En los tiempos que estamos viviendo, cuando las cosas y hechos dan la impresión de estarse complicando, cuando los dineros de las familias no alcanzan para lo más indispensable, cuando la violencia se apodera de la gente y la incertidumbre reina por doquier, es bueno y saludable recurrir al don de la fortaleza.
Fortaleza es la virtud que nos da la capacidad para hacer frente, sin desmayar y sin temor, a las dificultades que se atraviesan en el camino. Según Monseñor Fulton J. Sheen, se trata de una virtud que se encuentra en el justo medio entre la loca temeridad que nos arroja al peligro incautamente, y la cobardía por la que se huye del peligro faltando a la lealtad.
Por el hecho de que la fortaleza está relacionada con la valentía, no se debe pensar que la valentía es la falta de temor; más bien, es el control del temor. Es en presencia del miedo a la muerte donde la fortaleza alcanza su cima, y es por ello que la más alta cima de la fortaleza sobrenatural es el martirio.
En la actualidad, son muchos los matrimonios que se están separando, abundan las hijas que son abandonadas por su marido, y si a todo esto le sumamos la mala situación económica, verdaderamente se necesita una gran fortaleza espiritual para seguir viviendo. Todos aquellos que la poseen, tienen un tesoro en su persona. La mayoría de los alcohólicos sufren internamente por alguna causa, ellos buscan en la anestesia de la bebida el alivio a sus penas. Es recomendable en estos casos, mejor buscar la fortaleza para intentar soportarlo todo.
Muchas veces, renegamos de nuestro destino, preguntamos a la vida una y otra vez por qué están sucediendo así las cosas, por qué fuimos nosotros los escogidos de la mala suerte. Hombres y mujeres buenos se lamentan de una enfermedad, muchos de ellos lloran la muerte de un hijo, otros se mortifican al haber perdido su fortuna que tanto trabajo les costó reunir. Es bueno reconocer y darnos cuenta para llegar a obtener la paz del espíritu, que no existe relación alguna entre las faltas personales que podemos llamar pecados y el sufrimiento. Los designios de Dios son complicados de entender, no tenemos capacidad suficiente para esclarecerlos y por lo tanto, lo único que nos resta es aceptarlos tal cual son.
La fortaleza moral nos lleva a someternos a la voluntad de Dios, y por eso el pobre, en infinidad de ocasiones, puede ser más feliz que muchos ricos, el tonto más que el inteligente y el inválido más que el hombre sano.
Todos podemos llegar a tener fortaleza, es más, todo ser la posee, hasta que la descubra. Debemos pedir que este don llegue para tener una fuerza interior que nos facilite el olvido de nosotros mismos y el andar más pendientes de quienes están a nuestro lado, para disminuir el deseo de llamar la atención, para servir a los demás sin que apenas lo noten, para vencer la impaciencia y la desesperación, para no dar muchas vueltas a los propios problemas y dificultades, para no quejarnos ante los malestares normales de la vida y para mortificar la imaginación rechazando los pensamientos inútiles. Necesitamos fortaleza en el apostolado para hablar de Dios sin miedo, para salir a las calles pregonando el Evangelio, invitando a todos al banquete, porque la palabra no nació para permanecer oculta.
El don de la fortaleza encuentra en las dificultades y en la proximidad con la muerte, condiciones excepcionales para crecer y afianzarse. Sin embargo, el Espíritu Santo es un maestro dulce y sabio, pero también exigente, porque no concede dones si no estamos dispuestos a pasar antes por la Cruz y a corresponder a todas sus generosidades.