El maestro ideal es aquél que se ofrece como puente que tiende a sus discípulos a fin de que, a invitación suya, puedan cruzarlo. Sin embargo, una vez que con su ayuda lo han franqueado, el puente se viene abajo rotundamente. En esos momentos el maestro les alienta a construir sus propios puentes.
Todos hemos tenido en la vida esa clase de personas especiales que no solamente nos han enseñado cómo resolver grandes problemas, sino que nos han motivado a seguirlos resolviendo en el futuro. Son personas que siempre escribieron en el cuaderno de su vida palabras positivas como "¡Hermoso!, "¡Fantástico!", "¡Maravilloso"!, "¡Esperanzador"!, y han ayudado a otras que no conocieron su significado porque nadie escribió algo parecido en sus propios papeles. Son personas que entretejieron todas sus acciones con entusiasmo, ardor, exuberancia y vehemencia, ante los desolados panoramas de las vidas que discurren en medio de una callada desesperación. Seres humanos que no abundan, que son pocos, pero que al conocerlos nos brindan un nuevo desafío. Que saben escuchar con atención, mirándonos a los ojos con su mente y sobre todo con el corazón.
Cada vez que un año comienza, tenemos la necesidad de reforzar nuestra energía, nuestra conciencia y nuestras fuerzas vitales. Que la esperanza no se pierda, que no nos sintamos cansados de la vida, porque cada minuto de ella tiene un valor extraordinario. Hagamos un alto en el camino, y dediquemos varios minutos al día para orar, para meditar, para reflexionar, y para seguir asombrándonos de ese mundo increíble en el que por Gracia de Dios tenemos presencia.
Lancémonos en esa nueva aventura que tendrá una duración de doce meses y que nos puede hacer mejores seres humanos de lo que fuimos el día de ayer. Aprender cosas nuevas, pudiera ser una meta interesante, porque aprender es el mayor de los gozos. No podemos quedarnos como estamos, impulsemos nuestro cuerpo y nuestro espíritu a niveles superiores, porque son muchos los desafíos que aún tenemos por delante. Si enseñamos a otros, no se trata de un problema de transferir, sino de compartir. La esencia de la educación no es atiborrar al alumno de datos, sino ayudarles a descubrir su propia identidad, a enseñarles cómo desarrollarlos para luego mostrarles cómo transmitirlos a los demás.
Si sentimos amor por nuestros semejantes, intentemos dirigir al otro gentilmente hacia él mismo. No a quien yo quiero que sea, sino a quien es de verdad. Comencemos por nuestros niños que crecen tan deprisa. De repente los miramos, y vemos a un adolescente o a un joven a punto de contraer matrimonio. Y hemos perdido el gozo de mirar su rostro y observar sus expresiones, porque hemos estado demasiado ocupados corriendo en hacer cosas para ellos, y hemos perdido la ocasión. Somos una cultura de buscadores de metas. La vida no es una meta, sino una travesía.
El conocimiento es importante para disponer de las herramientas que vamos a necesitar en nuestro viaje. Empleando el conocimiento acumulado en el pasado, sacaremos provecho al presente.
Al recorrer nuestro propio camino, aceptemos a los demás con amabilidad, a pesar de que tienen una diferente manera de pensar y de actuar. Tomemos en cuenta el gran valor de la armonía, para poder aceptar el flujo natural de la vida. Tengamos creatividad, para comprender y reconocer las nuevas alternativas -esos caminos misteriosos y desconocidos que van apareciendo a lo largo de nuestra vida-. Fortaleza, para alzarnos contra el miedo y seguir adelante a pesar de la incertidumbre. Paz, para mantenernos centrados y seguir avanzando. Alegría, para conservar el gozo. Amor, para que sea nuestro guía, porque vivir con amor es vivir la vida, y vivir la vida es vivir con amor. Y humildad, que nos regresa al sitio donde empezamos.
El amor se aprende desde niño y son nuestros padres quienes nos marcan el camino. Eso explica por qué la familia tiene una responsabilidad tan grande. Por tal motivo, lo más importante del mundo es que cada uno haga de sí mismo la persona con la mayor capacidad de amar posible, porque esa característica es la que vamos a transmitir a nuestros hijos y a todos aquéllos que se crucen en nuestro camino.
El hogar debería de ser el sitio en el que, cuando vas a él, te sientes acogido. Así deberían de ser todos los hogares. Un hogar donde reina la armonía a pesar de los problemas que se viven a diario. Espacio que recibe abundantes bendiciones que nos hacen la carga menos pesada.
El cúmulo de conocimientos no es la sabiduría. Aprender sin más no es sabiduría. La sabiduría consiste en la aplicación de los conocimientos y de la experiencia. La sabiduría es darse cuenta que no sabes nada, y decir: "Mi espíritu está abierto. Donde quiera que me halle no he hecho más que empezar. Me falta por conocer más de cien veces lo que sé". Ése es el comienzo de la sabiduría. En determinado momento es más importante "desaprender", que "aprender", para descargar todo lo inservible que pusimos en nuestro cerebro. No nos flagelemos por errores cometidos veinte años atrás.
Pero, no olvidemos que lo más valioso que poseemos, es la vida. Y donde haya vida, hay esperanza. ¡Se pierde tanto por culpa del miedo! Aprendamos a confiar de nuevo, a volver a creer en la gente. Desde luego existe un riesgo, pero todo entraña un peligro. Podemos elegir la alegría, en vez de la tristeza. Escoger la felicidad en lugar de las lágrimas. Optar por la acción y no por la apatía. Podemos preferir superarnos en lugar de estancarnos.
No te lamentes de las ocasiones perdidas en el pasado, aún quedan muchas oportunidades por venir. No te desesperes. Existen cosas horribles en las noticias que hablan de una triste realidad, pero también hay belleza en las acciones de los hombres y no dejaremos que ésta quede oculta. Miremos las flores, las aves del campo, los árboles llenos de vida que siguen esperando el milagro de la lluvia, los amaneceres que renuevan la esperanza, y aquella sonrisa inocente de los niños que nos permite olvidar cualquier tipo de problema.