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UNA CITA EN EL CIELO

Jacobo Zarzar Gidi

(PRIMERA PARTE)

"En plena primavera, en la madrugada del 10 de mayo de 1996, después de un largo forcejeo de amor entre Dios y nosotros, nuestro Padre del Cielo quiso llevarse con Él, a mamá. Sus once hijos la vimos partir sin llamar la atención, con naturalidad como había vivido. Nosotros luchamos por retenerla, y Dios por amor tiraba de ella. Él pudo más, y ahora la tiene consigo en la Patria Eterna donde nos espera. "Tenemos una cita en el cielo" -nos decía. Esperamos que estos recuerdos de Amparo nos sirvan de inspiración a lo largo de esta vida -que como ella decía, es una hermosura, y nos ayuden a llegar a esa cita con Dios".

"He tenido una vida muy feliz, sólo tengo motivos para dar gracias al Señor" -decía Amparo poco antes de morir, a dos años y tres meses de haberse presentado su enfermedad. Nació el 26 de mayo de 1925, en Valencia. Su padre Alberto Portilla Hueso, capitán de ingenieros del ejército, su madre Amparo Crespo, habían contraído matrimonio un año antes. Tras de esta primera hija, tuvieron tres descendientes más: María Julia, Mercedes y Alberto.

Amparo Portillo Crespo fue bautizada en la Parroquia de San Juan y San Vicente, el 31 de mayo, teniendo como padrinos a sus abuelos maternos: Evaristo Crespo y Francisca Hueso. A los seis años ingresó en el Colegio del Sagrado Corazón en una localidad próxima a Valencia. Era muy formal y responsable, y las monjas la distinguieron mucho hasta el punto de obtener fama porque tenía -como decía la Madre Isabel Sáenz, "filosofía innata". En esta escuela pasó Amparo su infancia y juventud con grandes amigas que continuaron siéndolo toda la vida. Fueron años felices, llenos de anécdotas y de historia que aún hoy se recuerdan con nostalgia.

Aparte de lo que llamamos "buen espíritu", Amparo estaba siempre tratando de que no hubiera roces entre sus compañeras de estudio y que las religiosas no tuvieran que decir nada malo de ellas; intentaba ser agradable para todas y jamás la oyeron hablar mal de nadie. Durante la Guerra Civil Española, el colegio en donde Amparo estudiaba, tuvo que cerrar, ya que Valencia quedó en zona republicana y surgió una gran persecución en contra de todo lo religioso.

Su padre fue encarcelado por sus ideas políticas y la pequeña Amparo lo visitaba en la cárcel acompañada de su madre. El 30 de diciembre de 1937, durante un bombardeo, fue alcanzado gravemente por la metralla e ingresó cadáver en el hospital. Allí acudieron desoladas Amparo y su madre. En la tarde, cuando el cuerpo de su padre ya se encontraba en el ataúd, ella pasó la noche del 31 de diciembre rezando y llorando junto a él. Por su edad, se dio cuenta más que sus hermanos de la tragedia que acababa de abatirse sobre la familia. Siendo la mayor, sintió de manera más directa la responsabilidad. Esto le hizo madurar mucho, tornándola más seria y reservada. Su madre confió mucho en ella durante este período. Estos años fueron especialmente duros para la familia, pues aparte de la crueldad de la guerra, se unía la pérdida del padre por lo que andaban muy escasos de dinero.

Durante los bombardeos de la aviación, en vez de bajar a los refugios, la familia se quedaba en casa rezando el rosario hasta que cesaban, pero Amparo nunca se quejó ni mostró el más mínimo rencor u odio hacia los que mataron a su padre. Su madre les invitaba a rezar por él y su salvación, luchando por mantener unida a su familia dentro de un ambiente cristiano. Tenía una magnífica virtud: que cuando quedó viuda, se entregó por completo a sus hijos. Eso los hizo tener un ambiente de hogar.

Pasó la guerra, y Amparo regresó al colegio. En los últimos años como alumna cosechó una experiencia intachable, recibió la banda de "Buena Conducta" y la medalla de "Hija de María". Entre todas las compañeras de clase hicieron un propósito en común: procurar no cometer nunca un pecado mortal y jamás irse a dormir sin rezar primero tres Ave María. Y lo han cumplido a cabalidad, según lo afirman todas ellas cada vez que se reúnen.

Para su propósito personal, Amparo escogió el lema: "Aparta Madre de mí, lo que me aparte de Ti", mostrando ya desde muy pequeña su gran amor a la Virgen. Finalmente en 1944 aprueba el examen de estado que entonces ponía fin al bachillerato y abandona el colegio. Una vez fuera, realiza sus estudios de magisterio y puericultura (especialidad médica dedicada al cuidado de los niños), al mismo tiempo dirige el catecismo de la Parroquia de Santa Cruz -barrio muy humilde de Valencia-. Allí tenía muchos detalles de caridad con los niños asistentes ayudándolos generosamente a ellos y a sus familias en todo lo que podía. Su espíritu de sacrificio se refleja en esta anécdota: Cuando aquellos pobres niños hicieron la Primera Comunión, Amparo se llevó sus trajes a su casa para lavarlos y plancharlos llenando toda la bañera de piojos.

CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO.

jacobozarzar@yahoo.com

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