EL GRAN ERROR DE LOS PADRES
Durante millones de años, la miseria y la pobreza han sido compañeras inseparables del hombre. Ganarse la vida ha sido tarea muy difícil, y es por eso que nuestros abuelos eran duros, enérgicos y muchas veces drásticos con sus hijos. No porque no fueran buenos de corazón, sino porque la vida así los había formado y no podían flaquear, ni dar su brazo a torcer. Sentían un gran temor en perder en un abrir y cerrar de ojos lo poco que consiguieron.
Muchos de ellos caminaron descalzos por falta de zapatos, pero cuando tuvieron su primer par, lo cuidaron y lo bolearon para protegerlo del polvo y de la lluvia. Muchas veces no comieron porque no había dinero para llevar alimentos a casa y son ellos mismos los que en forma repetitiva reprendieron a los hijos cuando desperdiciaban algo en los platos. Si hablamos de diversiones, éstas fueron escasas y se puede afirmar que casi nunca las conocieron. Es por eso que en los últimos años que pasaron en este mundo se sorprendieron tantas veces al observar a los nietos que no dejaban una sola de sus noches sin salir de casa y regresar después de las doce.
Fueron muchas las carencias de esas generaciones de abuelos. Ellos solamente conocieron el ahorro, el gasto con medida y las privaciones en general. Ante el temor de que se presentasen nuevas guerras y revoluciones que los descontrolaran en su economía familiar y de que sus hijos batallaran de la misma forma, siguieron un molde que siempre se caracterizó por el sacrificio y el ayuno forzoso. Transcurrió el tiempo, y esos ancestros pudieron a base de esfuerzo formar un capital, se hicieron de casa propia y de otros bienes que consideraron necesarios para sentir seguridad y tranquilidad. Sin embargo, no por haber llegado a la cima dejaron de trabajar, no por haber arribado a la cumbre abandonaron sus rígidas costumbres ni su modo de ser austero. Y así murieron en silencio, sin hacer ruido, en un marco de sencillez y naturalidad. Pero llegaron los hijos y se fijaron de inmediato en esa riqueza que a ellos no les había costado un solo esfuerzo, y llegaron después los nietos, que ni siquiera idea tenían de esa sangre derramada, de ese sacrificio y de esas limitaciones. Y se burlaron de ese trabajo y lo criticaron, pero estiraron las manos y codiciosamente se apoderaron de todo lo que por herencia o testamento les pertenecía. Muchos de ellos no terminaron sus estudios, y cuanto negocio comenzaron para tener en qué entretenerse, negocio que les iba mal y que tuvieron que cerrar, alegando que "ya no era lo mismo que antes y que las oportunidades se habían terminado". No han tenido tiempo de analizar que han estado gastando un capital que no ganaron y que por lo tanto si no lo cuidan se les irá de las manos con una rapidez asombrosa.
No se han dado cuenta que para tener y disfrutar algo, se necesita primero que nada un ingrediente llamado sufrimiento y que sin él, nada nos pertenece.
El gran error de algunos padres de nuestro tiempo, ha sido el dar tanto a sus hijos para que no sufran y batallen como ellos lo hicieron años atrás.
No se dan cuenta que únicamente los están echando a perder al encaminarlos por el sendero sencillo, sin espinas, que no duele, y de esa manera tendremos una generación de holgazanes, de inútiles y de fracasados.
Aunque tenga un trabajo seguro o un negocio próspero para dárselo a sus hijos cuando terminen sus estudios, hágales saber que el título universitario es por el momento la meta más importante que deberán tener en mente. No les ponga en bandeja de plata el trabajo o negocio futuro, porque comenzarán a devaluar sus estudios, a sacar malas calificaciones y con toda seguridad no terminarán su carrera. Para hacerle más daño a sus hijos, cómpreles el automóvil que ellos quieran a pesar de no serles necesario, déselos sin que se lo hayan ganado con trabajo o con diplomas.
Échelos a perder dándoles todos sus caprichos, los viajes y la ropa que quieran, y no les hable de la importancia del esfuerzo ante el miedo a que se lastimen y se empapen la camisa de sudor.
Yo tengo temor del futuro que tendrán las nuevas generaciones que están llegando en cunas de seda y en cuartos con aire acondicionado. Ellos van a retrasar gravemente el progreso de México. Yo tengo ese temor y nadie me lo puede quitar de la cabeza. Nada más usted observe las crisis que estamos viviendo en cuanto a los fracasos de los hijos. Ellos se hallan descontrolados "porque nunca se imaginaron que la vida fuese tan dura", a pesar de que no es ni la mínima parte de lo difícil que fue para sus antepasados. Lo que sucede es que ellos quieren todo fácil, sin dolores de cabeza y eso no es posible a pesar de haber recibido ayuda abundante de sus padres.
Ayuda generosa que no supieron aprovechar y sobre todo no la valoraron, se les hizo pequeña, mal encaminada, insuficiente. Las empresas están consientes de que con esas nuevas generaciones no podrán salir adelante, ni competir, porque los trabajadores ya no son los mismos de dos épocas atrás. Es muy difícil encontrar nobleza, sacrificio, dedicación, entrega, preocupación por el negocio y sobre todo cariño hacia el patrón a quien consideran su enemigo. Todo el mundo llega queriendo ganar desde el primer día grandes cantidades de dinero, aún antes de comenzar a trabajar, y algunos empresarios de las nuevas generaciones ansían tener utilidades desde el primer año en que iniciaron operaciones. No saben que nuestros antepasados esperaron toda una vida para que sus negocios y sus trabajos se estabilizaran ocupando un sitio medianamente importante en la comunidad.
Una actitud paternal de lástima hacia nuestros hijos y de cuidados excesivos para que no se sacrifiquen como nosotros lo hicimos tiempo atrás, es hacerles daño y perjudicarlos en forma irreversible.
La sociedad también nos lo reclamará algún día cuando ellos hayan caído en la ociosidad, en las drogas y en los vicios. El trabajo duro y productivo es la mejor oportunidad que le ha dado Dios al hombre para hacerse valer como hombre y sobre todo para que tenga una larga vida en su senectud. No me explico cómo es posible que existan personas sanas que no quieren trabajar. El trabajo es un don que tenemos los humanos y es un compromiso con la dignidad que dejamos como huella para las futuras generaciones que habrán de sucedernos.
La peor desgracias de esos hijos que ahora abundan, es considerar que únicamente tienen derechos. Todo se les hace poco y nada les llama la atención. Son los mismos que no saben ser agradecidos, que no tienen tiempo para pensar, que no saben mirar hacia las alturas en donde existe un Dios que les ha dado más de lo que merecen y que muchas veces nada recibe a cambio por esa ingratitud que los caracteriza. Nada recibe a cambio, porque unos padres insensatos entorpecieron su plan de salvación creando una atmósfera ficticia, sin sudor, sin sangre, sin retos, sin esfuerzos y sin obligaciones.