UN PROYECTO DE VIDA
Hace veinte años fui invitado a dar una plática en una escuela secundaria mixta de Torreón. Cuando llegué al salón de clases, la mayoría de los alumnos estaban sentados con los pies encima de los pupitres, mascando chicle y haciendo un gran desorden. Esperé unos minutos y les pedí que bajaran los pies, que dejaran de mascar de esa forma el chicle que traían en la boca y que hicieran silencio para que me permitieran hablar. Recuerdo que el profesor en turno no se encontraba y que todo aquello era un caos.
Les hablé de la importancia que tiene para todo adolescente hacer un proyecto de vida con la idea de seguirlo paso a paso, sin distraerse ni cambiar de rumbo, sin soltarlo ni alterarlo hasta el final, sin dejar huecos de pérdida de tiempo y aprovechando al máximo los estudios para llegar con paso firme a una preparación de primer nivel en la Universidad. De esa manera -les dije- podrán llegar lejos, superándose cada día para poder enfrentar la competencia con alumnos de otras naciones que incluso buscarán trabajo en nuestro país.
Dirigiéndome especialmente a las jóvenes, les recomendé que primero se prepararan intelectualmente y posteriormente tuvieran novio, porque su dedicación y compromiso con la superación personal eran vitales para que después estudiaran la preparatoria y finalmente una carrera profesional. Les dije que muchas se quedan a medio camino y abandonan sus estudios por haber quedado embarazadas transformándose en "niñas madres", truncando sus ilusiones y haciendo más complicado cumplir con su proyecto original. Jovencitas de doce y trece años que influenciadas por las telenovelas actuales no pudieron poner freno al avance diario que su novio conseguía. El Estado de Chihuahua tiene el primer lugar de embarazos en esas edades, y el segundo lo tenemos en Coahuila. Todo esto nos lleva a una descomposición del tejido social por no estarse cumpliendo con los objetivos propios de cada una de las etapas juveniles.
Me atreví a hablarles de la importancia que tiene la pureza, ese gran tesoro que se lleva originalmente en vasos de barro, inseguros y quebradizos, y que sobre todo las jóvenes deberán intentar conservar para llegar íntegras al matrimonio. Si lo consiguen, su pureza se la podrán entregar orgullosas al novio que hayan seleccionado, y será un buen ejemplo cuando años después sus hijas investiguen cuál fue su comportamiento ético durante el noviazgo.
Hay una etapa de la vida -les comenté-, en la cual los padres de familia no pueden o no quieren ejercer un control efectivo sobre sus hijos por muchas razones: porque están muy apurados económicamente, o porque el esposo ha buscado el camino de la bebida, o porque está saliendo con otra mujer. Son en esos años difíciles cuando los hijos llevan el riesgo de tomar caminos equivocados, teniendo relaciones sexuales anticipadas que van a repercutir negativamente en su futuro inmediato. Ojalá que los hijos tengan en esos momentos la madurez necesaria para no distraerse y para no desviar su proyecto de vida original, independientemente de la forma de comportarse de los padres.
Una actitud sana y ordenada durante la adolescencia nos conduce a un matrimonio sólido y feliz. Quienes se casan inician juntos una vida nueva que han de andar en compañía de Dios. El Señor mismo los ha llamado para que vayan a Él por este camino, pues el matrimonio es una auténtica vocación sobrenatural. Siguiendo al Maestro, la Iglesia reafirma con seguridad y firmeza la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio. Son muchas las personas en nuestros días que consideran difícil e incluso imposible vincularse a una persona para toda la vida porque se han dejado arrastrar por una cultura que rechaza la indisolubilidad matrimonial y que se burla abiertamente del compromiso de los esposos a la fidelidad. Para todos ellos es necesario repetir el buen anuncio de la perennidad del amor conyugal que tiene en Cristo su fundamento y su fuerza. Por eso es importante vigilar nuestro comportamiento durante la adolescencia y la juventud.
Son tantos los retos que se les presenta en la actualidad a la juventud -les comenté- que si no piden la ayuda constante del Señor, no podrán hacerle frente a la vida. Necesitan el buen ejemplo de los padres, de los hermanos y de los amigos, para que se dé una verdadera escuela de virtudes donde los hijos se formen para ser buenos ciudadanos y buenos hijos de Dios. Por eso es importante que la familia no se desintegre y que resista los embates que la quieren destruir. Si se consigue, se formará una noble cadena que repercutirá favorablemente con los más pequeños que siempre están observando lo que nosotros hacemos.
Al terminar la plática, me dirigí a la oficina principal para darle las gracias al profesor titular de la clase por haberme invitado a dar ese mensaje a la juventud. Cuando llegué, ya estaba allí una de las alumnas que escuchó mi plática diciéndole al director que no me volvieran a invitar, que cómo me atrevía a hablarles de cosas obsoletas como la pureza y la virginidad, y que además, a mí qué me importaba si ellas tenían novio o no. Terminó diciéndole que no necesitaban de esos consejos baratos, porque de nada les iban a servir…