México: ¿la estancia del ajolote?
La evolución es la manera en que las formas vivas se transforman a lo largo del tiempo y el espacio. ¿Quiénes somos los mexicanos y qué nos ha ocurrido en el diverso andar de los seres animados en el planeta?
El ajolote, un animalito que recorre como espermatozoide las charcas del sur de México, llamó la atención de los zoólogos por su aparente estado de suspensión evolutiva. El ajolote, dijeron, es una especie de salamandra que no llegó a desarrollar miembros y salir del agua. Tal como Julio Cortázar lo escribió en su cuento Axolotl, estas creaturas se quedaron atrapadas en el silencio de su cuerpo larvario.
Roger Bartra diría tiempo después que ésa es la imagen de México: un país que no alcanzó a tocar con plenitud los terrenos de la modernidad. Se quedó detenido en un limbo «crisálido». Carlos Fuentes ya lo había dicho en su libro Tiempo mexicano: México es muchos tiempos y ninguno de ellos se ha cumplido.
Con algunas variaciones, esta laguna de temporalidades es a lo que Néstor García Canclini llamaría «cultura híbrida»: la yuxtaposición de restos de culturas amerindias, transformaciones e influjos de un hispanismo católico colonial, y modos de desarrollo modernos y posmodernos. ¿Es México, entonces, el ajolote? ¿Es por eso que somos tan susceptibles a la promesa de la modernidad y la ilusión del desarrollo sostenido?
EVOLUCIÓN, PROCESO ESPACIAL Y TEMPORAL
Se pensaba que la evolución era un camino a cuya meta sólo llegaban los más aptos. Ésa fue la idea original de Charles Darwin. No obstante, según los investigadores Sean B. Carrol y Niel Shubin, la selección natural no es el único factor determinante: la mutación influye.
De esta manera, la evolución sería el resultado de la oportunidad y dejaría de ser sinónimo de progreso. Ésta se definiría, entonces, como los diferentes itinerarios diseñados al abrirse y cerrarse una extensa -pero fija- serie de portones biológicos. Correspondería a la transformación de la vida en todas sus posibles combinaciones a lo largo de 3.5 billones de años en el planeta Tierra, desde la bacteria primigenia hasta el reinado de los mamíferos humanos.
Se imaginan puertas que se abren y cierran, caminos diversos que se separan y convergen, recombinándose, reaccionando al ambiente y obedeciendo a la necesidad y la contingencia de la mutación; cada vez transfiriendo la traza de lo recorrido, pero también entrando siempre en los surcos de la novedad presente y futura. Así hasta generarse los 8.7 millones de especies que existen en el planeta, más todas aquéllas que ya han desaparecido.
La evolución ha favorecido la emergencia del cerebro, el cual se piensa que es la máquina más compleja del universo con cerca de cien billones de neuronas. Es este órgano el que ha propiciado nuestra experiencia humana. Esta evolución exponencial empezó hace seis o siete millones de años, hasta consumarse doscientos mil años atrás.
No obstante, hemos avanzado en conjunto como especie. Sería necesario aceptar que cada individuo y/o comunidad está en diferente momento, que es lo mismo a decir espacio. La evolución es la expansión de la vida en el tiempo y el espacio en todas sus posibilidades, y es la exacta coordenada del ser humano lo que precisamente lo hace un ser único entre su misma y otras especies.
EL REINO
Es necesario hacer una marcada prolepsis desde el surgimiento de la inteligencia y arribar al año 1810; allí estaban los mexicanos. Para poder imaginar a México, tendríamos que visualizar una larga e intrincada trenza de líneas evolutivas que, por un lado, tienen que ver con el gran laboratorio de las especies y, por otro, con el desarrollo del universo cerebral. Se pertenece al mundo de la evolución animal pero, sobre todo, al mundo emanado de las propias ideas y emociones.
Si tomamos en cuenta la triada temporal/espacial de Canclini, México es la convergencia de tres líneas. Una de ellas viene desde África (hace sesenta mil años), pasa por Asia y llega varias veces a América por Gibraltar y, posiblemente, por el Atlántico desde Europa antes de 1492.
En América la evolución sigue su curso: ocurre la formación, el ascenso y el descenso de varias culturas, entre otras gestas, a lo largo de dieciséis mil años. Cuando llegan los europeos de forma masiva, viven los imperios Maya y Azteca y otra serie de grupos nómadas y/o descendientes de culturas que vieron esplendor en su momento; cada grupo habita ya diferentes temporalidades. De esta manera, se podría concluir que es problemático sintetizar la población amerindia a una sola línea.
La segunda línea también sale de África y descubre en Europa al neandertal (otra especie humana). Se desarrolla en el continente por miles de años entre intercambios de culturas continentales, mediterráneas (incluyendo África y Asia) y nórdicas, hasta el ascenso del monoteísmo y, siglos después, del capitalismo temprano en el Renacimiento. Es la línea que llega en forma de colonización imperial católica, que asimismo va a ser múltiple, pues la cabeza del imperio no siempre organizó las colonias de la misma manera (reinaron dos dinastías), ni la carga ideológica fue de constante intención totalitaria. Basta mencionar aquí el aliento franciscano inicial y el jesuítico del siglo XVIII.
La tercera línea estaría más relacionada con los mexicanos ya como nación. Tiene que ver con los intentos de unir las otras dos dimensiones, cuya consistencia temporal es cuestionable, con las líneas de desarrollo y pensamiento europeo o estadounidense que se han desarrollado de forma independiente al hispanismo. Y sería en cualquiera de sus fases sucesivas: iluminismo, liberalismo, revolución industrial, modernidad, neoliberalismo, globalización, entre otras.
Estos intentos, sumados a las disparidades preexistentes, son los que han creado, como dicen Fuentes y Canclini, una realidad no homogénea donde diversas temporalidades convergen en el mismo espacio. Éste sería el drama y ésta sería la marca que define el lugar del mexicano en la evolución.
¿HABITAMOS LA ESTANCIA DEL AJOLOTE?
Más atrás en la historia, es innegable que la existencia del mexicano como estado nación está vinculada con las diferentes fases de la modernidad. Sin «descubrimiento» y conquista renacentistas, México no puede llegar a ser. La colonia recibió influjos barrocos y luego moderadamente clasicistas.
Ya en etapa independiente, la sólida creación de México consistió en ser una nación con instituciones liberales, durante la Reforma, y desarrollo agropecuario e industrial orientado al mercado internacional y la acumulación de capital, en el Porfiriato. En los siglos XX y XXI, se volvió a repetir esta fórmula en el México posrevolucionario y neoliberal.
En el presente venimos a descubrir que es esta necesidad de galopar en el mundo global, la que ha servido de base para la reciente reforma energética. Sólo el tiempo definirá si México desarrolla sus propias líneas o, una vez más, intenta unirse en el futuro a otra línea evolutiva paralela.
Aunque podría comprobarse nuevamente que el país sólo sirve como banco de recursos naturales, minerales, energéticos y humanos, que echa a andar el motor de transformaciones evolutivas externas: México reconfirma su acostumbrada posición colonial.
¿Existe la nación en la fase del ajolote? Sí, porque se atenta imponer una línea evolutiva a una población no homogénea, que no acoge la misma como una evolución natural, sino como agresión u oportunidad de dominación. Ese es el laberinto de la soledad. Se camina en una serie de diversos tiempos y cada quien a su ritmo y contexto, mientras que la élite dirigente intenta superponer una y otra vez una línea evolutiva ajena, y así impulsa, con los propios intentos, aspiraciones evolutivas de otros, para volverlas a desear ya cuando las han realizado ellos en el futuro.
Twitter: @fernofabio