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MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS

Jacobo Zarzar Gidi

BOLEÁNDOME EN LA PLAZA

El 24 de diciembre, por la tarde, me di una escapada para bolearme en la Plaza Principal. El señor que me lustró los zapatos comentó orgulloso que tenía más de treinta años haciendo ese oficio y que conocía a la perfección los diferentes tipos de piel que usan los fabricantes de calzado. Estaba contento porque una persona le acababa de regalar un par de zapatos de piel muy fina, pero usados, que su dueño no se los pudo acabar por más que los caminó durante muchos años. Cuando me los enseñó, me di cuenta que las capas de la suela de ambos tenían un gran agujero.

Desde la silla alta donde me estaba boleando, observé a la gente que pasaba. Miré a una mujer indígena cargando a su hijo en las espaldas, atado a una tela de color rojo. Ella corría descalza brincando -a pesar del frío que helaba los huesos-, con lo cual hacía reír a carcajadas a su pequeño de tan sólo unos cuantos meses de edad. Otra hija, de diez años, arrastraba un carrito de muñecas usado que alguien le regaló. Después se sentaron en el húmedo piso con el resto de su familia que los estaba esperando. Los vi comer a todos alrededor de la abuela -una mujer de arrugas profundas y cabello blanco-, posiblemente con una larga historia llena de sufrimientos, abandono y escasez. Me fijé en sus rostros, y lo que más llamó mi atención fue la felicidad que expresaban. La pobreza material no se convirtió en impedimento para que platicaran con alegría en su dialecto tarahumara, para que sonrieran, para que compartieran lo poco que tenían, para que fueran felices.

Desde el mismo sitio en que estaba sentado, pude escuchar a un hombre hablando apasionadamente con micrófono en mano. Invitaba a un público indiferente -que caminaba de prisa-, a que no se olvidaran de Nuestro Señor Jesucristo, y que pusieran Su nombre por encima de cualquier otro nombre.

A unos cuantos metros de distancia, una persona anunciaba "Divorcios Express", con letras grandes escritas en una lona. Más allá, otro, promovía "Amparos contra el decomiso de vehículos ante el Poder Judicial de la Federación". Y un tercero, "Amparos Viales". Atrás de nosotros, una persona entonaba con muy buena voz canciones rancheras, y un numeroso público se las aplaudía. A lo lejos, un joven tocando guitarra, y otro violín, solicitaban a los transeúntes unas cuantas monedas para llevar a casa antes de la Navidad.

Frente a mí, el hermoso edificio que se comenzó a construir el 9 de diciembre de 1907, gracias a un préstamo de $80,000 pesos y que se inauguró solemnemente el 15 de septiembre de 1910. Durante mucho tiempo albergó al Casino de La Laguna, y fue precisamente en ese sitio, durante la tercera toma de Torreón (2 de abril de 1914), cuando Francisco Villa reunió a los principales comerciantes y empresarios de la región, con el propósito de solicitarles un préstamo forzoso de 1 millón de pesos para la causa revolucionaria. Entre ellos estaba mi padre.

En la parte alta de la fachada aún se conserva la huella de una bala de cañón que fue disparada desde un cerro de la vecina ciudad de Gómez Palacio. En el año 2005, el edificio dejó de ser el Casino de La Laguna y se transformó en el bello Museo Arocena cuya inauguración se llevó a cabo el 26 de agosto del año 2006. Durante más de 100 años, la familia Arocena ha logrado reunir invaluables objetos artísticos que fueron otorgados en custodia a la Fundación, asegurándose así la creación y permanencia del Museo que en la actualidad posee una colección de más de dos mil piezas de arte virreinal, europeo y mexicano. Este museo es visitado cada año por cientos de niños de Primaria para interesarlos en el arte y en la cultura. Dicen, y yo lo creo, que vale la pena hacer el viaje desde Europa para venir a Torreón y ver lo que allí se está exhibiendo.

Al girar mi vista hacia la esquina derecha (avenida Juárez y Valdés Carrillo), recordé un suceso triste y vergonzoso que aconteció durante la Revolución Mexicana. El 15 de mayo de 1911 asesinan a 303 personas de origen chino. Las turbas se dirigieron a los diferentes negocios de aquellos ciudadanos orientales matando sin piedad a los dueños y empleados. Al llegar al centro, asaltan el edificio donde operaban la Compañía Shangai y el Banco Chino, saquean ambos locales y desde el tercer piso del Banco Chino son lanzados hacia la calle cuerpos de ciudadanos chinos asesinados.

Mientras el señor que me boleaba seguía esmeradamente con su trabajo, admiré un árbol majestuoso llamado ahuehuete o sabino, que fue plantado -según se lee en la placa- en 1905, y que fue traído de las riberas del Río Nazas -su hábitat natural-. Este ejemplar ha resistido las amenazas de diferentes gobiernos municipales que quisieron derribarlo, junto al resto de la vegetación, para construir en la plaza un estacionamiento subterráneo. A las puertas de los bancos, varios menesterosos pedían ayuda a los cuentahabientes que entraban y salían. Una señora invidente hacía lo mismo: "Una limosnita por el amor de Dios, una limosnita". Cerca de allí, un perro callejero metía su larga lengua dentro de un vaso de plástico tirado en la basura. Con desesperación lo sujetaba entre sus garras tratando de extraer el poco alimento que tenía en el fondo.

La gente andaba de prisa, eran vísperas de la Navidad, y todos sentíamos como si el tiempo se nos fuese a terminar. Los comerciantes queríamos vender toda la mercancía para pagar deudas y eso nos estresaba, y los compradores deseaban a toda costa que el dinero que traían en su bolsillo les alcanzara. Se veía que cada quien manejaba de forma diferente sus problemas, sus inquietudes, sus anhelos, sus deseos.

Después de la última lustrada con un pedazo largo de franela y de poner tinta fuerte en la base de los zapatos, restiré mis calcetines, acomodé las valencianas del pantalón, me bajé de la silla, le pagué sus quince pesos al señor por sus servicios… y caminando de regreso me convertí en uno más de los que por allí pasaban.

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