Como cada año, ha llegado la fecha en que festejamos a los profesores, aquellos que han elegido como forma de vida dar lo más importante de su ser enseñando a los estudiantes. Que profesan.
Tuve la fortuna de conocer a algunos de aquellos viejos educadores que tomaban su tarea con verdadera entrega y enseñaban de la mejor manera: con el ejemplo.
Aunque sea injusto mencionar solamente a algunos de ellos, ya que representa dejar de reconocer a otros muchos, mencionaré unos pocos ejemplos del profesor verdadero, que me ayudaron a aprender a participar en la facilitación del desarrollo humano de jóvenes adolescentes.
Antonio Bernal, de familia de educadores, a quien conocí en el viejo Colegio Elliot, cuando iniciaba una universidad coahuilense, donde trabajé y le entregué doce años de mi vida recibiendo a cambio un buen aprendizaje. Recuerdo al profesor Eleuterio Ovalle, de la Escuela Técnico Industrial, quien con su muy particular manera de dirigir logró cimentar un alto prestigio académico de su institución, llegando a darse el lujo de ganar concursos compitiendo contra universitarios; al profesor Roberto Zúñiga, quien con especial paciencia y hasta tolerancia me dió cátedra sobre motivación y cómo educar a estudiantes de turnos nocturnos y, entre todos, al profesor Pedro Rivas, quien logró, al menos parcialmente, limar mis asperezas humanas y orientarme en la administración de la educación superior. Es interesante confirmar que todos ellos son muy queridos y respetados por sus exalumnos.
Hoy le invito a "Dialogar" tomando a un maestro en Ciencias de la Educación como muestra; al muy querido Luis Azpe Pico, hombre de letras que por decenas de años enseñó en escuelas privadas de la región y que ahora goza del reconocimiento y atención amorosa de muchos de los casi seis mil estudiantes que recibieron sus enseñanzas. Tal vez Usted sea uno de ellos.
Luis, cariñosamente Luisito como le llamamos quienes le admiramos, es un personaje lagunero que por méritos propios ha recibido el reconocimiento del Ayuntamiento de Torreón al publicarle un brevísimo texto sobre su persona, llamado "La Caligrafía del Profe", escrito por Antonio Álvarez Mesta. Indudablemente se quedaron cortos por ser imposible agregar en algún texto todas sus experiencias educativas y sus anécdotas de humano.
El título no tiene desperdicio, se refiere a su letra cursiva, que algunos de sus amigos definimos como "de señorita victoriana". Precisamente por esa capacidad caligráfica, dado el caso, le pedimos que nos ayude a rotular diplomas y hasta invitaciones para bodas.
Es de esos "profes" que enseña con "firmeza en los labios y dulzura en el corazón", como dijera la Dra. Margarita Gómez Palacio, otra insigne profesora lagunera, siendo incontables sus anécdotas referentes al proceso educativo, todas ellas impregnadas de un humanismo que dejó huella en quienes pasaron por su salón de clase y los que tuvimos la fortuna de trabajar cerca de él.
Su esposa Bibi enfermó y requirió de una operación para la que Luis no contaba con recursos económicos suficientes; sus alumnos se enteraron y la respuesta llegó de inmediato, reuniendo una cantidad de dinero mayor al costo de la cirugía. Otros le aprendieron formas dignas de vivir, algunos presentándolo a otros adolescentes, a quienes invitan a conocer al profesor, presentándolo como "su amigo", reconocimiento que al recordarlo le produce lágrimas en los ojos.
Y no piense que es de los llamados profesores "barcos", esos que aprueban a sus discípulos fácilmente; su secreto es tener métodos didácticos que provocan a los muchachos al estudio, como declararse cansado y pedirles que le dejen corregir trabajos a la vez que les pone obras operísticas en su grabadora; actualmente, de entre esos estudiantes hay varios adultos que son amantes de la música clásica.
Luis, aunque jubilado, sigue dando asesorías en otras escuelas, dejando ese característico sello particular en cada uno de sus alumnos y compañeros de trabajo. Yo aprendí a admirarlo y respetarlo como el ser humano excepcional que es.
Humano con debilidades que ha superado, como el alcoholismo provocado por su muy sobrada sensibilidad y romanticismo, tiene el don de la simpatía y mantiene en la memoria un sinnúmero de anécdotas, chistes y chascarrillos que son delicia para sus escuchas; de entre todas le escribo una:
Siendo estudiante -ya adulto, otro mérito más a su cuenta- se cruzó en un pasillo con otro sampetrino, Carlos Güereca, quien padecía una infección ocular.
Queriendo hacerle una broma, el amigo le comentó de su enfermedad diciéndole:
- "Ay Luisito, no sé que tengo en los ojos que puros 'cabritos' veo", a lo que de inmediato le contestó:
- "Pues cuídate Carlitos, porque así empecé yo y ahora veo a puros 'jijos de la guayaba'".
Indudablemente que es una grata experiencia conocer a esos personajes, educadores verdaderos que debiéramos imitar muchos pretensos de profesor. Felicidades a todos ellos.
ydarwich@ual.mx