La oí de pronto. Tocaba un pizzicato en el techo de la casa. Al rato se deshizo en un adagio, como si recordara alguna ausencia.
En cada aguja de cada rama de cada pino quedó una gotita, corazón pequeñito y transparente. El árbol grande que está junto a la puerta, anciano gris, cuando brilló el Sol se volvió un escaparate de Cartier.
Yo salí a la lluvia y dejé que me mojara igual que a un niño que no obedece a su mamá. El agua del cielo me dejó el alma limpia y clara, como dicen que queda después del bautismo.
Luego dejó de llover. Por el goterón caía una gotita con monótona precisión de reloj suizo. Yo me dormí, y soñé en un río de aguas transparentes que me llevaba, marinero en un barco de papel, hacia las aguas de un inmenso mar.
¡Hasta mañana!...