EL ARMA
Todos recordamos al Padre Pío, mencionado varias veces en esta columna periodística, que nació el 25 de mayo de 1887 en la pequeña aldea de Pietrelcina, provincia de Benevento en el sur de Italia. El 22 de enero de 1903 Francisco tomó el hábito capuchino, cambió su nombre de bautismo por el de Fray Pío, y su apellido Forgione por el de su pueblo natal: Pietrelcina. Durante 50 años su cuerpo llevó las cinco llagas de Cristo Crucificado. Es el caso documentado de mayor duración.
Un verdadero retrato del P. Pío estaría incompleto si no se diera el debido realce a su devoción mariana. Su amor a la Virgen se expresaba en particular por el rezo del santo rosario que llevaba siempre enrollado en la mano o en el brazo, como si fuera un arma empuñada. Una tarde el P. Pío estaba enfermo en su cama y lo asistía su sobrino Mario. El tío le dijo: -Mario, tráeme el arma. El sobrino buscó por aquí y por allá en la celda del monje, sobre la mesa, en el cajón. -Pero, tío, no encuentro ningún arma. -Mira en el bolsillo de mi hábito. El sobrino buscó en el amplio bolsillo. Y nada. -Tío, solamente está tu rosario. -¡Tonto!, ¿no es ésa el arma? -"Toma esta arma", le había dicho una vez en sueños la Santísima Virgen María.
El P. Pío repetía con frecuencia: "Lo que hace falta a la humanidad es la oración". Los continuos llamados del Papa Pío XII a la oración para alcanzar la paz en el mundo destrozado por la Segunda Guerra Mundial, encontraron en el P. Pío una respuesta concreta. Él ideó y fundó sus famosos "Grupos de Oración", que definió: "Semilleros de fe, hogares de amor en los cuales Cristo mismo está presente cada vez que se reúnen para la oración bajo la guía de sus directores espirituales".
El Padre Pío fue tentado constantemente por el demonio, que incluso lo llegó a arrojar de la cama cuando estaba descansando, y la oración diaria del santo rosario le dio fuerzas necesarias para no sucumbir. De igual manera nosotros estamos siendo atacados todos los días por los poderes del mal. El diablo es capaz de conseguir la destrucción de las familias, puede acabar con los matrimonios sólidos, puede hacernos dudar del tesoro de la fe, puede hacernos perder la esperanza, puede hacer con nosotros lo que quiera, y la única manera de frenarlo es la oración.
El rosario es una conversación con María que nos conduce a la intimidad con su Hijo. En los momentos más difíciles, cuando estemos perdiendo la vida de un ser querido, cuando una enfermedad intente destruir nuestro cuerpo, cuando tengamos una necesidad económica angustiante, acudamos al rezo del santo rosario.
He escuchado a varias personas decir que el rezo del rosario es monótono, repetitivo y cansado. ¡Qué equivocados están! El rosario va dirigido a la Santísima Virgen, y María es Reina de todo lo creado, de los cielos y de la tierra, porque es Madre del Rey del universo. Es Reina de los Ángeles, es Reina de los santos (los del Cielo y los que en la tierra buscan la santidad), de los Patriarcas, de los profetas, de los Apóstoles, de los Mártires, de los que confiesan abiertamente la fe, de las vírgenes, y de todos los santos. El Señor adornó a su Madre con todas las virtudes y nosotros sus hijos la aclamamos con estos símbolos y figuras de admirable ejemplaridad: Espejo de santidad, Trono de sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual, Vaso honorable, Vaso insigne de devoción, Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil y Casa de oro.
El 13 de mayo de 1917, hacia el mediodía, se apareció Nuestra Señora de Fátima a tres humildes pastorcillos: Lucía, Jacinta y Francisco, que habían llevado sus ovejas a pastar en una hondonada conocida con el nombre de "Cova de Iría". El mensaje que les irá desgranando la Señora es un mensaje de penitencia por los pecados que cada día se cometen, y el rezo del rosario por esta misma intención. Nuestra Señora declaró a los niños que era la Virgen del Rosario. También les dijo: "Es preciso que los hombres se enmienden, que pidan perdón de sus pecados… Que no ofendan más a Nuestro Señor, que ya es demasiado ofendido". Cada día nuestro es una hoja en blanco en la que podemos escribir maravillas o llenarla de errores y manchas. Y no sabemos cuántas páginas faltan para el final del libro, que un día verá Nuestro Señor.
En varios hogares de nuestro querido México, una familia católica se reúne por las noches a rezar con devoción el Rosario, para suplicar misericordia, pedir consuelo y recibir la protección de Nuestra Madre del Cielo. A ella le ofrecen todas sus carencias, sus dolores, sus desgracias, sus enfermedades, sus angustias, y solicitan fortaleza para seguir unidos. Si no fuera por esas devotas oraciones, tal vez esa familia ya no existiría, posiblemente los padres ya estarían divorciados y los hijos inmersos en las drogas.