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Más allá de las palabras

ZAQUEO

Jacobo Zarzar Gidi

San Lucas nos dice que Zaqueo intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura. Para conseguir su propósito se mezcla primero con la multitud y adelantándose corriendo, sube a un sicomoro para verle, porque iba a pasar por allí (recordemos que el sicomoro es una especie de higuera de Egipto, de madera incorruptible, que los antiguos usaban para las cajas de sus momias). Nada le importó lo que pudiera pensar la gente al ver a un hombre de su posición correr primero y subir después a un árbol (era un rico recaudador de impuestos y jefe de publicanos; la cantidad del impuesto la tasaba la autoridad romana, los publicanos cobraban una sobretasa, de la cual vivían; esto se prestaba a arbitrariedades, y por eso se ganaban fácilmente la hostilidad de la población).

La ansiedad que tenía Zaqueo por conocer a Jesús, representa una gran lección para todos nosotros que debemos preguntarnos si verdaderamente queremos ver a Jesús y permanecer con Él. En mi vida diaria, ¿hago todo lo posible para poder verlo? ¿Verdaderamente quiero contemplarlo, o quizá evito el encuentro con Él porque no me interesan su palabra y su mensaje? ¿Prefiero no verlo o que Él no me vea porque son muchos los pecados que conservo en el alma? ¿Prefiero mejor verlo de lejos para no sentir de cerca su mirada, para no llamar demasiado su atención, para no tener que aceptar toda la verdad que hay en Él? ¿Desperdicio la oportunidad única e irrepetible que me da la vida, al hacerme el desentendido de las cosas espirituales?

Cualquier esfuerzo que hagamos por acercarnos a Cristo es y será largamente recompensado. Cuando Jesús llegó al lugar que se menciona en el evangelio, levantando la vista, le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me hospede en tu casa". Él, que se contentaba con verlo desde el árbol, se encuentra con que Jesús le llama por su nombre, como a un viejo amigo, y con la misma confianza, se invita en su casa. El Maestro, que había leído en su corazón la sinceridad de sus deseos, no quiere dejar pasar esta ocasión. Zaqueo descubre que es amado personalmente por Aquél que se presenta como el Mesías esperado, se siente tocado en lo más profundo de su espíritu y abre su corazón. Zaqueo bajó con rapidez y lo recibió con gozo. Experimentó la alegría singular de todo aquél que se encuentra con Jesús. ¿Cómo recibimos a Jesús cuando toca nuestra puerta? ¿Tenemos acaso un corazón endurecido por la soberbia, que no responde a su llamado?

El ruido de la multitud y el desorden que impera en las calles de Jericó, ya no le importan a Zaqueo, porque sabe que Jesús vendrá a su casa y no le fallará. Zaqueo tiene al Maestro, y con Él lo tiene todo. No se asusta de que la acogida de Cristo en la propia casa pudiese amenazar su carrera profesional, porque todo eso ha pasado ya a segundo término. Por el contrario, muestra con obras la sinceridad de su nueva vida; se convierte en un discípulo más del Maestro: "Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres y si he defraudado a alguien le devolveré cuatro veces más". El encuentro con Cristo nos hace generosos, nos mueve a compartir lo que tenemos con quien está más necesitado.

Cuando Jesús entró en casa de Zaqueo, muchos comenzaron a murmurar que se hubiese hospedado en casa de un pecador. Entonces, el Señor pronunció estas consoladoras palabras, unas de las más bellas de todo el Evangelio: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido". Es una llamada a la esperanza: si alguna vez el Señor permitiera que atravesáramos una mala época, una mala racha, si nos sintiéramos a oscuras, hemos de saber que Jesús saldrá enseguida a buscarnos, como lo ha hecho tantas veces el Buen Pastor con la oveja extraviada. En esos momentos podemos exclamar con humildad: ¡Ando perdido Señor, ven a mi encuentro...!".

La figura de Zaqueo nos ha de ayudar también, a no considerar nunca a nadie por perdido o irrecuperable para Dios. Jamás debemos perder la esperanza, ni siquiera cuando parece que todo se derrumba. La misericordia de Dios es infinita y supera todos nuestros juicios.

Una de las historias verdaderas que aparece en el libro de "Vidas Ejemplares" nos relata que un pariente de una mujer muy santa puso fin a su existencia arrojándose desde un puente al río. La mujer estuvo un tiempo tan desconsolada y entristecida, que ni siquiera se atrevía a rezar por el suicida. Un día le preguntó el Señor por qué no intercedía por él, como solía hacer por los demás. La mujer se sorprendió de las palabras de Jesús, y le contestó: "Tú sabes que se arrojó desde el puente y acabó con su vida"... Y el Señor le respondió: "No olvides que entre el puente y el agua, estaba Yo". Nunca había dudado esta mujer de la misericordia divina, pero, desde aquel día, su confianza en el Señor no tuvo límites. Y rezó por aquel pariente lejano con particular intensidad. No dudemos nunca del Señor, de su bondad y de su amor por los seres humanos, por muy difíciles o extremas que sean las situaciones en que nos encontremos nosotros o aquellas personas que queremos llevar hasta Jesús.

Para los habitantes de Jericó, Zaqueo estaba muy lejos de Dios, sin embargo, Jesús tenía puestos los ojos en Él, porque su alma se encontraba dispuesta al arrepentimiento, a la reparación del daño que había causado, y a la generosidad. De la misma manera, el Señor tiene sus ojos puestos en cada uno de nosotros y no descansará hasta conseguir nuestra salvación. Cuando Jesús le dijo: "Zaqueo, baja de ese árbol; esta noche cenaré en tu casa", esa petición elevó la estatura pública, pero sobre todo espiritual, del recaudador de impuestos. Cuando Jesús vio al pequeño Zaqueo trepado en el árbol, le dijo: "Ven y ponte a mi nivel. Es un honor para mí cenar en tu casa esta noche".

Nuestra propia fe es la que nos proporciona esa "urgencia de Dios" que nos hace no estar contentos si Jesús no se encuentra a nuestro lado. Muchos hombres, sin embargo, no tienen en su corazón esa ansiedad que se siente al no haber hallado todavía "El Tesoro Escondido" y "La Perla Preciosa", porque se hallan satisfechos de su prosperidad y confort material, y se sienten como si estuvieran en casa propia y definitiva, olvidando que no tenemos aquí morada permanente, y que nuestro corazón está hecho para los bienes eternos. Es oportuno recordar en estos momentos la poesía de José de Espronceda que dice así: "No son los muertos los que, en dulce calma, la paz disfrutan de la tumba fría. Muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía.

jacobozarzar@yahoo.com

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