San Virila salió de su convento. Iba al pueblo a pedir la limosna de los pobres.
En el camino vio a una niñita que lloraba porque su gatito había subido a un árbol y no podía bajar.
Los lugareños le dijeron a Virila:
-Eres un santo milagroso. Haz un movimiento de tu mano: El árbol inclinará sus ramas y la niña podrá recobrar su gatito.
San Virila volvió a su convento y regresó con una escalera. Subió hasta donde estaba el minino, lo tomó en sus manos, descendió y lo entregó a la pequeña. Luego dijo:
-Lo que hice es un poco menos espectacular, lo sé, pero está más de acuerdo con las leyes naturales. Respetarlas es el mayor milagro que los hombres podemos hacer.
¡Hasta mañana!...