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Ismael Lares

Los Encuentros de escritores, como reuniones sociales, pueden parecernos necesarios, divertidos, interesantes, etcétera. Pero si consideramos su verdadera función dentro del panorama cultural, en cambio, resultan patéticos, desafortunados, perniciosos y ligeramente inútiles.

Debo reconocer cabalmente que yo he sido invitado a dichos Encuentros, y, para colmo, he participado en más de una decena sin pena ni gloria, es decir, no me han servido de nada más que para hacer relaciones públicas y pasar un buen rato (¿será eso suficiente?). Y admito que algunas de mis estimadas amistades han surgido gracias a estas amenas reuniones. Claro que, tampoco puedo denostar en su totalidad la causa de un Encuentro: convocar a una cantidad considerable de escritores para compartir, leer y mostrar su obra ante un público, o bien, frente a sus coetáneos. Obviamente no siempre se logra el cometido principal.

Los escritores se quejan de todo, de sufrir más que otros artistas, de falta de difusión, y sobre todo de no ser leídos.

La paradoja de los escritores que acuden a un Encuentro es que terminan perdidos; ya sea en el sentido peyorativo que relaciona la pérdida con el excesivo consumo de alcohol, o en tanto se refiere a no acudir con sus pares.

El resultado de estas convenciones es casi siempre lamentable. Salvo escasas ocasiones, acudir a un Encuentro en calidad de público es abrumadoramente aburrido, por lo general, tan desalentador como escuchar discursos de diputados, presidentes municipales o gobernadores.

Pero estos son los escritores de Encuentro. Cuando un escritor dedica el tiempo a la escritura, le cuesta trabajo acudir a eventos, aquellos festines dedicados no a profundizar y abrevar en el hecho literario, si no a promover las relaciones públicas y la convivencia.

Durante los últimos cinco años he asistido a varios encuentros, como ya he mencionado, y claro, yo tampoco me salvo de lo que aquí escribo, pues, a decir verdad, soy juzgado por mi propia vara, si no, ¿cómo pudiera atreverme a escribir lo anterior?

Lo mejor, probablemente, de los Encuentros, es la diversidad de la fauna literaria. Uno encuentra todo tipo de especies ahí, es fenomenal lo que uno aprende en esas asambleas, por ejemplo: que hay, claro está, una primera clasificación tan común que deriva en poetas, narradores, ensayistas y dramaturgos; empero, si queremos ir más allá, encontramos que entre los poetas hay exquisitos, marginales, megalómanos, modestos o humildes, y las poetas.

Por otro lado, están los narradores, estos se clasifican en mitómanos, heteromitómanos, testigos, liosos, vanidosos, y narradoras; asimismo están los ensayistas, seres sumamente extraños. Por ejemplo, los etcétera, los caníbales, los juiciosos y prejuiciosos, los creativos y teóricos, los constreñidos y libérrimos, y las ensayistas-narradoras-poetas.

Finalmente, están los dramaturgos, pero ellos, primero, que se liberen.

Esta superficial taxonomía es apenas un atisbo a la inconmensurable fauna literaria. Yo, francamente, creo que también formo parte de esta guasa, no me salvo. Porque otro peldaño en la clasificación es que los escritores somos plañideros y extrañamente estamos de buen humor. Si nos invitan a los Encuentros nos quejamos porque hay poco tiempo para promover, promocionar o difundir nuestra obra, o bien, la queja va más allá, que nos molesta que nos haya tocado compartir habitación con Fulano o Sutano; si no nos invitaron al Encuentro viene el lamento también, porque además de todos las cosas que nos disgustan ya de por sí, tenemos que soportarnos.

Twitter: @ismael_lares

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