Se intensificará esta semana y las siguientes el duelo de estrategias de mayorías y minorías en el Congreso, en esta fase final del trascendente proceso reformista de estos años. Las mayorías, con su propósito de mantener desbloqueado -y las minorías, por mantener bloqueado- el curso de aprobación de los cuatro dictámenes en que se agrupan decenas de modificaciones y las casi una decena de nuevas leyes que reglamentarán y permitirán poner en acto los radicales cambios constitucionales ya aprobados en materia energética.
Pero, como ya se ve, no habrá algo parecido a una discusión en busca de acuerdos. Como en todos los parlamentos del mundo, a estas alturas, lo concluyente es la correlación de votos a favor o en contra de las reformas. En el episodio terminal de un proceso legislativo -cuando ya están decantadas las posiciones en uno u otro sentido- sólo suelen quedar dos grandes bandos, con sus respectivos discursos y estrategias. De un lado, las minorías que se resisten a perder y presionan por la postergación de las definiciones legislativas con la esperanza de hacerlas eventualmente inviables. Y del otro, la mayoría, que se empeña en conducir el proceso hasta su definición final, una vez que considera llegado el momento porque su contabilidad le da la votación suficiente.
ESTRATEGIAS
Las miles de reservas al dictamen avanzadas por el PRD, y su posterior retiro de las comisiones, forman parte de un escenario en el que el grupo minoritario activa todos los recursos dilatorios a su alcance -parlamentarios y extraparlamentarios- para detener el proceso, mientras, el grupo mayoritario trata de liberarlo.
Pero si en EU se legisla a fin de reducir espacios para el filibusterismo, como llaman allá a las maniobras dilatorias de las minorías en el Congreso, aquí las mayorías suelen limitarse a hacerle el vacío a las intervenciones de las minorías, a fin de que agoten sus tiempos frente a los micrófonos y se pueda proceder a las votaciones.
Así, el bloque mayoritario no replica ni a golpes argumentales o ideológicos ni, mucho menos, a los frecuentes golpeteos de injurias y provocaciones, ante lo cual, las minorías acusan a las mayorías de negarle al pueblo un debate esclarecedor que determine las decisiones de los legisladores.
LO MÁS AUTORITARIO
Pero, parece difícil esperar esclarecimiento alguno de la repetición de mantras y eslóganes que se pretenden hacer pasar por debates parlamentarios. Ciertamente, nada nos impide dar por buena alguna versión heroica de la retórica política en la historia universal, en que el discurso de un tribuno pudo definir la decisión de una asamblea, persuadiendo a contrarios y a indecisos: digamos Robespierre en mayo de 1789 en la extraordinaria reconstrucción de Andrzej Wadja, en su película "Danton". Pero las centurias de vida parlamentaria británica y estadounidense -por poner dos ejemplos emblemáticos, en dos sistemas políticos distintos- colocan los procesos de toma de decisiones en las cámaras legislativas más lejos de la épica de la tribuna y más cerca del cabildeo de los grupos de interés y de las negociaciones de gobiernos y minorías.
Así se forman las mayorías en los países de tradiciones democráticas. Y así se forman ahora en México. Y por eso, allá y acá queda poco por debatir cuando los dictámenes llegan al pleno. Hasta hace poco, la mayoría estaba preestablecida en el país por un partido dominante bajo el control de un Ejecutivo todopoderoso. Pero en este siglo de mayorías relativas y gobiernos de minoría ese expediente histórico resulta irrepetible, para no hablar de sus rasgos autoritarios y antidemocráticos. Pero hay algo peor, más autoritario y más antidemocrático que aquella forma de integrar las mayorías. Y es que sea la minoría la que pretenda imponerse a las decisiones de las mayorías formadas mediante la conciliación de posiciones e intereses, la negociación y el acuerdo.
(Director general del Fondo de Cultura Económica)
