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Más allá de las palabras

TE DAMOS GRACIAS SEÑOR POR LA VIDA

Jacobo Zarzar Gidi

Durante tres semanas, entre el 19 de enero y el 9 de febrero de este año 2014, fue necesario que me atendieran por tercera ocasión en la Scripp Clinic de La Jolla, California. Un examen de sangre que me estuve haciendo cada mes desde el año pasado, reveló que mi salud no se encontraba bien. La leucemia de "células peludas" había vuelto a resurgir con mayor fuerza, después de haber permanecido trece años en remisión.

Ante la gravedad del asunto, me puse a indagar con toda seriedad ¿cómo sería la Vida Eterna?, pero también me pregunté ¿si acaso yo era digno de llegar a ella?

Le supliqué a Dios que no me tuvieran que hacer la extracción de médula que es tan dolorosa. Y también le pedí que no me retuvieran mucho tiempo fuera de casa. A final de cuentas, la prueba de médula fue necesaria para comprobar si la enfermedad no había cambiado transformándose en una leucemia peor, y mi estancia se alargó por tres semanas que me parecieron eternas. Primero pensé que el Señor no había escuchado mis oraciones, pero después llegué a la conclusión de que así como sucedieron las cosas, fue lo mejor para que yo siguiera viviendo.

La extracción de la médula me hizo recordar a todos aquellos pequeños niños que tienen leucemia y que acuden al Seguro Social en busca de esperanza. Una larga y gruesa aguja penetra en el hueso de la cadera para sacar una cierta cantidad de médula que se manda analizar para saber qué tanto están infiltradas las células peludas (se llaman así, porque en el microscopio se observan cada una de las células con un pelito). A pesar de la anestesia local, el dolor se vuelve insoportable, y solamente con la ayuda de Dios se puede tolerar. Después de cinco días me dieron el resultado: Mi médula tenía el 90 % de células malignas.

Tomando en cuenta el resultado de los análisis de la médula y de la sangre, el médico recomendó un tratamiento de quimioterapia con dos potentes medicinas que entraron por las venas de mis brazos durante cinco días: La primera se llama Rituxan, y la segunda Cladribine. La finalidad era matar las células malas, a pesar de que también se mataría a una gran cantidad de las células buenas. No fue fácil, se armó en mi organismo todo un enfrentamiento parecido a la Segunda Guerra Mundial entre las dos clases de células. Los niveles de glóbulos blancos, de glóbulos rojos y de plaquetas fueron descendiendo con el tratamiento a niveles alarmantes conforme pasaban los días, pero el doctor quería que bajaran aún más, porque al mismo tiempo se aniquilaba una cantidad mayor de células malas.

Las grandes salas donde los enfermos recibimos la quimioterapia estaban recién remodeladas y bastante cómodas debido a las donaciones que hizo antes de morir de cáncer el señor H.E. "Hap" Simpson. Merecidamente le pusieron su nombre al Centro para Tratamiento de Oncología y Melanoma. Que Dios lo bendiga, porque somos muchos los que nos hemos beneficiado con su generosidad.

Cuando pregunté a las enfermeras ¿por qué estaban siempre contentas, a pesar de que su profesión no era sencilla?, todas me respondieron "que estaban así porque amaban mucho su trabajo". Esa respuesta me hizo reflexionar en la importancia de la actitud personal frente a los grandes retos de la vida. Necesitamos trabajar contentos y permanecer agradecidos por todo lo que se nos ha dado, independientemente de lo poco o mucho que tengamos.

En la clínica pude observar que entraban y salían para recibir atención médica todo tipo de enfermos: Una anciana en silla de ruedas que ya no tenía fuerzas ni siquiera para levantar su cabeza; un joven que le habían cortado una pierna por su diabetes, y la otra con una gran cantidad de vendajes para protegerla; una señora argentina con cáncer en los huesos; mujeres jóvenes con turbante y sin cabello por las radiaciones recibidas…

Tomando en cuenta que la sangre es un poderoso medio para conocer la salud de los pacientes (un ochenta por ciento de los diagnósticos se da por medio de los resultados de la sangre), el laboratorio de la clínica estaba siempre saturado de pacientes. La enfermera llega por los enfermos con una amplia sonrisa en los labios, desinfecta el brazo o la mano, y extrae dos tubitos de sangre. Debido a que las venas tienden a esconderse y a hacerse más delgadas como una protección natural frente a la aguja que va a penetrar, calientan un poco el brazo o la mano con un cojín caliente para dilatarlas.

Una semana después de haber terminado mi tratamiento, y de haber llegado mis niveles a lo más bajo posible, el doctor me enseñó los últimos resultados de la sangre: los glóbulos blancos que se originan en la médula ósea y en el tejido linfático y que defienden al organismo contra sustancias extrañas, ya estaban en sus niveles normales; y todos los demás, incluyendo la hemoglobina, y las plaquetas estaban subiendo lentamente.

Han pasado quince días desde que terminó el tratamiento y el chequeo posterior de los médicos. Mi esposa y yo hemos regresado a casa. Extrañaba mucho la comida mexicana: el caldo de pollo calientito elaborado con todos los ingredientes naturales; los frijoles refritos acompañados con tortillas de maíz; la comida árabe que tanto me gusta; y el jugo fresco de toronja del árbol que se encuentra en mi jardín. Allá los sabores son diferentes, y además todo el tiempo sentí el estómago revuelto por los químicos que me habían puesto.

Por las noches, estando allá, me subía la temperatura hasta 38 y medio grados. El doctor nos dijo que si llegaba a los 39 nos fuéramos de inmediato a urgencias de la clínica porque se trataba de una infección y había que atacarla de inmediato. Pero, afortunadamente eso no sucedió.

Ahora estoy en espera de que no hayan sobrevivido células malas para no volver a recaer porque se estaban multiplicando con una rapidez increíble. Necesito cuidarme con esmero mientras se normalizan los resultados de laboratorio, porque hay muchos virus en el medio ambiente. Deseo seguir viviendo varios años más para ver crecer a mis queridos nietos, hablar con ellos y platicarles un poco la historia de mis padres y también de mis abuelos, aconsejarlos y rezar por ellos. Quiero seguir trabajando con mucho ánimo, y continuar escribiendo mi columna periodística a la que tanto cariño le tengo.

Me siguen doliendo los huesos, los brazos, las piernas, las quijadas y las articulaciones. Sigo teniendo escalofríos y temperatura por las noches. La náusea sigue estando presente a todas horas. Sin embargo, nada que no se pueda tolerar.

Doy gracias a Dios por los adelantos actuales de la medicina, por las investigaciones que se han hecho con buenos resultados, y por haberse aumentado en los seres humanos la esperanza de vida. Le doy gracias porque la vida es preciosa a pesar de que algunas veces se vuelve difícil de tolerar. Rezo por todos los enfermos que buscan con desesperación un poco de salud, sobre todo por los niños con diagnóstico de leucemia, que lloran y sufren justificadamente cada vez que les hacen la extracción de médula, cada vez que les sacan de sus bracitos un poco de sangre, y cada vez que al mirarse en el espejo se dan cuenta que por desgracia ya perdieron todo su cabello.

jacobozarzar@yahoo.com

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