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Jacobo Zarzar Gidi

EL VALOR DE LA VIDA

El gran escritor español José María Gironella cuenta que en diciembre de 1936, iniciada ya la guerra civil española, en un momento en que temían que su vida peligrara en Gerona, decidió pasarse a Francia, y su padre lo acompañó hasta la frontera. Al cruzarla, los gendarmes franceses lo registraron y, en sus bolsillos encontraron un papel que, sin que él lo advirtiera, había introducido su padre momentos antes de despedirse. Era una brevísima carta que decía: "No mates a nadie, hijo. Tu padre, Joaquín.

La carta era realmente conmovedora, sobre todo en aquel momento de anarquía, porque lo lógico hubiera sido que en esa circunstancia un padre hubiera aconsejado a su hijo: "Ten cuidado, que no te maten". Pero aquel padre sabía algo muy importante: que es mucho más mortal matar que morir. El que mata a otro ser humano, queda mucho más muerto, mucho más podrido que el que es asesinado. Por esta razón, cuando los hombres nacemos, el Señor de la Vida desliza en los bolsillos de nuestra conciencia otra carta que dice: "No mates a nadie hijo".

El precepto moral del "no matarás" indica el límite que nunca puede ser transgredido por nadie, dado el carácter inviolable del derecho a la vida. Pero tiene también un sentido positivo implícito: expresa la actitud de verdadero respeto a la vida, ayudando a promoverla y haciendo que progrese en todos los ámbitos sociales. ¿Quiénes somos nosotros para arrebatar la vida de alguien que está llamado a la vida eterna con Dios?

El Siglo XX se caracterizó por ser un infierno de asesinatos, crueldades y homicidios, de guerras, masacres y crímenes violentos, un compendio de atrocidades. Pero el Siglo XXI no se queda atrás, desde sus inicios, la violencia ha subido de nivel en todas las naciones y está dejando una estela de muerte que constituye una vergüenza para toda la humanidad. La fuerza diabólica del mal se está alimentando de la indiferencia nuestra. Da la impresión de que no sabemos ser hermanos, y que no nos importa el mensaje de salvación que trajo Cristo hace más de veinte siglos.

A Dios le pertenecemos porque Él nos ha creado, y nadie puede arrebatarnos la vida, sino sólo Dios. Por eso, el que levanta la mano contra la vida humana ataca directamente una propiedad muy valiosa de Dios. En la actualidad, el hombre no sólo asesina a su hermano el hombre, ahora son las madres quienes matan a sus hijos por medio del aborto. La vida nace en el seno del amor entre un hombre y una mujer que se aman, que se respetan y que se amparan bajo la protección del que todo lo puede: Jesucristo. El problema nace a la hora de considerar la vida de los demás frente a los propios intereses. Se prefiere recurrir al aborto antes que a la promoción de un correcto uso de la sexualidad; se prefiere recurrir a la eutanasia antes que a un interés eficaz por los ancianos y los marginados de la sociedad; se prefiere recurrir a grandes campañas contra la natalidad en el tercer mundo antes que a planes eficaces de desarrollo económico; se prefiere el uso de la guerra que deja grandes cantidades de dinero, en lugar del diálogo y la cooperación entre las naciones.

El mundo se nos está cayendo a pedazos y es muy poco lo que hacemos para evitarlo. El aborto tiene consecuencias de gran alcance: afecta a la madre, afecta al padre y a toda la familia, pero lo más terrible es que mata al hijo. Multitud de personas han sido heridas por el aborto. Hemos ofendido al Señor y lo seguimos ofendiendo. La vida de la joven que decide abortar a su bebé, nunca será la misma. Es una dura carga emocional que ni los mejores psicólogos pueden borrar del cerebro de la persona que abortó.

La vida se inicia en el momento mismo de la concepción, pero el tribunal supremo de los Estados Unidos inventó con mentiras y testigos falsos un derecho nuevo para la mujer: "La libertad de decisión". Eso ha provocado la multiplicación de las clínicas de abortos que constituyen una gran fuente de ingresos para sus dueños -muchas de ellas atienden 20 abortos cada hora. El aborto es lo peor que le está sucediendo en la actualidad a la humanidad porque es la misma madre quien paga por matar a su hijo. El silencio de la sociedad es consentimiento. Martin Luther King Jr. Dijo: "Nuestras vidas comienzan a terminar el día que guardamos silencio sobre las cosas que importan".

En las universidades norteamericanas existen "Los centros de planificación familiar", que son en realidad oficinas de destrucción familiar. En esos lugares, los jóvenes pueden obtener fácilmente preservativos a muy bajo precio y anticonceptivos gratis, y si éstos fallan -porque son a propósito de muy baja calidad-, "los orientan" para que visiten las clínicas de abortos, que por $400 dólares "solucionan el problema". Estos "centros de planificación" tienen también "un plan de educación sexual", que consiste en vencer la timidez de las adolescentes para que consideren como algo normal desprenderse de su hijo, "porque al fin y al cabo se trata de su propio cuerpo y ellas pueden hacer lo que quieran con él". Pero éste es un gran error, porque se trata de un ser diferente a la madre, con alma y características propias, es un regalo de Dios que no les pertenece. Estos "centros" además, animan a las jóvenes a separarse de los padres y de sus valores, y ofrecen convertirse "gratuitamente" en "asesores expertos de la sexualidad", para que aborten.

Los gobiernos advierten sobre los peligros de fumar y de ingerir bebidas alcohólicas en exceso, pero nada dicen de los riesgos psicológicos para la madre después de un aborto. Jamás se les puede olvidar, el recuerdo las atormenta a todas horas, y son muchas las jóvenes que se han privado de la vida porque no pudieron perdonarse. Con la legalización del aborto en los Estados Unidos se abrió la puerta a una industria que gana miles de millones de dólares a costa del sufrimiento de las mujeres y la muerte de millones de bebés inocentes. Una buena parte del dinero que se genera por los abortos se reinvierte para apoyar a candidatos de importantes puestos políticos que más adelante simularán tener oídos sordos cuando grupos de defensa de la vida levanten la voz para protestar.

Si no defendemos la vida, los seres humanos seremos cada vez menos humanos en un mundo que, en ocasiones, parece profundamente desquiciado. La única solución es convertirnos en testigos de Cristo en una sociedad por demás secularizada. La opción más prometedora, la única que está impregnada de esperanza es la decisión que favorece la vida.

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