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MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS

TARDE TE AMÉ

Jacobo Zarzar Gidi

La humanidad está sufriendo una ola de materialismo que parece querer invadirlo y penetrarlo todo. Este paganismo contemporáneo se caracteriza por la búsqueda del bienestar material a cualquier precio, y por el correspondiente olvido de las cosas de Dios. Con esta perspectiva, palabras como pecado, cruz, mortificación, espiritualidad, sacrificio y oración… resultan incomprensibles para gran cantidad de personas, que desconocen su significado y su sentido.

Cada vez un mayor número de seres humanos en el mundo ya nada quieren saber de Dios, están aparentemente contentos y tranquilos con esa frialdad espiritual que permitieron avanzar en su alma. Ese materialismo radical ahoga el sentido religioso de los pueblos y de las personas, oponiéndose directamente a la doctrina de Cristo, quien nos invita a tomar la Cruz como condición necesaria para seguirle. Es importante no poner nuestro corazón en las cosas de la tierra, porque todo envejece y se vuelve caduco. Sólo el alma que lucha diariamente por mantenerse en Dios, permanecerá joven y radiante, hasta que llegue el encuentro con el Señor. ¿De qué nos serviría ser dueños de todos los negocios de la ciudad, si perdemos el alma?

Desde hace varios años he tenido la costumbre de preguntar a personas que acabo de conocer: "¿Qué porcentaje 'del cero al cien' cree usted que existe la Vida Eterna?". Hace pocos días le hice la misma pregunta a una persona que llegó de Europa. De inmediato me contestó: "Cero". "Yo no creo en esas cosas, son puros cuentos". "Además, ¿quien ha regresado para decirnos que existe?". Le pregunté que si rezaba, y me contestó que "por supuesto que no". Le comenté de las apariciones de Fátima, donde la Santísima Virgen nos pidió por medio de los humildes pastorcitos "que rezáramos el Rosario para que el mundo se salvara". Me contestó que "¿quién nos aseguraba que la Virgen había dicho esas palabras?". Me aclaró además -para justificarse, "que él no creía nada de eso por culpa de los sacerdotes". Yo ya no quise contestarle, pero sentí una profunda pena. Y me quedé pensando: ¿Por qué tanta gente cuando pierde el gran tesoro de la fe, le echa la culpa a los sacerdotes? ¿Qué culpa tienen los sacerdotes de ese descuido personal que pone en juego su propia salvación?

Ya sabemos que existen sacerdotes regulares, pero también hay otros que son buenos, y algunos que son excelentes. Independientemente de eso, nuestra fe no debe estar basada en el comportamiento de los sacerdotes. Sentí una enorme tristeza y me pregunté: "¿Cómo se ha podido sostener espiritualmente ese señor durante los setenta años que tiene de vida, sin implorar el auxilio Divino en las tribulaciones diarias que se le fueron presentando?, ¿De qué le sirve ser tan conocedor de tantos temas de los cuales hizo gala durante la hora del café, si desprecia lo más importante que es la parte espiritual de su ser? ¿En dónde quedó aquel viejo Rosario que con toda seguridad usaron su madre y su abuelita cuando siendo niño lo tuvieron enfermo con altos grados de temperatura? ¡Qué tristeza que tanta gente haya perdido la fe! Y ¿qué estamos haciendo ahora nosotros para revertir esa tragedia universal?

Los que vinieron hace más de cinco siglos a evangelizarnos, ahora necesitan con urgencia que nosotros los evangelicemos. Muchas de las iglesias del viejo continente están vacías y las han convertido en museos. Tantos grandes santos que ha tenido España, como Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola y muchos otros más, dejaron un enorme legado de fe y espiritualidad que jamás deberíamos olvidar. No seamos hombres sin fe, tristes y vacilantes en razón de una existencia vacía. Seamos cristianos alegres, seguros de nosotros mismos por la fuerza que nos da el gran don divino de la fe y por el convencimiento absoluto de nuestro destino sobrenatural.

Todos los días deberíamos sentir una inmensa necesidad de orar, porque si no tratamos a Cristo ¿qué es lo que puede llegar a quedar de nuestra fe? Necesitamos cambiar como lo hizo Pedro durante unos instantes, la seguridad de la barca por la de la palabra del Señor. Dejar de mirar a Cristo, es hundirnos, es incapacitarnos para dar un paso más, aun en tierra firme. Muchas veces el Señor nos ha pedido soportar cosas muy duras, pero con el paso del tiempo nos damos cuenta que con la ayuda de Dios "las hemos ido tolerando". Si falta el deseo de creer y de hacer la voluntad de Dios en todo, cueste lo que cueste, no se aceptará ni siquiera lo que es evidente. A lo largo del día de hoy, y todos los días, nos sentiremos necesitados de decir: ¡Señor! ¡No me dejes solo con mis fuerzas, que nada puedo!

El Señor da a los humildes la gracia necesaria para no caer en las trampas que diariamente el demonio siembra en el mundo. De esa ayuda quedan fuera los soberbios que van cayendo uno a uno en sus engaños.

El encuentro a la hora del café con ese señor que perdió la fe, me hizo recordar una importante oración de San Agustín titulada: "Tarde te amé", en donde expresa su gran dolor por todo el tiempo que dejó pasar antes de comenzar a amar a Dios: "Oh Sabiduría, siempre antigua y siempre nueva. Cuán tarde te he conocido…".

Jacobozarzar@yahoo.com

Nota personal: Ya me siento mejor, con más fuerzas. Ayúdenme a darle gracias a Dios.

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