Llueve una lluviecilla pertinaz en el Potrero de Ábrego.
Llueve, y parece que no está lloviendo. Pero si sales a descubierto quedarás empapado en un minuto.
Estamos en la cocina el amigo que me visita y yo. Nos acompaña don Abundio, el viejo socarrón que ha estado en la cocina desde antes de que estuviera yo en el mundo.
Por la ventana vemos la lluvia, esa lluvia que casi no se ve. Comenta mi amigo:
-En mi pueblo a esta lluvia la llamamos "mojapendejos".
Don Abundio da un trago lento a su té de yerbanís y dice luego:
-En el Potrero la nombramos "chipichipi", señor. Porque, dicho sea con el mayor respeto, aquí no hay pendejos.
El visitante, desconcertado, me dirige una mirada de interrogación como preguntándome qué debe responder. Yo vuelvo la cabeza hacia otro lado y me llevo la taza a los labios, no para beber de ella, sino para esconder la risa.
¡Hasta mañana!...