MI NIETO ANTONIO
El Señor nos ha bendecido con once nietos que han estado creciendo a un ritmo acelerado. La mayoría de ellos se encuentran viviendo en diferentes ciudades de la República Mexicana con sus padres, pero por Internet o por teléfono me entero de sus éxitos académicos y de su forma de pensar. A todos los quiero mucho, les doy consejos cuando veo la oportunidad y aprendo mucho de ellos porque tienen la chispa de la época electrónica que les ha dado una agilidad de mente superior a la que tuvimos nosotros cuando éramos niños. Pero, como sé que eso no es lo más importante, cuando tengo la oportunidad, les hablo de la superación personal, del esfuerzo, del respeto a los mayores, del amor a sus padres, de la compasión por los que sufren, de la importancia que tiene la institución familiar, de los valores morales que son eternos y de la presencia de Dios en sus vidas.
Al igual mi madre rezaba siempre por nosotros, rezo por ellos desde que eran pequeñitos, porque la vida está llena de peligros, riesgos y enfermedades. La vida me ha enseñado que jamás debemos de cansarnos de rezar por nuestros hijos y por nuestros nietos. Ellos son nuestra alegría y nos gusta tenerlos en casa, aunque los disfruto más en grupos pequeños que todos juntos al mismo tiempo. Cuando llegan, descubro en sus rostros y en su carácter ciertos rasgos que tenían mis padres y mis abuelos, y le doy gracias a Dios porque mis ancestros no desaparecieron del todo. Su mirada, su sonrisa, su forma de pensar, y hasta su manera de caminar me recuerdan a los que quise y sigo queriendo, a los que extraño tanto y cuya ausencia me ha hecho derramar abundantes lágrimas. Es el caso de Patricio, de tan sólo siete años de edad, que tiene mucho de la audacia, del valor y de la fortaleza del abuelo Jorge, y de mis tíos hermanos de mi mamá. Es todo un Gidi.
A mis once nietos los quiero mucho, yo no podría vivir sin saber que están allí aunque sea a más de mil kilómetros de distancia. A todos los quiero mucho, y daría mi vida por cada uno de ellos, pero hay uno en especial que es mi consentido. Me refiero a mi nieto Antonio que vive en Tampico y que tiene seis años de edad. Cada año me invita a su piñata y yo dejo todo lo que estoy haciendo para acompañarlo, para conocer a sus nuevos amiguitos y disfrutar unos momentos irrepetibles de gran felicidad.
Es mi consentido, porque cuando le llamo de larga distancia para que platiquemos, corre a escuchar lo que voy a decirle, me pone atención y a todo me contesta: Sí Jacobo, sí Jacobo. El otro día le llamé un domingo porque me enteré que iban a pasar en la televisión la película "El gran Simón", que contiene valores importantes como la amistad y la búsqueda de la misión que todos tenemos en esta vida. De inmediato guardó todos sus juguetes y se fue con su hermanito Alex a ver la película. Su nana Violeta me dijo después que estuvieron muy interesados viéndola hasta el final.
La semana pasada, como ya había salido de vacaciones, mi nieto Antonio le dijo a su mamá que quería ganar un poco de dinero. Pidió una canasta y con las monedas que tenía guardadas de sus domingos compró dulces para venderlos. Aprovechó la reunión familiar en casa de sus abuelos paternos, donde se reunieron tíos y primos, y se los ofreció. Su hermanito hizo lo mismo. Al final de la comida se pusieron a contar dulces y monedas para saber quién había vendido más. Cuando se enteró que Alex le había ganado, quiso saber por qué salieron así los números, siendo que él había sido el de la idea de comprar y vender los dulces. Después de estar piense y piense, descubrió cuál fue la razón y se fue directamente a reclamarle a su hermanito: "Así qué chiste, rebajaste los precios…".
Yo tengo la esperanza de que cuando sea grande, se convierta en un buen comerciante, porque desde que tenía tres años repartía volantes para que la gente entrara a la tiendita de su mamá cuando vivió en Querétaro. Ojalá que adopte técnicas modernas para que no permanezca horas y horas frente al mostrador esperando que entren los clientes como me pasó a mí durante cincuenta años. Mi padre, cuando tenía nueve años, se subía en una vieja reja de sodas para alcanzar el mostrador, y desde allí preguntaba a los clientes: "¿Qué van a llevar?".
Mañana va a venir mi hija de Tampico a visitarnos con sus dos niñitos. No se imaginan lo contento que estoy, porque tengo muchos meses de no ver a mis nietos Antonio y Alex. Va a ser para mi cuerpo sangre fresca que voy a recibir. Llegan en una buena época del año, porque la higuera que tengo en el jardín está llena de higos, ellos nunca los han probado. El árbol de mango tiene varias ramas cargadas de fruta y con ella me hacen todos los días un fresco vaso de jugo. Les voy a enseñar mi limonero que tiene cientos de limones, el nogal con sus maravillosas nueces, y el olivo que planté hace ocho años para celebrar que mis consuegros llegaron desde Tampico a pedir la mano de mi hija Jéssica. También les voy a platicar la historia de mi palma datilera, que el año pasado, sin dar explicación alguna, no dio un solo dátil, y que ahora está cargada con varios racimos de más de cincuenta kilos. Juntos y bajo su sombra, levantando la vista al cielo, vamos a dar gracias a Dios.
Con toda seguridad me van a pedir que les haga algunos trucos de magia como se los he hecho cada vez que vienen a visitarme. No me puedo negar aunque me encuentre débil o cansado. Es probable que les enseñe el secreto de cada uno de ellos y posteriormente les regale algunas magias para que en el futuro las cuiden y se las hagan a sus hijos. Hay un tiempo para todo y creo que ha llegado el tiempo…
Hace unos días, mi nieto Antonio le dijo a su mamá que le gustaría tener una huerta. Cuando mi hija me lo platicó por teléfono, de inmediato se me humedecieron los ojos al recordar el gran amor que mi padre le tenía a su huerta de Lerdo. Todo se repite y todo regresa a sus orígenes. Es un misterio. El día que vengan los voy a llevar para que la conozcan y les voy a relatar las variedades de árboles frutales que mi padre plantó, el cariño que siempre les demostró y la bendición que era para él ver entrar el agua de las presas, siempre fresca y limpia, por la gran acequia a través de las compuertas.
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