Estamos en la cocina del Potrero. Mi amigo y yo bebemos con morosidad sendas copas de mezcal de La Laguna de Sánchez. Ese sápido licor ha dormido en la alacena durante largos meses, con sus añadiduras de canela y clavo, cáscara de naranja, rodajas de membrillo, ciruelas y uvas pasa. Curado así, ese mezcal es bueno para curar todo mal.
Don Abundio bebe también el suyo mientras atiza el fuego donde se asan los elotes. La plática gira en torno de caballos. Y pregunta mi amigo, que es gente de ciudad:
- ¿Cómo se sabe la edad de un caballo?
Le digo:
-Por los dientes.
-Igual que la edad de una gallina -anota don Abundio-. También se conoce por los dientes.
Receloso le indica mi amigo:
-La gallina no tiene dientes.
-Por los dientes del que se la come -aclara el viejo.
Y le da otro traguito a su mezcal, como si nada hubiera dicho. Mi amigo no sabe si reír o amoscarse. Yo también le doy otro trago a mi mezcal.
¡Hasta mañana!...