UNA CITA EN EL CIELO
(CUARTA PARTE)
Amparo confiaba mucho en La Providencia Divina, su fe era innata, pero fue creciendo en ella -como las demás virtudes, hasta convertirse en algo natural, sin lugar para la duda. Ya muy enferma, no hizo más que ser consecuente con la fe que había profesado y practicado toda su vida. Hasta el final de su vida estuvo pendiente de que sus amigos, hijos y conocidos, se mantuvieran cerca de Cristo. Orientaba o decía lo que estaba de acuerdo con la ley de Dios. Había ofrecido su vida por la salvación de sus hijos poco antes de enfermar, y Nuestro Señor aceptó ese ofrecimiento enviándole una enfermedad que resultó mortal. Pero sus sufrimientos no fueron estériles, produjeron muchos cambios de conducta y el acercamiento a la fe de hijos y conocidos suyos. Tenía a Dios siempre por delante y no veía nada imposible. Ante cualquier situación adversa o difícil, acudía a Dios y rezaba para obtener solución, esperaba siempre en el Señor y tenía una gran paz sabiéndose en sus manos. Vivió en la esperanza de todo cristiano, y con ella afrontó las adversidades con la confianza y la alegría de quienes se abandonan en Dios. Tenía esperanza, confiaba en gozar en la vida eterna del amor Divino que había empezado a barruntar en esta tierra. Humilde y segura de la misericordia y del perdón de Dios, sabía que en el atardecer de la vida seremos juzgados en el amor.
Amparo, en la Navidad de 1993, se encontraba mal. Había pasado varias pulmonías en los últimos años. El 2 de febrero de 1994 fue al Hospital Ramón y Cajal de Madrid a hacerse una radiografía de tórax. Fue el grito de alarma. Los médicos descubrieron la mancha fatal que indicaba un cáncer en el pulmón derecho. Después de haber sido informada de su estado, Amparo se fue a su recámara, y su esposo pensó que estaba muy afectada, pero la encontró tarareando la canción de Edith Piaf: "La Vida en Rosa". Para quien no cree en la vida eterna, la enfermedad puede parecer un absurdo, Amparo, por el contrario sabía que ofreciendo a Dios con amor sus sufrimientos, le honraba, se sacrificaba y podía conseguir de Él muchas gracias. Como buena hija, tenía ese amor especial, y sabiéndose en sus manos se sometió dócilmente a las prescripciones médicas.
El lunes 7 del mismo mes recibió el primer ciclo de quimioterapia, respondió muy bien al tratamiento y el tumor se redujo a la mitad. Decidieron pues darle seis ciclos más. Se le cayó el pelo de la cabeza, pestañas, cejas, y sufrió un profundo deterioro físico. El 4 de noviembre, tras recibir la Unción de los Enfermos, se le practicó una operación quirúrgica. Al principio sólo le iban a quitar unos nódulos, pero tuvieron que extirpar el pulmón derecho entero. Permaneció treinta y seis horas en terapia intensiva y posteriormente la subieron a una habitación. Constantemente sonreía y daba las gracias por todo, sin embargo, la fatalidad quiso que se le produjera una fístula. El 1 de diciembre, los médicos permitieron que se fuera a casa, pero antes enseñaron a sus hijas a hacer las curas para que cerrara la úlcera. Llegaron a practicarle 700 curaciones.
Cuando una hija le preguntó si estaba triste, ella contestó: "Soy muy feliz, todos me queréis mucho; si Dios me da esto, es porque Dios quiere, por lo tanto yo lo acepto". La sometieron a pruebas y análisis, y todo parecía ir bien, hasta que el 13 de septiembre de 1995, se confirma el temido diagnóstico: Metástasis cerebral en glándulas suprarrenales, huesos y en el otro pulmón. El calvario se hace más duro, es la hora de abrazarse a la Cruz con más fuerza, con más amor. Le aplican otras veinte sesiones de radioterapia, pero tienen que suspenderlas porque no podía ya con tanto.
Siguiendo con su lucha contra la enfermedad, Amparo aceptó ir a consultar al doctor Rossell, quien le manda una cesión de radio cirugía -la más dolorosa hasta el momento, pero que le permitió morir consciente. En todo momento aceptó cristianamente su enfermedad, no sólo con resignación, sino amando la voluntad de Dios. Cuando otra hija le preguntó si tenía miedo, ella le respondió. "Mira, yo he dejado todo en manos de Dios, y tengo una paz y una felicidad interior muy grande, porque sé que es algo que me da el Señor. Cuando os veo a veces sufrir porque hay datos del avance de la enfermedad, yo conservo la paz interior y me doy cuenta de que es un don de Dios".
El día 23 de marzo se casó su hija Ángeles. Amparo se levantó a duras penas para hacerse las fotos, pero no tenía fuerzas para bajar a la Iglesia. La celebración posterior fue en su casa. Estuvo feliz y contenta viendo pasar a toda la familia por su habitación para estar con ella.
El miércoles 8 de mayo recibe por última vez la Comunión, la agradece y sonríe. El jueves 9 a las once de la noche empieza a respirar con dificultad, le sube la fiebre. A las cuatro menos cuarto de la madrugada, respira ya más lentamente y abre sus ojos azules, pero con una mirada perdida. Al cabo de unos segundos, expiró, se quedó con una expresión de paz y una sonrisa esbozada en los labios.
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CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO.