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GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

Dicen que el hombre vale lo que vale su palabra. Por ello debe de haber congruencia en la vida, y mi amigo Jesús Yarto vivió así, con congruencia.

Y un día cualquiera, sin venir a más, Jesús se marchó de este mundo sigilosamente, como había nacido y vivido. Nunca le hizo mal a nadie, porque vivió a su manera, querido y protegido por su familia.

¡Ah!, pero no se fue solo. Se llevó de la mano a Paco de Lucía y justo cuando llegaron frente a san Pedro, éste preguntó: "¿Quiénes son ustedes?, -este es Paco de Lucía y yo soy Jesús Yarto. No tengo aquí a ningún Jesús, Paco sí está, pero tú no. -Soy el Pirris, san Pedro, busca bien. -Al Pirris sí lo tengo, respondió san Pedro. -Pos' haste pa' allá y deja pasar. -Y entraron juntos al cielo".

Todo fue que Paco de Lucía cruzara las puertas de la Gloria, para que guitarra en mano, comenzara a tocar el concierto de Aranjuez; y de las cuerdas de su guitarra se fueran desprendiendo pétalos de rosa, al tiempo que las once mil vírgenes coreaban el concierto y el Pirris caminaba orgulloso al lado del guitarrista de flamenco más famoso del mundo.

Luego el Pirris, le pediría a Paco que tocaran unos pasos dobles y el de Algeciras, comenzó tocando "Armillita" y otros tantos, al tiempo que el Pirris daba vueltas sobre sí mismo, como si se envolviera en un capote imaginario bordado en oro y plata.

El cielo se alegraba con tanta música y ambos personajes entraban a la Gloria, como sólo lo pueden hacer los grandes.

San Pedro de las Colonias es un pueblo habitado por personajes maravillosos y simpáticos. Cada vez que viajo con mi amigo Pancholín (el Chico), vamos muertos de risa platicando las ocurrencias de muchos de esos personajes.

Entre otras anécdotas, Pancho me platica cómo su Papá, Pancholín (el Grande), llegaba a la cantina del pueblo y si por ahí asomaba la cabeza el Pirris, lo sentaba en su mesa y le invitaba todas las copas que quisiera beber, con la condición de que no hablara y mi amigo se sentaba obediente a cumplir con su encomienda, aunque los parroquianos se le acercaban a tratar de hacerlo hablar para que perdiera la apuesta, pero él se mantenía como los buenos toreros, a pie firme, sin hablar, para que don Pancho pagara las copas.

El personaje del Pirris traspuso fronteras. Tan es así, que cuando fui a presentar el libro de mi amigo Manuel, su hermano, Íñigo me dijo: "¿Que vas a San Pedro a presentar un libro?: -Así es Flaco, ¿por? -No, por nada, si no tienes inconveniente te acompaño. -Encantado de la vida. -Pero quiero que sepas que yo voy sólo para sacarme una foto con mi amigo el Pirris. -Como tú quieras con tal de que me acompañes."

Los tiempos del Señor, no son los tiempos de uno. ÉL sabe cuándo y por qué hace las cosas. Y en esta ocasión le dio una excelente compañía a mi amigo Jesús, nada más y nada menos que a Paco de Lucía, que tuvo el privilegio de morir viendo uno de los mares más hermosos del mundo, el Caribe mexicano.

Qué hermoso debe ser recordado, por quienes lo conocieron, con agrado y alegría, como al Pirris. Porque no le hizo daño a nadie, vivió su vida a su manera, pero libremente, congruente con su palabra y su sentir.

De Paco de Lucía, me quedan sus conciertos y su virtuosismo. Esas manos que cambiaron el modo de percibir la música de los gitanos y el llorar de una guitarra que es como si se escuchara llorar a una mujer, o gemir de placer cuando se le toca con delicadeza.

Se van los amigos, los grandes virtuosos. El cielo se alegra, pero la Tierra queda triste con su ausencia. Ya no habrá otro Pirris, porque Pirris sólo había uno.

Pero yo lo conocí y estreché su mano, escuché su palabra y disfruté su mesa y la de sus hermanas. ¡Qué gratos momentos!

Querido Pirris, "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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