Algunas cosas más que un campeonato de futbol estarán en juego en Brasil y México en el curso de las semanas que durará el torneo que empieza mañana. Allá, en el gigante suramericano, con el paso de los partidos, estará en juego además la re elección de Dilma Rousseff.
También se jugará el empeoramiento o mejoramiento de la percepción sobre la verdadera situación social y económica del país, cada vez más vista en la prensa global como al borde de un barranco.
Se trata de la secuela del éxito -en parte mercadotécnico, en parte real- del gobierno del ex presidente Lula, ahora empeñado en prolongarlo en favor de su sucesora Dilma Rousseff, del partido de ambos. En el juego de esta guerra por las percepciones, Brasil pugnó por años por obtener las sedes del Mundial de Futbol y de las Olimpiadas, que llegaron en el peor momento. Sí: como las plegarias atendidas, por las cuales, de acuerdo a Santa Teresa, se derraman más lágrimas que por las no atendidas.
La huelga y los bloqueos del Metro de Sao Paulo encabezan las muestras de inconformidad de estas semanas, pero hay mucho más. Al parecer los inconformes por los problemas de empleo, vivienda, transporte, etc., así como por los escándalos de corrupción, decidieron entrar en los juegos de percepciones. Y están tratando de aprovechar los reflectores de los magnos espectáculos deportivos, para forzar soluciones del gobierno por la vía de la presión de la opinión pública global. Esa misma en la que los gobiernos del Partido del Trabajo de Lula y Rousseff se proponían reafirmar la percepción del milagro brasileño.
Lo que no queda clara es la estrategia de Lula de levantar la reputación a la baja de su país, a costa del prestigio de México, cuyo amplio reconocimiento en los países europeos visitados por el presidente Enrique Peña Nieto, forma parte ahora de nuestro debate local. En un momento en el que en Brasil se han adelantado estos juegos de percepción sobre la capacidad del régimen de organizar los grandes espectáculos del deporte, y cuando el balón de las percepciones de ingobernabilidad llega peligrosamente a la portería del gobierno de su partido, Lula pareció optar por reventar ese balón hacia las gradas y llevar allá un marcaje enfurecido contra las buenas percepciones de las reformas estructurales mexicanas.
Todavía más: el rebote de ese balonazo podría dirigirse contra la portería de la oposición mexicana a la reforma energética, con el involuntario aval que Lula le dio con sus declaraciones a la apertura de las industrias estatales de ese sector al capital privado, al jactarse, con razón, que Brasil lo hizo diez años atrás, cuando él gobernaba, y al menospreciar la reforma mexicana en la materia, por llegar 10 años retrasada.
EL MARCADOR
Mientras tanto, en México, en estas mismas semanas, continúa el largo partido que determinará si concluye en el Congreso el ciclo más trascendente de reformas en la historia contemporánea, o si se escribe un capítulo más de los incontables episodios mexicanos de reformas inconclusas.
Y aquí hay dos estrategias que retrasan la conclusión de ese partido. Por un lado están los intereses monopólicos que resisten desde partidos y medios, y que un día sí y otro también buscan interrumpir el juego para prolongar el multimillonario flujo que día a día le aportamos los usuarios de las telecomunicaciones. Y por otro están los aliados onerosos del proyecto reformista, siempre dispuestos a abandonar el terreno de juego para presionar el pago adelantado por el acuerdo. Habrá que esperar el marcador final en las canchas que abrirán en México y Brasil.
(Director general del Fondo de Cultura Económica)