Tras la muerte de González Salas, el presidente Francisco I. Madero se inclinó por elegir al veterano de las guerras contras los mayas para Jefe de la División del Norte: el general Victoriano Huerta.
(Sexta parte)
La noticia de la muerte tan dramática de quien fuera en su momento Ministro de la Guerra y de Marina caló profundamente en el ánimo de todo el gobierno maderista tras la derrota sufrida por las fuerzas federales contra los 7,000 elementos semiorganizados que conformaban las huestes de Pascual Orozco: en el caso del presidente Madero, pesaba más en su consciencia la muerte inesperada de un militar de carrera con la gran experiencia que en su haber poseía el finado General José González Salas para las fuerzas armadas tanto como para las instituciones democráticas establecidas; para la opinión pública, por su parte, esta primera batalla de Rellano se presentaba ante sus ojos tanto o más aparatosa de lo que en realidad pudo haber sido, pues contribuyó de algún modo en pensar que la inestabilidad de la Revolución hecha gobierno bien podía pender de un hilo, y que solo bastaba un soplo o movimiento ligero pero bien coordinado para derrocar al propio Madero junto con todo su gabinete; y por último, para los "colorados" insurrectos y para su jefe este triunfo se convertía nada menos que en la posibilidad de poder avanzar al sur del Estado con miras muy visibles de llegar incluso hasta la capital del país para convertirse en gobierno en vez de una gavilla de descontentos.
Los diarios y las publicaciones comentaban este suceso como una posibilidad nada descartable que anticipara un nuevo cambio en el tablero político por medio de un golpe de timón.
Empezaban a manifestarse en el ambiente cierto espíritu de inconformidad alentado también por la impresión que proporcionaba a muchos la idea de regresar al antiguo sistema de cosas, ya sea resucitando a algunos de los miembros del último gabinete porfirista como era el caso del mismo Limantour-que no se habría prestado nunca para ello-o evocando al pretorianismo más radical en la persona del general Bernardo Reyes, o incluso, como si de algún tipo de dinastía se tratara, nada menos que al sobrino del mismísimo Don Porfirio: el general Félix Díaz.
La situación requería por lo tanto de un inmediato relevo en la dirección de la División del Norte, y esta exigencia por jerarquía y por renombre disciplinario vino a recaer en uno de los elementos menos esperados, nada menos que en un militar de oscuro origen a quien había tocado el honor de escoltar al "Héroe de la Paz y del Progreso" en su exilio desde la estación ferroviaria de Colonia hasta el puerto de Veracruz: el general Victoriano Huerta.
Los antecedentes políticos de Huerta no dejaban de parecer a muchos no precisamente los más idóneos para encabezar una empresa que merecía toda la confianza del presidente Madero. Nacido en Jalisco, y de extracción muy humilde, el indígena Huerta fue incorporado por la fuerza a la carrera de las armas, esto es, a través de la leva por parte de un jefe militar de filiación republicana-liberal.
Sin embargo, pese a este antecedente de violencia que en muchos otros casos hubiera generado un rechazo automáticos o inclinado a cualquiera a la deserción, el joven Victoriano se adaptó extrañamente a la disciplina y el rigor pretoriano, manifestando desde entonces una total subordinación a sus superiores (sentido del orden) así como una facilidad natural por cuanto respecta a la carrera de las armas, enlistándose en el Ejército Federal en plenitud de su adolescencia, llegando incluso a conocer al propio Benito Juárez en la década de los 1870, y de quien se dice que al verlo le dijo:"La Patria espera mucho de individuos como usted". Con esfuerzos y dedicación emprendió los estudios básicos para acreditar como miembro del Heroico Colegio Militar, destacando por su adiestramiento, evidenciando fiereza y tenacidad en los ejercicios. Fue recordado singularmente como un elemento bien disciplinado, pero con un defecto o debilidad aunado a su carácter adusto, y era el vicio del alcohol, mismo que había adquirido durante sus años de entrenamiento en el cuartel.
A finales del siglo XIX, Huerta fue destacado a sostenerse en el puesto correspondiente al Estado de Nuevo León, que era de algún modo el feudo regional del general Reyes como Ministro de la Guerra, en un punto prácticamente olvidado de todos y en donde los elementos propios del entorno físico representaban cierta hostilidad, por lo extremoso de aquel clima, para el oriundo de la región centro-occidente del país. Sin embargo, con estoicismo y tozudez propia, se mantuvo firme en aquel sitio donde el régimen porfiriano le había hacinado hasta cierto punto pese al haber destacado eminentemente como elemento activo en las célebres rebeliones mayas, como bien mencionara Vasconcelos en La Tormenta. Sin embargo no todo fue hacinamiento para el militar jalisciense puesto que también bajo el Porfiriato le tocó estar a cargo del Departamento Geodésico y fungió como titular encargado de la vigilancia en tramos ferroviarios-siendo Inspector de Ferrocarriles-en donde también destacó por su sentido del orden.
No obstante lo anterior, fue Madero quien lo sacó prácticamente de la nada, confiándole el mando en el Estado de Morelos en zonas de influencia zapatista, desde el interinato de León de la Barra, destacándose por lo implacable de sus métodos en contra de la población que además de los amagos terribles del zapatismo, de algún modo tenía que habérselas con el carácter de Huerta, que obraba arbitrariamente a espaldas del gobierno central.
Recibió Huerta el mando de la acéfala División del Norte de parte de Madero, tomando el tren militar correspondiente en dirección a San Luís Potosí, sitio en donde efectuó una escala bastante significativa puesto que, contrario a los postulados de la Revolución Mexicana y al propio espíritu humanista de Madero, improvisó una leva de soldados y efectivos en la entidad y en sus alrededores, hasta contar con el número que a su particular criterio estimaba como el necesario para reemprender la ruta bélica, cruzando Zacatecas y haciendo escala en la ciudad de Torreón.
Una vez en la Comarca Lagunera, se dedicó a enviar una serie de telegramas tanto al gobierno central como a otras guarniciones diseminadas en el Estado de Coahuila y sus alrededores, volviendo a implementar una nueva leva en esta ciudad, del mismo modo que lo había hecho en San Luís. Estableciendo por corto tiempo su centro de operaciones, a diferencia de su trágico antecesor, llegó a distinguirse por su cautela extrema: siempre desconfiando de todos, tanto de los ciudadanos como de sus propios subalternos, no permitiendo que tuvieran acceso completo a lo que desde antes de salir de la capital había tenido a bien definir como su estrategia de campaña para batir la insurrección de Orozco.
Como muestra de confianza por parte del presidente, a la División del Norte bajo Huerta, se le unió nada menos que el general Emilio Madero y un antiguo elemento maderista desde los tiempos en que el "Apóstol de la Democracia" saliera del llamado Cuartel General de la Revolución en Bustillos, investido como jefe de la Primer División del Norte del Ejército Libertador Revolucionario: Francisco Villa, ahora reconocido como general honorario.
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