Muchos padres de familia se encuentran desconcertados ante la actitud de los hijos. No saben lo que hacen, lo que ocultan y lo que piensan. Los conocen muy poco y no se imaginan de la forma en que actuarán en un futuro. Algunos padres se auxilian de otras personas para que orienten a sus hijos con la esperanza de que sigan el buen camino y tengan un final feliz.
La mayor preocupación de los padres es que los hijos contraigan un buen matrimonio. Ellos saben que la felicidad no llega como la anunciada en los cuentos de hadas, sin embargo la buscan para sus hijos una y otra vez con insistencia.
Las madres de familia desean un buen pretendiente para sus hijas y no lo encuentran por ningún lado. Lo esperan trabajador, caballeroso, amable, sano y honrado, con recursos económicos suficientes para darles por lo menos lo mismo a lo que están acostumbradas.
El matrimonio continúa siendo un verdadero albur. No se sabe lo que sucederá al día siguiente, mucho menos conoceremos el futuro y la suerte que correrán nuestros hijos. Sin embargo, les deseamos lo mejor y pedimos diariamente a Dios por ellos.
Los consejos que los padres dan a los hijos son cada vez menos escuchados por éstos. A pesar de ello los padres no pueden quedarse cruzados de brazos ante la soltería prolongada de un hijo mayor de edad, ni ante esos noviazgos extraños que intentan tener las hijas.
El cine y la televisión influyen directamente en los jóvenes haciéndolos que yerren el camino. Los novios convencen a su pareja para que accedan a tener relaciones íntimas antes de casarse. Consideran innecesario esperar hasta después del matrimonio para dar ese paso. Se unen clandestinamente los fines de semana y llevan a cabo entre ellos un pacto de silencio para no ser descubiertos. Los temores que brotan van creciendo conforme transcurre el tiempo. Se sobresaltan imaginando que las familias se enteren y de que un niño venga en camino.
También los hijos se hallan descontrolados cuando ven a sus padres que no se llevan bien. Observan los problemas que tienen sus progenitores entre sí, y les atemoriza la suerte que pueden correr ellos mismos al entrar a ese estado civil.
El otro día me platicaba un señor, que la novia de su hijo con la cual se iba a casar, se había fugado con otro hombre. Pero -añadió- estaba seguro de que tarde o temprano regresaría al lado de su hijo para ser su amante. La afirmación de este señor me sorprendió bastante y quedé perplejo. Así están las cosas actualmente, el intercambio de parejas está destruyendo los cimientos de nuestra sociedad y la familia se desintegra a pasos agigantados.
Algunas veces los padres dan la impresión de estar hablando con los hijos un idioma distinto. Si insisten para que los entiendan, ellos afirman que las cosas ya no son iguales que cuando nosotros éramos jóvenes y que todo ha cambiado. Cuando escuchan esto, se asoman a ver a su derredor y lo encuentran igual, tal vez un poco peor, pero definitivamente no lo perciben mejor.
La autoridad de los padres ha venido a menos porque los hijos creen que todo lo saben y que ellos no se equivocan. Eso hace titubear a los viejos que prefieren mantenerse ajenos. Lo que sí es cierto, es que en estos tiempos, los padres debemos ser más justos con nuestros hijos, más explicativos, menos autoritarios y más analistas de la situación antes de intervenir con ellos.
Pobres de los padres que prefieren mantenerse al margen de los problemas de los hijos, pobre de aquéllos que afirman no importarles la selección que lleven a cabo para casarse. Esa mediocre actitud de algunos padres traerá graves consecuencias con los hijos que siempre necesitan y necesitarán de buenos consejos, de apoyo y de comprensión.
Que me perdonen los que no tienen fe y en especial los que no creen en Dios, pero, para resolver los problemas que estamos tratando en este artículo, no existen fórmulas mágicas, ni remedios infalibles, lo único recomendable, seguro y confiable es rezar, rezar y rezar.