A Kraftwerk le debemos hoy el sonido de grupos como Daft Punk y el uso de los sintetizadores electrónicos que lanzaron a la fama a Madonna y a Depeche Mode. En 1970 cuando el éxito número 1 de la lista de Billboard era la música del piano de "Bridge Over Troubled Water", del dúo Simon and Garfunkel, en la ciudad alemana de Düsseldorf los entonces estudiantes Ralf Hütter y Florian Schneider se unieron para revolucionar el sonido de la música pop, distorsionando sus voces con las primeras computadoras, repitiendo armonías en un estilo minimalista y con sintetizadores electrónicos. En palabras de Giorgio Moroder, otro de los pioneros de la música electrónica, se estaba creando el "sonido del futuro".
La música electrónica pronto se popularizó y se fusionó con la música disco. Todos los cantantes de los 70, incluidas Diana Ross y su "Love to Love You Baby" o Gloria Gaynor y su "I Will Survive" utilizarían el sonido experimental de manufactura alemana y con productores italianos, el sonido de Kraftwerk, Moroder, los belgas de Two Man Sound o la banda alemana Boney M.
Por ello, el fin de semana pasado cientos de groupies y de nuevos fans acudimos a alguno de los tres conciertos con pantallas en 3D que Kraftwerk dieron en la Ciudad de México en el recinto "El Plaza".
Al llegar, por afuera no hay nada que llame la atención del edificio que ocupa el centro de espectáculos "El Plaza", acaso los vendedores ambulantes que venden "la playera oficial" o el DVD del concierto, que quemaron de YouTube, en donde se puede ver el mismo concierto que Kraftwerk lleva dando desde el 2003. El edificio es de hecho bastante feo y la esquina en la que se encuentra, entre las calles de Juan Escutia, Tamaulipas y Nuevo León, es caótica, ruidosa y una de las entradas a la Colonia Condesa, un barrio que lleva ya casi 3 décadas "de moda" con sus restaurantes que cobran más por ser visto en una de sus mesas, que por la calidad de la comida o por la atención a sus clientes. En ese edificio hubo antes uno de esos casinos "Kaliente", que afortunadamente duró pocos años, y antes, en los 90, un cine bastante frecuentado, con salas amplias, en donde se proyectaban "películas de arte" y donde aún se podía fumar sentado en sus asientos.
Hoy "El Plaza" es la mejor sala de conciertos de música contemporánea del DF. El interior parece haber sido intervenido arquitectónicamente por el mismo despacho encargado del techo de la Cineteca Nacional, que Tovar y de Teresa aún no logra terminar. Las paredes de los costados parecen un enjambre y en el centro hay un gran salón que sirve de pista de baile o que puede ser llenada con sillas, dependiendo del concierto. Por ahí han pasado artistas como Pink Martini, cuyas entradas a sus conciertos siempre se agotan en cuestión de minutos en salas de conciertos de Nueva York.
Los cuatro integrantes de Kraftwerk salen vestidos en trajes completos, que parecen leotardos de los de que usan los actores en la película "Tron", la versión ochentera, y se acomodan lentamente en los cuatro podios del escenario y en segundos empieza su éxito "The Robots", con las proyecciones en 3D, realizadas por Rebecca Allen. Figuras animadas salen de las pantallas y abrazan virtualmente a los asistentes con sus lentes de 3D, como si fueran "Samantha", el Sistema Operativo de "Her", esa bella metáfora del amor en tiempos de inteligencia artificial, escrita y dirigida por Spike Jonze. Algunos bailan, otros simplemente observan. Un hombre treintañero, con algunas cervezas de más, grita "¡Bailen, pinches zombies democráticos!".
La música electrominimalista de Kraftwerk y las proyecciones emborrachan a la audiencia, aunque también se vuelven monótonas después de un rato. En el recinto la mayoría saca sus teléfonos inteligentes, iPhones o Androids, y graban fragmentos del concierto para después subirlos a YouTube, Vine o Vimeo. No tiene chiste vivir la vida real si no hay un registro virtual. Así parece que hemos aprendido a ver los conciertos, en los videos que grabamos de ellos y no en los recuerdos presenciales que se almacenan en la memoria. La memoria digital no falla. El disco duro humano sí, es selectivo. Al final, parecemos confiar más en la memoria digital que en la memoria que se distribuye en diversas partes de nuestros cerebros.
Algunos se quitan los lentes y aprovechan para salir a tomar aire, a fumar un cigarro, a checar su Tinder, Grindr, Twitter, Facebook, Instagram o red social de su preferencia. Los cuarentones revisan sus Emails. Afuera, la vida en La Condesa prosigue, pasa un hombre en bicicleta que vende frutas, los tacos de enfrente inundan la calle con olor a fritanga, una pareja gay se besa frente a un policía que ya no los ve con los ojos amenazantes de "las faltas a la moral". Los abuelos de la música electrónica tocan dos horas y un poco más, aguantando parados en sus lugares, casi sin moverse. Podrían habernos engañado a todos. En sus podios había computadoras y mezcladoras, que quizá ni prendidas estaban, pero ¿a quién le importa? Al final los alemanes van desapareciendo del escenario uno a uno. El último en irse sólo dice un "gracias, hasta luego", es su único contacto humano con la audiencia. Los cuatro robots se han ido. La nostalgia electrónica es sólo la antesala del amor de computadora. Es el siglo 21.
Politólogo e Internacionalista
Twitter @genarolozano