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LA AMBICIÓN DE LOS HOMBRES

Jacobo Zarzar Gidi

En una ciudad importante de Europa vivía un hombre bueno y rico que compartía con su único hijo la pasión por el arte. En su residencia tenía cuadros de los más grandes maestros de la pintura. Óleos de Rafael, Picasso, Van Gogh, Gauguin, Velázquez y Rembrandt. Muy a menudo se sentaban juntos a admirar las obras de arte y recordaban anécdotas de sus creadores.

Cierto día, el hijo fue llamado al campo de batalla y tuvo la oportunidad de salvar la vida de varios de sus compañeros. Fue muy valiente y murió en la guerra mientas rescataba a otro soldado. Semanas después, el padre recibió la noticia y sufrió profundamente la muerte de su único hijo.

Un mes más tarde, justo antes de la Navidad, alguien tocó a la puerta. Era un joven con un gran paquete en sus manos. Le dijo al padre: "Señor, usted no me conoce, yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. Él salvó a varios compañeros ese día, me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala atravesó su pecho, muriendo así instantáneamente. Él hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte".

El joven extendió los brazos para entregar el paquete y dijo: "Yo sé que esto no es mucho. Yo no soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que usted recibiera este regalo". El padre abrió el paquete. Era un retrato de su hijo pintado por el joven soldado. El anciano contempló con profunda admiración la manera en que había capturado la personalidad de su querido e inolvidable hijo. Varios segundos quedó atrapado por la expresión de los ojos, al mismo tiempo que docenas de lágrimas resbalaron de los suyos.

Aquel hombre sencillo agradeció al joven el gran presente que le había traído y ofreció pagarle por el cuadro. "Oh no, Señor, yo nunca podría pagar lo que su hijo hizo por mí. ¡Es un regalo!". El padre colgó el retrato arriba de la repisa de su chimenea y cada vez que los visitantes e invitados llegaban a su casa, les mostraba orgulloso el retrato de su hijo, antes de pasarlos a que admiraran su famosa galería.

Un día, el noble anciano falleció, y unos meses más tarde se anunció una subasta de todas las pinturas que poseía. Mucha gente importante e influyente acudió con grandes expectativas de adquirir uno o más de los famosos cuadros de la colección.

El encargado colocó de inicio sobre la plataforma el retrato del hijo y golpeó su mazo para dar comienzo a la gran subasta que había causado importantes comentarios en la prensa. "Empezaremos -dijo- con esta pintura del hijo, ¿Quién ofrece por este retrato?". Después de un gran silencio que invadió la sala, se escuchó la voz de uno de los presentes que a gritos dijo: "Queremos ver las pinturas famosas. Olvídese de ésa que nada nos interesa". Sin embargo, el subastador persistió: "¿Alguien ofrece algo por esta pintura, $100, o $200 euros?".

Otra voz, bastante molesta, vociferó entre el público: "No venimos por esa pintura, venimos por los Van Goghs, los Rembrandt, los Picasso, los Velázquez. Venimos aquí por lo realmente valioso y no estamos dispuestos a perder el tiempo en tonterías". A pesar de las protestas que cada vez eran mayores, el subastador continuó con su labor: "El Hijo, El Hijo… ¿quién se lleva El Hijo?".

Finalmente se escuchó una voz que provenía de la última fila. Era el viejo jardinero del padre y del hijo. Siendo un hombre muy pobre, ofreció lo único que tenía: $10 euros. "Tenemos $10 euros, ¿quién ofrece $20?", -gritó el subastador-.

La multitud enardecida se levantó de sus sillas y comenzó a lanzar insultos contra el subastador". Ellos querían a toda costa las obras famosas que representaban una valiosa inversión para los coleccionistas.

El subastador golpeó finalmente el mazo y dijo: "Va una, van dos, vendida por $10 euros". "Empecemos ahora con la colección -gritó enardecida la multitud-, lo que nos interesa son todas aquéllas que verdaderamente valen millones".

El subastador dejó caer su mazo sobre la mesa y dijo: "Lo siento mucho, damas y caballeros, la subasta llegó a su fin". "Pero, ¿y las pinturas?" -dijeron los interesados-. "Lo siento -contestó el subastador-, cuando me llamaron para conducir esta subasta, se me dijo de un secreto estipulado en el testamento del dueño". Yo no tenía permitido revelarlo hasta este preciso momento. Solamente la pintura de El Hijo sería subastada. Aquél que la aceptara heredaría absolutamente todas las posesiones de este hombre, incluyendo las famosas pinturas. El hombre que aceptó quedarse con 'El Hijo', se queda con todo".

Este relato nos permite reflexionar, que de igual manera, el que decide amar al Hijo -llamado Jesucristo-, lo tiene todo. No podemos ser discípulos de Cristo a determinadas horas solamente. No podemos aceptarlo un día y negarlo otro. Debemos ser sus discípulos en la calle, en los negocios, en la iglesia, en la escuela, con los amigos, en los momentos dolorosos cuando se nos pone a prueba, y al compartir nuestro tiempo con la familia.

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