El fin de semana pasado decenas de millones de mexicanos festejaron, recordaron, celebraron, conmemoraron a sus madres, en una fecha que ya está a punto de cumplir un siglo de ser observada de manera casi religiosa en nuestro país.
Es muy peculiar la relación que los mexicanos tenemos con el género femenino en general y con las mamás, esposas y hermanas en particular. Una mezcla de machismo, respeto, agresión, menosprecio e idolatría acompañan y dan forma a los muchos sentimientos encontrados que tenemos como país y como sociedad con las mujeres.
Podemos atribuirlo a muchas cosas, buscar justificaciones y explicaciones en los aztecas; en la conquista, la Malinche y el mito/anecdota de la chin..; en la religión católica que tantos dicen profesar; en el espíritu latino o la españolidad que muchos se adjudican, pero lo cierto es que en el trato a las mujeres somos campeones de la hipocresía, la duplicidad, la doble moral y una suerte de fanatismo edípico que todo lo cubre en los días previos y posteriores al diez de mayo.
El trato que una sociedad, un país, dan a sus mujeres es la verdadera medida de su nivel y estatura moral. En México la cursilería y la moralina se adueñan de todo durante un día, pero pocos de los que con tanta enjundia celebran a "las madres" y les reconocen durante ese día su esfuerzo y abnegación, saturan las redes sociales con fotos de sus progenitoras como en un concurso de Doña Yocasta, pocos de quienes eso hacen tienen la memoria suficientemente larga como para acordarse, o ser congruentes, durante el resto del año.
Celebramos a las mamás con una dulzura capaz de provocar un coma diabético, pero hacemos bien poco para defender los derechos básicos de las mujeres trabajadoras. Ya sean empleadas de maquiladoras o trabajadoras domésticas, oficinistas o sexoservidoras, amas de casa o vendedoras ambulantes, millones de madres mexicanas trabajan y viven en la indefensión, sujetas a acoso, a sueldos dispares, a discriminación por el hecho de ser mujeres o madres.
Hay en México arribita de 20 millones de mujeres con al menos un hijo, y de ellas poco más de 8 millones son madres solteras. Aquellas que están incorporadas a la economía formal tienen que soportar condiciones desiguales, pocas oportunidades de crecimiento profesional y una legislación laboral que está muy lejos de ser de vanguardia. El embarazo, la maternidad y la soltería o el divorcio las convierten en parias en muchas empresas, y no me refiero precisamente a las pequeñas. Eche usted un vistazo a su corporativo favorito y pregúnteles, y pregúntese, cuantas mujeres y en qué posiciones y condiciones trabajan ahí.
La economía informal es un infierno, particularmente para las mujeres con hijos. ¿Cuántas empleadas domésticas no tienen que renunciar a su trabajo (o ser despedidas) por un embarazo, cuántas no tienen que renunciar a ver a sus hijos con tal de tener un empleo con un salario miserable y condiciones de vida completamente indignas?
¿Lo duda, caro lector, lectora? Asómese a uno de los llamados cuartos de servicio en cualquier casa de una zona residencial de clase media o alta. Pregunte si tiene ventanas, si tiene baño, si tiene catre o cama. Pregunte por el sueldo, por el seguro social, por los días de descanso. Esas respuestas multiplíquelas por millones de mujeres que viven bajo esas condiciones, lo mismo en la fábrica que en la casa que en la oficina o en la calle.
Y después de todo eso, pregúntele al señor y a la señora, amigos suyos sin duda, que subieron ese video cursi a Facebook acerca del valor de las madres trabajadoras, si están haciendo algo para mejorar su situación.
No vaya a ser que le respondan que eso, a ellos, les vale lo mismo que el título de este articulo.
Twitter: @gabrielguerrac