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MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS

EL DESALIENTO

Jacobo Zarzar Gidi

Los seres humanos, a determinada edad, muchas veces perdemos el entusiasmo por la vida. Permanecemos prácticamente apagados. Las enfermedades, los fracasos, la lucha diaria por la subsistencia, los problemas que se van presentando, y los ataques externos que quieren derrumbarnos, nos envuelven en una maraña de dureza, melancolía y depresión.

Se nos olvida que la esperanza es la virtud del caminante que, como nosotros, todavía no ha llegado a la meta. Se nos olvida que allí está Nuestro Señor Jesucristo para acompañarnos en todas nuestras angustias. Se nos dificulta recordar que algo parecido les aconteció a los discípulos de Emaús, cuando sintieron que habían perdido la esperanza porque Cristo, en quien habían puesto todo el sentido de su vida, "había muerto". La crucifixión del Señor supuso una grave prueba para la esperanza de todos aquéllos que se consideraban sus discípulos y que, en un grado o en otro, habían depositado en Él su confianza.

Los discípulos de Emaús regresan a su aldea completamente derrotados mostrando su inmensa tristeza y desconcierto a través de la conversación. Hablan de Jesús como una realidad pasada, así como lo hacemos ahora nosotros que no lo tomamos en cuenta ni acudimos a su amparo para que nos proteja.

Al igual que ellos, nosotros decimos: "Jesús fue…", "Jesús dijo…", porque olvidamos que, como en el camino de Emaús, Jesús está vivo a nuestro lado ahora mismo. En lugar de decir: "Jesús es, Jesús prefiere, Jesús manda, Jesús vive".

Conocían estos hombres la promesa de la Resurrección al tercer día. Habían tenido suficiente claridad para alimentar su fe y su esperanza; sin embargo, hablan de Cristo como de algo pasado, como de una ocasión perdida. Son la imagen viva del desaliento. Su inteligencia está a oscuras y su corazón embotado. Lo mismo nos pasa a nosotros cuando enfrentamos la primera dificultad, cuando la vida nos golpea, cuando las enfermedades llegan, cuando nos quedamos sin dinero, cuando la tristeza nos invade.

Dejémonos ayudar por el que todo lo puede, no nos hundamos en el desaliento y en la desesperación. Él nos devolverá la fe y la esperanza perdida. Recuperemos la alegría, el entusiasmo y el amor. Sujetémonos de esa mano fuerte que el Señor con generosidad nos tiende y salgamos del pozo donde nos encontramos. De nosotros depende, para conseguirlo, mantengamos la presencia de Dios durante la jornada y seamos fieles defensores de nuestros principios. Cueste lo que cueste.

Cristo mismo -a quien al principio no reconocen, pero cuya compañía y conversación aceptan- con paciencia les devuelve la fe y la esperanza. "Y se levantaron a toda prisa y se regresaron a Jerusalén…". También nosotros podemos con la ayuda de Dios volver a trabajar como antes, podemos volver a sonreír, ser el apoyo para nuestra familia como lo fuimos en el pasado, y sentirnos satisfechos de lo que conseguimos con nuestro esfuerzo. Cada día es valiosísimo en todas las etapas de la vida, no lo desperdiciemos. Si es necesario pedir perdón, pidámoslo mil veces a Dios y a nuestros semejantes, si es necesario llorar en silencio, hagámoslo, pero no permitamos que sigan corriendo inútilmente las hojas del calendario.

Entusiasmémonos de nuevo y dejemos nuestra antigua vida llena de pecados, de egoísmo y de placeres mundanos. Confiemos otra vez en Jesucristo para que sanen nuestras heridas, y jamás volvamos a abandonarlo, que ése sea nuestro compromiso. Sigamos atados a la fe por los santos vínculos de la caridad, y tengamos presente cada uno de los mandamientos para que la medicina aleje la infección de la llaga.

Confiemos otra vez en la bondad del ser humano y salgamos de nuestro claustro para visitar a los desorientados, a los frágiles y a los vulnerables, conduciéndolos fraternalmente a la salvación. Extendamos nuestra mano a los pobres, a las víctimas, a los enfermos y a los desamparados, que no tuvieron oportunidades, y que la vida los golpeó desde el primer momento. Hemos recibido tantas bendiciones gratuitas, tantas que fueron inmerecidas, que ahora es el momento de regresarlas a la vida, devolverlas a los que las perdieron por haberlas ignorado en el pasado y por no haberles sacado provecho. Es importante que nadie se sienta excluido, porque todos somos hijos de Dios.

Estamos acostumbrados a sentirnos seguros y cómodos si tenemos todo bajo nuestro control, pero en este mundo deshumanizado, hay mucha gente que no puede ni siquiera saber qué comerá mañana o dónde reposará su cuerpo para dormir esta noche. Dejemos a un lado nuestros temores y recordemos por lo menos esta Cuaresma algunos episodios de nuestro generoso Redentor, que se arriesgó, que sufrió y que murió para salvarnos. Dejémonos transportar dócilmente por caminos nuevos de espiritualidad y descubramos esa pequeña luz que nos invita a seguir revisando nuestra actitud en ese plan de salvación en el cual estamos involucrados. Entremos en la vida para dar ánimo a los demás, en esa vida dura donde la gente lucha todos los días por salir adelante y no tiene quién le diga una palabra de aliento. No tiene quién le reconozca sus pequeños triunfos y como consecuencia se van deprimiendo, se van hundiendo y se van despidiendo de este mundo.

El Señor nos espera para escuchar nuestras necesidades. En algún lugar tranquilo contémosle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro. Después de esa intimidad con nuestro querido Señor Jesucristo, habrá crecido en nosotros la paz y la decisión de ayudar a los demás. Nos servirá para aumentar la presencia de Dios en medio del trabajo y de nuestras ocupaciones diarias.

Es importante que no desaparezca en nosotros la virtud de la fidelidad que deberá estar presente en todas las manifestaciones de la vida del cristiano. Si fracasamos en la vocación que Dios ha querido para nosotros, significa fracasar en todo. Si no tenemos fidelidad al Señor, todo queda desunido y roto. Debemos recordar que Dios, más que el "éxito", lo que mira con ojos amorosos es el esfuerzo continuado en la lucha, porque conoce nuestras debilidades. Sigamos luchando, no nos cansemos, todos estamos sufriendo por un motivo u otro, pero la verdad es que hay muchos casos peores que el nuestro. Nadie nos dijo que la vida iba a ser fácil…

Debido a la gran tibieza y a la oscuridad que existe en el mundo, es probable que nosotros también nos encontremos con personas que han perdido el sentido sobrenatural de su vida, y tendremos que llevarlas -en nombre del Señor- a la luz y a la esperanza. Pidámosle a Dios en nuestras oraciones que se quede con nosotros a pesar de las veces que le hemos fallado, a pesar de las tantas veces que lo hemos ignorado. Que se quede con nosotros, porque sin Él todo es oscuridad y nuestra vida carece de sentido. Sin Él, andamos desorientados y perdidos, la muerte ronda nuestro espíritu y nuestro cuerpo flaquea.

¡Qué pena, si no supimos detener a Jesús cuando pasó a nuestro lado! ¡Qué dolor, si no le pedimos que se quede!

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