Dos monjes que iban en una peregrinación llegaron a la orilla de un río. Allí vieron a una joven mujer que intentaba cruzarlo, pero no podía porque el caudal había aumentado mucho en las últimas horas. Sin más preámbulos, uno de los monjes la cargó sobre la espalda, la llevó a través del río y la puso sobre tierra seca en el otro lado. Luego los monjes continuaron su camino. Poco después de una hora, el otro monje comenzó a quejarse: "¿Cómo pudiste ir contra las reglas de los monjes? Tú sabes que no es correcto el tocar a una mujer y tener estrecho contacto con ellas porque va contra los mandamientos que rigen la orden de los monjes Zen a la cual pertenecemos".
El monje que había cargado a la muchacha caminaba en silencio, pero finalmente comentó: "Yo la dejé en la orilla del río hace una hora, ¿por qué la cargas tú todavía?".
Diariamente acumulamos en el cerebro: preocupaciones, ansiedades, resentimientos, nostalgias del pasado que nos afectan, temores por el futuro, reclamaciones por el proceder de nuestros semejantes, y muchas otras cosas más, que son dañinas para nuestra salud mental. En cambio, si cuidamos de nuestros pensamientos, si los nutrimos y los cultivamos como si fuera un bello jardín lleno de rosas, florecerá más allá de nuestras expectativas.
No podemos permitirnos "el lujo" de un solo pensamiento negativo. Las personas más alegres, dinámicas y satisfechas de este mundo, no son muy diferentes a nosotros. Sin embargo, ellas irradian algo muy especial, porque después de mucha disciplina, han moldeado su mente permitiendo únicamente la entrada de reflexiones positivas, y de esa manera han penetrado a dimensiones superiores con resultados inimaginables. Para conseguirlo, debemos aprender a vivir desechando acontecimientos tristes del presente y del pasado que nos martirizan.
Muchas veces estamos tan ocupados persiguiendo los grandes gustos terrenales, que pasamos por alto los pequeños, como el observar con detenimiento el delicado, frágil y magistral tejido de una telaraña, o el descubrir las diferencias que existen en los diseños de las hojas de las plantas. No hemos tenido tiempo de observar nuestros árboles frutales que esta semana aparecieron sorpresivamente llenos de flores, y que más adelante nos darán su fruto milagroso.
Tal vez cuando nos hicimos adultos, perdimos la capacidad de sorpresa que tienen los niños, y dejamos atrás los sueños que tanto disfrutamos al podernos transportar mentalmente de un sitio a otro, penetrando en el maravilloso mundo de la fantasía. Si desempolvamos nuestros sueños, podemos gozar otra vez de lo que es digno de asombro, descubriendo cosas hermosas en el ámbito de la creación. Todo ello nos volverá más alegres y espontáneos, más enérgicos y creativos, a medida que pasan los días.
Nuestros pensamientos son tan importantes, que el precio de la grandeza o de la desgracia, recae directamente sobre cada uno de ellos. La mente es un magnífico criado, pero al mismo tiempo es un amo terrible. Si pensamos únicamente cosas negativas, es porque no hemos cuidado la mente, y no hemos dedicado el tiempo necesario para entrenarla a pensar en lo bueno, en lo hermoso, en lo trascendente. Muchas personas permanecen deprimidas y no pueden conciliar el sueño, porque aceptaron saturar su cerebro con pensamientos tristes, de los cuales no se pueden desprender.
Sufrimos más con lo que nos imaginamos, que con lo que en realidad sucede. Si cambiamos nuestros pensamientos, cambiará nuestra vida. Cada célula de nuestro cuerpo reaccionará a todo lo que diga nuestra mente. Jamás esperemos un resultado positivo teniendo una actitud negativa.
El secreto de la felicidad es simple: averigua qué es lo que te gusta hacer y dirige todas tus energías en esa dirección. Si analizas a las personas que se ven radiantes de alegría, felices y saludables, verás que todas han encontrado cuál es su vocación y luego se dedicaron a perseguirla. Esta vocación suele ser casi siempre la de mejorar la vida de los demás, y para algunos -tal vez los más afortunados-: el servir a Dios, como sacerdotes, religiosos, misioneros o laicos comprometidos.
Si despertamos por las mañanas recordando cuál es la misión más importante de nuestra vida, veremos los primeros rayos de sol con una reserva ilimitada de energía y entusiasmo. No tendremos tiempo que perder, y por lo tanto, el poder de la mente no se malgastará en reflexiones inútiles que son verdaderamente intrascendentes. Borraremos el terrible hábito de estarnos preocupando de todo y por todo, y nos volveremos más eficaces y productivos.
No seamos prisioneros de nuestro pasado, ni nos lamentemos de lo que sucedió tiempo atrás y que no pudimos evitar. Son muchas las personas que pierden varios años de su vida quejándose inútilmente de lo acontecido. Esas épocas que transcurrieron, debemos aceptarlas únicamente como lo que son: "maestras del presente" para no volver a cometer los mismos errores.
Diariamente reflexionemos durante unos cuantos minutos, ¿cuál es la misión que tenemos en la vida y cómo la estamos realizando? Meditar en dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos, es importante. Si no nos damos un momento para eso, es como decir que estamos demasiado ocupados conduciendo, y no tenemos tiempo para echarle gasolina al auto. La mayoría de las veces vivimos a un ritmo tan frenético, con tantas ambiciones desmedidas, que no nos damos un instante para disfrutar de los hijos y de los nietos, para cultivar las amistades, para mirar las flores que en el jardín cobraron nueva vida con el rocío de la mañana, para escuchar el dulce canto de ese pájaro desconocido que llega sin saber por qué hasta nuestra ventana. No dejemos que el reloj y el calendario nos esclavicen de tal modo, que nos impidan darnos cuenta que cada momento de la vida es un verdadero milagro.
Nada hay de extraordinario en ser superior a otra persona. Lo verdaderamente grandioso radica en ser superior a nuestro antiguo yo. Ser hombres nuevos todos los días podrá ser la meta que nos debemos fijar para crecer espiritualmente. Que el recordar nuestro pasado nos sirva únicamente para mejorar el presente.
Son pocas las personas a las que se les nota una verdadera entrega en la misión por alcanzar sus objetivos. Para que nuestros sueños consigan esos propósitos, deberán estar impulsados por una pasión desbordante. ¡Qué hermoso es escuchar a un profesor impartir su cátedra con ese fuego que sus alumnos necesitan y que van a recordar toda la vida!
Una gran parte de las cosas que hacemos diariamente es por obligación, no porque nos agrade realizarlas. Ésa es la diferencia entre vivir a fuerzas y por necesidad, o hacerlo porque entendemos que la vida es una oportunidad que debemos aprovechar al máximo.
Si queremos de verdad mejorar el mundo exterior que se degrada constantemente, debemos primero intentar mejorar nuestro mundo interior. Nadie puede dirigir una empresa, si no puede dirigirse a sí mismo. Si lo conseguimos, seremos más fuertes para soportar los golpes de la vida.
Cultivemos un sentido profundo de la fe que nos permita esparcirla a otras personas, porque nuestro proyecto de vida no puede limitarse a los años que vivamos aquí en la Tierra. Nuestros sueños deberán abarcar también la eternidad, en donde nos aguarda un Padre misericordioso que desde siempre pensó en nosotros y que nos ha otorgado un alma única e irrepetible que jamás perecerá.
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