CON LAS MANOS VACÍAS
Algunas veces sentimos que la vida ha transcurrido mucho muy de prisa y que las horas de que disponemos, muy pronto habrán de terminar. Es el momento preciso para reflexionar a fondo si nuestro paso por este mundo ha sido inútil, o si le hemos sacado provecho a los dones que gratuitamente se nos han entregado. Es muy fácil perder el rumbo al sentirnos atraídos por las tentaciones mundanas que nos alejan de lo espiritual; es muy sencillo permanecer indiferentes para no vernos envueltos en problemas de otra gente, todo ello a pesar de que muy pronto daremos cuenta de nuestros actos al Señor de la Vida, y que llevamos el riesgo de llegar a nuestro destino final "con las manos vacías".
El tesoro que se nos ha entregado no podemos dejarlo enterrado. ¡Tenemos tanto por hacer en este mundo, que no deberíamos permanecer un solo momento sin estar pensando en devolverle a la vida un poco de lo mucho que nos ha regalado! Necesitamos mover conciencias, después de disciplinar la nuestra. Observar con detenimiento las maravillas que Dios nos ha entregado y darle gracias, a sabiendas de que no las merecemos. Al ver todo esto en su conjunto, sería muy hermoso que sintiéramos la urgente necesidad de salir a la calle para comunicar a todas las criaturas, que amamos a Dios, muy por encima de cualquier persona o cosa.
Son muchos los seres humanos que van por la vida perdidos y descontrolados porque no conocen a Cristo. Evangelizar lleva un riesgo, porque al enseñar la verdad sobre su Divina Persona, empiezan también los obstáculos, las dificultades y los ataques. No nos debe extrañar que en muchas ocasiones vayamos contra la corriente en un mundo que parece alejarse cada vez más de Dios, que tiene como fin el bienestar material, y que desconoce los valores del espíritu. El campo apostólico es muy extenso, el Señor Jesús necesita personas que no se sientan cansadas, que tengan audacia, valor y disciplina, que le dediquen un tiempo diario de su propia vida, que sean fuertes y a la vez sencillas, que sean luz en la oscuridad e instrumentos de paz para todos aquéllos que viven entre las tinieblas y el odio. Seres humanos que muevan corazones, que sean apóstoles hasta el último aliento de su vida, que enderecen ideologías equivocadas y que motiven a los perezosos para que se pongan a trabajar en la Viña del Señor.
Jesucristo es quien nos elige, (lo hizo desde el principio de los siglos), y lástima de aquél que al escuchar su llamado, lo desprecia. San Pablo nos dice que "a los que ha llamado Jesús, lo ha hecho con vocación santa, no en virtud de sus obras, sino en virtud de su designio". Desde que Cristo se metió en su vida en el camino de Damasco, el Apóstol de los Gentiles se entregó con todas sus fuerzas a buscarle, amarle y servirle. A los que acostumbra convocar el Señor, son por lo general, personas con virtudes y cualidades desproporcionadamente pequeñas, comparadas con las que alcanzarían ayudados por Dios. El Señor llama a los que Él quiere llamar, por eso quien tiene la vocación para acudir a ese llamado, no deberá discutirla con razonamientos humanos, que siempre son pobres y cortos. Al responder el llamado con docilidad y rapidez, el hombre descubre la grandeza de su vida. Sin embargo, estoy convencido de que en determinado momento de nuestra existencia, a todos, absolutamente a todos, nos llama de una forma u otra. Nos llama, no para que abandonemos nuestras ocupaciones diarias, sino para que en el mismo sitio donde nos desenvolvemos, trabajemos para Él. ¡Y qué bonito es trabajar para Cristo! ¡Qué hermoso es tenerlo como Patrón!
Los cristianos debemos mostrar, con la ayuda de la gracia, lo que significa seguir de verdad a Jesús; estar enamorados de su persona; ser dóciles a sus enseñanzas; ser heraldos del Evangelio sin olvidar los problemas que la humanidad en la actualidad padece, para que participe de sus angustias y tristezas. San Josemaría Escrivá de Balaguer nos dice: "Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo; para eso, necesita comprender y compartir las ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo. A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y siempre nuevo del Evangelio".
Cuando nos demos cuenta que somos hijos de Dios y no producto de la casualidad -como muchos afirman, nos convertiremos en personas responsables, preocupadas por la salvación espiritual de los que nos rodean, y felices al sentir que tenemos una gran misión en la vida. Hasta ese día, daremos un sentido nuevo a nuestra existencia y en forma por demás misteriosa nos sentiremos protegidos. No tendremos temor al enfrentarnos con la vida, las enfermedades no harán mella en nuestro entusiasmo, el desánimo jamás se presentará en nuestra mente, y hablaremos de la muerte como un paso necesario para descansar y ser consolados -después de tanto sufrimiento, en los benditos brazos de nuestro Padre.
El amor que el Señor nos ofrece, es individual, es para todos y cada uno de sus hijos en forma personal; nadie podrá decir que a otro le da más; nadie intentará callar las oraciones de su prójimo, por temor a sentirse menos querido. Es un amor sin envidias ni egoísmos, que da felicidad, paz espiritual y una gran esperanza de poder llegar algún día hasta su Reino. Mientras llega ese momento -que muchos temen al tener que pasar primero por la muerte, pongámonos a su servicio, Él nos mantendrá ocupados atendiendo a nuestro prójimo que tanto nos necesita.
El mayor peligro para nosotros los cristianos es perder la fe. En la actualidad son muchos los que viven como si Dios no existiera; son muchos los que realizan prácticas satánicas, y creen en brujerías, a pesar de saber que están atentando contra el amor de Dios que es limpio, sincero y transparente. "¿A quién iremos, Señor? -como dijo San Pedro, si únicamente Tú tienes palabras de vida eterna". ¿A dónde iremos, Señor, si Tú eres el único que nos dice la verdad? Debemos permanecer unidos a Dios, como el sarmiento a la vid, para alcanzar un día la salvación eterna. Luchemos diariamente contra el maligno, porque son muchas las atracciones del mundo que aparecen de pronto en el sendero escabroso de la vida. Podemos cambiar nuestra manera de ser, si reflexionamos a fondo: ¿de qué sirve un momento de placer pecaminoso, comparado con esa eternidad que se nos puede escapar de las manos? y ¿de qué sirve el deleite de un pensamiento enfermizo, si al aceptarlo retrocedemos en el camino de santidad que a todos el Señor nos tiene marcado? No podemos irnos con las manos vacías. Cuando hayamos dejado este mundo, sería bueno que alguien dijera que depositamos en su corazón un destello de esperanza, o un poquito de alegría. Que alguien afirmara que le enseñamos algo que no sabía o que una palabra nuestra le hizo cambiar de actitud. Que alguien sintiera que sanamos una de sus heridas, o que por lo menos le ayudamos a vivir con ella. De ser así, valió la pena que el Señor se fijara en nosotros, que nos tuviera paciencia durante tanto tiempo y que nos llevara de la mano para conducirnos por caminos misteriosos que solamente Él conoce. Valió la pena, porque a pesar de ser torpes y débiles, fríos e indiferentes, finalmente pudimos dar frutos, frutos maduros, que sirvieron a otros y que con la ayuda del Espíritu, podrán ser eternos...