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MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS

Jacobo Zarzar Gidi

LA CRUZ DE CADA DÍA

Estamos viviendo tiempos difíciles. Mucha gente está perdiendo la esperanza. La vida se torna cada vez más complicada. La fe en "la Vida Eterna", se debilita. Hemos perdido el sentido de Dios, no buscamos su amor y mucho menos su misericordia. Si no vamos a Misa, si no oramos, si no comprendemos por qué estamos en este mundo, si no frecuentamos los sacramentos, no amamos a Dios; y si no lo amamos, ¿cómo vamos a poder llegar a Él? Los valores que antes veíamos sólidos, ahora se desmoronan. Las familias se desintegran, y los padres pierden el control de sus hijos. El desgaste de todos los días nos da la impresión de estar rindiendo cada vez menos frutos. El poder y el dinero permanecen en un sitio privilegiado de la mente de la sociedad, y la espiritualidad ha declinado ante el aumento del materialismo y el hedonismo (doctrina que considera el placer como único fin de la vida). Sentimos la amenaza de vicios nuevos que atacan y destruyen la dignidad de las personas, y nos duele que la paz esté siendo trastocada por la violencia. A pesar de todo, mientras sigan naciendo niños y niñas en este mundo, significa que el Señor conserva la esperanza en la humanidad.

El "Amaos los unos a los otros como Yo os he amado" -que originalmente fue una súplica de nuestro Padre, ahora da la impresión de haberse convertido en un grito desgarrador, porque Él no puede estar tranquilo cuando sus hijos se pelean, se odian y se destruyen entre sí. No puede permanecer contento cuando Caín mata a Abel, y al día siguiente, después de enterarnos de lo sucedido por los rumores o las noticias, seguimos nuestra vida como si nada hubiese ocurrido.

En los momentos difíciles, preguntémonos con mayor frecuencia: ¿qué puedo hacer por los demás?, ¿qué palabras puedo decir que sean alivio y ayuda? Primero hay que hacer; pero luego hay que decir. Una sola palabra puede levantar el ánimo de un corazón entristecido. Un signo de compasión puede renovar la esperanza perdida. Una simple mirada nos hará recobrar el entusiasmo. Muchas veces se nos cierra una puerta, pero al día siguiente el Señor nos abre otra.

Cuando pasa una persona sufriendo a nuestro lado, es Cristo que va caminando y nadie le hace caso. Esa persona carga en su cuerpo posiblemente mayores problemas que los nuestros, y no tiene nadie que lo consuele. En cada uno de nuestros semejantes existe un destello de la grandeza de Dios. Nuestra vida está llena de poderosas razones para convivir en sociedad, omitiendo el ver a otros como si fueran menos que nosotros. No somos los hombres como granos de arena, sueltos y desligados unos de otros, sino que, por el contrario, estamos relacionados mutuamente por vínculos naturales; y los cristianos, además, por vínculos sobrenaturales.

Todos llevamos a cuestas una cruz, pero no hagamos la de nuestro hermano más pesada. En alguna ocasión, encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido. No olvidemos que si estamos con Cristo, seguramente nos toparemos con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios.

Busca, toca, pregunta, pide; algunas cosas de nuestra vida, dependen de que las pidamos. Cuando oramos, cuando estamos en contacto con Dios, permanecemos serenos frente a las dificultades al concluir que todo lo que sucede es voluntad de Él. El Señor nos dice: "Vengan a Mí, yo les daré esperanza". Y también nos dice: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia". Y añade en otra ocasión: "Venid a mí todos los fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso".

Jesús nos motiva continuamente a no permanecer inactivos, a no perder la más pequeña ocasión de dar un sentido más cristiano y más humano a las personas y al ambiente en que nos movemos. Preguntémonos hoy mismo: ¿qué puedo hacer yo en mi familia, en mi escuela, en la Universidad, en la oficina…, para que el Señor esté presente en esos lugares? Si dejamos a Dios a un lado, volveremos al paganismo y cobrarán mayor vida los divorcios, los abortos, el alcoholismo, las violaciones, las torturas, el consumo de drogas, la agresividad y el desprecio a la moral. Ante frutos tan amargos, que dan la impresión de resurgir, los cristianos debemos responder con generosidad a la llamada recibida de Dios para ser sal y luz allí donde estemos, por pequeño que pueda ser o parecer el ámbito donde se desenvuelve nuestra vida. Debemos mostrar con hechos que el mundo es más humano, más honesto, más alegre y más limpio, cuando está más cerca de Dios. La vida más merece la pena ser vivida cuanto más informada esté por la luz de Cristo.

jacobozarzar@yahoo.com

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