El Señor hizo la tempestad.
Jamás se había visto en el mundo algo parecido.
Todos los vientos se desataron y fueron por los cuatro rumbos cardinales de la tierra bramando, rugiendo y ululando. En el mar las olas se embravecieron, y furiosas rompían contra los farallones.
La cima de la montaña se cubrió de rayos, a cuyos estallidos la oscuridad del cielo se llenaba de fantasmales resplandores. La voz del trueno resonó en todos los ámbitos. Parecía que con aquella furiosa tempestad se iba a acabar el mundo.
El Espíritu vio aquello con espanto y le preguntó al Creador:
-¿Qué sucede?
Respondió Él, furioso:
-¡No encuentro las chinches llaves!
¡Hasta mañana!...