobernar: en tender puentes y en que las cosas sucedan.
Por lo menos en papel y de cara a la opinión pública, casi todos los partidos representados en el Congreso de una u otra forma se han sumado al proyecto y le apuestan a salir de la parálisis legislativa que tanto daño le hace a México y ello, aunque es su obligación al ser nuestros empleados, se antoja muy positivo. Que así sigan.
La aprobación de once reformas estructurales cuyos beneficios y alcance aún están por verse, y frente a las cuales muchos de nosotros permanecemos suspicaces, hablan de un jefe del ejecutivo que sabe negociar, cuándo ceder o soltar, pero que también logra su cometido de cara al arranque: que para el país se avecinen mejores tiempos.
Ojalá y así sea porque como él mismo lo ha afirmado, requerirá de varios años y mucha paciencia para ver el fruto de lo que hoy y tardíamente, apenas se emprende. A millones de mexicanos sobra decir, la paciencia hace mucho que se les terminó…
LO MALO:
El priista lleva en su gen la disciplina partidista, la militancia y el respeto a la investidura presidencial, sin embargo, muchos lo confunden con sumisión. Y es que el segundo Informe de Gobierno por instantes recordó a los viejos tiempos del sistema político mexicano: mucho aplauso, poca autocrítica y excesivo festejo ante cosas que aún no han sucedido.
Urge que se den las condiciones de civilidad política que deben imperar en cualquier democracia que se respete, para que el mandatario pueda rendir su discurso ante el Congreso de la Unión y no acompañado de un auditorio a modo que todo le festeje. México está urgido de debate.
Por cierto, el trato que ciertos sectores de la prensa nacional le dieron al evento, mediante titulares jubilosos que celebran un acto republicano al que está obligado el presidente como si fuera su fiesta de cumpleaños, raya en el triunfalismo, el culto a la personalidad y la ausencia de análisis objetivos.
No se diga por parte de militantes del tricolor y otros organismos, desde gobernadores hasta ilustres desconocidos, que dilapidan pequeñas fortunas en desplegados para vitorear a Peña Nieto. La lógica y el recato que nos demandan los nuevos tiempos, señalan que no es así como el presidente y su administración, palpan el sentir ciudadano. Hay mejores conductos y tales excesos, en definitiva, no son bien vistos por los electores. Que mejor le manden una carta a Los Pinos.
LO CHUSCO:
La plancha del Zócalo capitalino utilizada como estacionamiento para que los ricotes e influyentes del país, automóviles, choferes y personal de seguridad incluido, aparcaran sus vehículos. Ya la Presidencia de la República emitió un boletín pidiendo disculpas por un error que afirman, no volverá a suceder. Pero de que estuvo mal, estuvo mal y se vio mucho peor.
Sospechosamente, a ciertas facciones de la izquierda y a algunos activistas cibernéticos de sillón que condenaron el incidente y hasta tildaron al Gobierno de "fascista", se les olvidó que las huestes de López Obrador, los "maestros", sindicalizados y diversos grupos de choque, a menudo hacen lo mismo y secuestran el Zócalo no por unas horas, sino durante varios meses. El Zócalo es de todos y ni el Gobierno ni particulares, pueden ni deben disponer de un espacio público que está diseñado para el disfrute de cualquier ciudadano.
Nos leemos en Twitter, sin lugar a dudas: @patoloquasto