No sé qué insecto sería ése que vi sobre el espejo de mi baño.
No era una abeja de Virgilio, ni una hormiga de Iriarte o Samaniego; ni siquiera una mosca de Machado. Menos aún era una libélula art nouveau o una langosta bíblica.
Todos esos insectos tienen cierto prestigio. Éste no. Era un insecto a secas. De seguro en el microscopio habría mostrado bellezas inquietantes: ojos de Zeiss; galácticas antenas; alas con un diseño de Dalí. Quizás al verlo así, magnificado, me habría hecho pensar en una criatura inventada por El Bosco. Pero lo vi con mis ojos, solamente, y eso es como no ver.
Tomé una toalla entonces, y con un solo golpe le quité la vida. De nada le sirvieron ya sus ojos de maravilla; sus sensibles antenas; sus alas de belleza prodigiosa. Todo eso lo acabé con un golpe de toalla.
Sentí después remordimiento: había destruido un universo; rompí lo que pudo ser una larga sucesión de misterios y hermosuras. No me alivia razonar que a lo mejor ese insecto era amenaza para mi persona o mis bienes. Era un ser vivo, y yo hice de él materia muerta. Pienso que alguna vez Dios me dará un toallazo, y estoy triste.
¡Hasta mañana!...