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Luis Estrada: magistral farsante

El género por excelencia del cine mexicano

Luis Estrada: magistral farsante

Luis Estrada: magistral farsante

Eduardo Santoyo

Según Eric Bentley, excelente teórico literario inglés, la farsa como género dramático es un género menor de la comedia; según Ana Cecilia de la Torre, una teórica literaria mexicana, la farsa sí es un género dramático.

La tradición teatral divide a los géneros dramáticos en dos grupos, los realistas: la tragedia, la comedia y la pieza, y los no realistas: el melodrama, la tragicomedia, el género didáctico y la farsa.

En el caso del cine de Luis Estrada, el punto sería establecer la diferencia entre la comedia y la farsa. La principal característica de la comedia es que trata de una historia sobre personajes con un vicio que, llevado al extremo, los hace caer en el ridículo, el ejemplo más claro son los personajes de las comedias de Molière, como El avaro, donde el título nos indica el vicio. El gran mérito de Molière es que logra poner todas las características de la avaricia en un personaje. Cuando vemos la obra o leemos sus comedias, llegamos a la conclusión de que, efectivamente, así son las personas avaras.

En el caso de la farsa, nos encontramos con personajes que poseen un vicio, pero a diferencia de la comedia, no representan a un individuo, sino a un grupo social. Por eso pertenece al grupo de los géneros no realistas, como el melodrama. En la farsa todos los vicios de una sociedad están encarnados en los personajes, ése es el mérito del cine de Luis Estrada. Al igual que en la comedia, al terminar de ver una de sus películas llegamos a la conclusión de que realmente así somos, en este caso, todos los mexicanos.

La farsa debería ser el género por excelencia del cine mexicano, aunque en la práctica dominen el melodrama y la comedia. La farsa no es un género que agrade a todos los espectadores, en la medida en que es un espejo de nuestra sociedad. Como espectadores preferimos evadir nuestra propia imagen con pésimos melodramas y patéticas comedias, basta con echar una mirada a las telenovelas o al cine mexicano de finales del siglo pasado.

HIJO DE «EL PERRO»

Luis Estrada es uno de los directores mexicanos más exitosos de los últimos tiempos. Ha dirigido diez películas de las cuales dos lo han colocado en la historia del cine mexicano como uno de los directores más creativos e innovadores; La ley de Herodes (1999) y El infierno (2010). Hijo de José Estrada, «El perro» entre sus allegados, fue un director en la década de los setenta, realizador de algunas películas interesantes como Maten al león (1977) o Ángela Morante ¿crimen o suicidio? (1981).

Heredero de la tradición paterna, Luis Estrada dirigió su primer largometraje en 1991, Bandidos. Pero no fue sino hasta La ley de Herodes que logró su consolidación como escritor y director del nuevo cine mexicano.

El gran acierto en las cintas de Estrada, radica en el uso de la farsa como instrumento para abordar los temas que nos aquejan como mexicanos. Son temas que todos conocemos, y que necesitan reformas estructurales como: la pobreza, la violencia, la marginación, etcétera. En tiempos recientes, las dos películas mencionadas, junto con El crimen del padre Amaro (2002) de Carlos Carrera, han sido el espejo en el que no todos los mexicanos -asumiendo la actitud de la avestruz- queremos vernos retratados.

A RITMO DE MAMBO Y DANZÓN

Juan Vargas, «Varguitas», es un politiquillo de quinta que ha pasado su vida esperando a que la Revolución le haga justicia. La acción se desarrolla en los años cincuenta, en un pueblo perdido en medio de la nada, en plena época del impulso modernizador populista, que bien pudiera ser cualquiera, y es todos los pueblos y ciudades de nuestro país.

Varguitas forma parte de una clase social parasitaria que nos aqueja desde la época revolucionaria: el arribista político. Hasta en el último rincón del territorio nacional podemos encontrar a estos sujetos, taza de café en mano, que sienten que poseen todas las respuestas que el país necesita, y que cuando llegan a obtener cierto poder se olvidan de todas las propuestas, y se dedican a enriquecerse hasta la quinta generación.

En los años cincuenta, se tenía la idea de que nuestro país tenía la forma de un cuerno de la abundancia. Las expectativas de crecimiento eran exorbitantes, la modernidad nos iba a arrollar. La perinola estaba girando y, por desgracia, para los años setenta se detuvo con la leyenda «todos toman». Varguitas y su clase lo hicieron a manos llenas.

La ley de Herodes, con un guión del propio Estrada en colaboración con el maestro Vicente Leñero, nos cuenta las peripecias de Juan Vargas, salido del muladar, «no quiero que me des, nomás que me pongas donde hay», hasta su consolidación como político en la cámara de diputados. Y como en México no pasa nada y dicen que nos reímos de nuestras propias desgracias, la cinta se desarrolla a ritmo de mambo y danzón, porque si nos ponemos serios o solemnes nadie nos va a creer. Reír para no llorar.

Las actuaciones del elenco son extraordinarias, empezando por Damián Alcázar, en el papel protagónico, acompañado por Pedro Armendáriz, Leticia Huijara, Eduardo López Rojas, Guillermo Gil, como el voraz cura del pueblo, entre otros. Hay que destacar el trabajo de fotografía a cargo de Norman Christianson, que logra crear una atmósfera claustrofóbica a la luz de la pátina del tiempo.

INDIGNADOS A LA MEXICANA

El año pasado, se presentó un economista en los medios de comunicación explicando la situación que viven los jóvenes europeos, y sus expectativas, quienes al percatarse del negro futuro que les espera, han salido a las calles a manifestarse formando el movimiento de los indignados. Falta de oportunidades, cero oferta laboral, migración de jóvenes del tercer mundo que van a disputarles el empleo a los europeos, y otros factores raciales y culturales, fueron algunas de las causas que provocaron que los jóvenes salieran a manifestarse.

En nuestro país no tenemos indignados. No faltará algún político que quiera capitalizar esta circunstancia aduciendo que es una de las ventajas de nuestro sistema de gobierno, pero la realidad es que ésta es una explicación muy ingenua. El mismo economista aventuraba la siguiente hipótesis: nuestros jóvenes, producto del sistema educativo nacional, son incapaces de entender qué es lo que está pasando en su entorno, y tampoco pueden darse cuenta de los factores políticos, sociales y, sobre todo, económicos, que los marginan del bienestar social. Incapaces de entender las causas, sólo sienten las consecuencias; su única alternativa es la narcoviolencia. Ésa es la forma más terrible de mostrar, involuntariamente, su indignación.

El infierno, nos cuenta la historia de Benjamín García, Benny en inglés, interpretado de nuevo por su actor de cabecera, Damián Alcázar, un exbracero que ha sido expulsado del imperio y que ahora regresa a su pueblo -cualquier pueblo, todos los pueblos- igual o peor de como se fue muchos años atrás. Las circunstancias son nuevas para él, pues podrá reencontrarse con uno de sus antiguos amigos, el «Cochiloco» (alias de uno de los narcos más conocidos en los años ochenta), interpretado magistralmente por Joaquín Cosío, quien lo ayudará a incorporarse a las filas del narcopoder. Benny, como miles de mexicanos, será arrastrado al último de los círculos del infierno de Dante, la narcoviolencia.

Contada así, la anécdota parecería una tragedia, pero Luis Estrada ataca de nuevo. Damián Alcázar, como Benny, alcanza momentos antológicos en esta farsa. Su personaje podría equipararse al de Tin Tan, el gran pachuco, cada vez que los espectadores no pueden dejar de reírse a «sabiendas» de que les están contando la cruda realidad que los rodea. Por eso, al encenderse las luces de la sala, no pueden sino decir: “Pues sí, así somos”.

Correo-e: esantoyor@hotmail.com

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