Llegó el número uno y me dijo:
-Soy el número uno.
Respondí:
-¿Está usted seguro? Se lo pregunto porque últimamente han venido aquí muchos números, y todos dicen ser el número uno.
-Lo engañaron -afirmó él-. Sólo puede haber un número uno, y ése soy yo.
Su actitud decidida no me hizo vacilar. Lo desafié:
-Si sólo puede haber un número uno ¿cómo podrán entonces existir números como el 11, el 111, el 1111, y así sucesivamente?
-Eso -me contestó molesto- pregúnteselo a cualquier otro número. Yo soy el uno, y no puedo perder mi tiempo en dar explicaciones.
Supe entonces que no era el número uno, pues la primera obligación del número uno es dar explicaciones. Me pregunto ahora qué número sería. Eso me desvela. Espero que venga el verdadero número uno a sacarme de la duda.
¡Hasta mañana!...