¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, cuando mi nieto pequeñito se quedó a dormir en casa, pues sus papás habían salido de la ciudad?
Siempre dormías al pie de nuestra cama, como cuidando el sueño de mi esposa y mío. Aquella noche te acostaste junto a la cuna del pequeño. Al oír cualquier ruido alzabas la cabeza, vigilante, para protegerlo del peligro.
Siempre tuviste, Terry, la sabiduría del amor. Aunque ya no estás aquí sentimos tu presencia igual que si no te hubieras ido. Cuando hablamos de ti parece que estamos hablando de un hermano menor que partió a un largo viaje.
Fuiste tan bueno con nosotros, Terry, que a veces siento que no te merecimos. ¿Alguien habrá, pregunto, que merezca a su perro? Estos amables seres, ángeles con disfraz de perro, son siempre mejores que nosotros. Si tienen cosas malas -fiereza, crueldad- es porque nosotros ponemos en ellos algo de nuestra mísera condición humana.
Ama a tu perro, tú que todavía lo tienes. Por mucho que lo ames no lo amarás como él te ama a ti.
¡Hasta mañana!...